DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
Q. H.
Celebramos un nuevo encuentro con la persona de Jesús, a la que vamos
conociendo mejor. Siguiendo al Evangelista San Marcos, después de la vocación
de los primeros discípulos, nos encontramos hoy con la descripción de cómo
Jesús enseñaba al pueblo su doctrina y proclamaba su mensaje: El Evangelio nos
ha dicho que lo hacía “CON AUTORIDAD”. Convendría que reflexionemos sobre el
sentido que tiene para nosotros la autoridad de Jesús y también sobre la manera
cómo la Iglesia, nosotros los cristianos, debemos ejercer nuestra autoridad,
toda ella derivada de la de Jesús.
A.- La autoridad
de Jesús, de su Palabra. Hoy se presenta Jesús actuando en la sinagoga de
Cafarnaúm y sus oyentes “quedaron
asombrados de su enseñanza porque no enseñaba como los letrados, sino con
autoridad”.
¿Como
enseñaban los letrados? Se limitaban a repetir lo que estaba escrito, sin
ninguna convicción personal. Jesús mismo los había acusado de que “hablaban correctamente, pero no vivían los
que decían”
1) Jesús habla por
si mismo, como quién tiene la verdad y la proclama, en virtud de la conciencia
que tiene de trasmitir la misma voluntad de Dios: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”.
2) La autoridad
de Jesús está unida a su vida, a su modo de proceder: libre e independiente, no
atado a poder alguno. Por eso sus enemigos le decían: “Maestro sabemos que eres sincero y que enseñas de verdad el camino de
Dios y no te importa de nadie, pues no miras la personalidad de los hombres”
3) Su doctrina era
nueva; así lo captaba el pueblo: “Este
hablar e nuevo”. Frente al legalismo de la religión oficial, él predicaba
el amor y ponía al hombre por encima del sábado. Apuntaba a una vida nueva y a
un mundo nuevo. No era un repetidor, sino un creador, en su hablar y su vivir.
Irradiaba una fuerza nueva, interpelaba, hacía definirse; era un verdadero
desafío para aquella sociedad y sus dirigentes.
4) Y es que Jesús
enseñaba y lo vivía: Su palabra era eficaz y liberadora. El pueblo contemplaba
como Jesús expulsaba a los demonios y les hacía callar. Ante la enfermedad y el
mal, el poder de Jesús brillaba como sobre humano y divino. El poder de Dios
estaba en Él.
B.- Hoy día: Los cristianos decimos, “A quién vamos a acudir, solo tú tienes palabras
de vida eterna”. Así lo sentimos y proclamamos cantidad de cristianos a
través del tiempo y también hoy en nuestro mundo. Su Palabra tiene autoridad hoy. Es eficaz, es
liberadora. Los que la hemos experimentado, no podemos limitarnos solo a admirar
a Jesús, como sus contemporáneos. Debemos tener la misma autoridad de Jesús.
Por el
bautismo, somos profetas en el Pueblo de Dios. Siempre que hablamos en nombre
de Dios, siempre que somos fieles a su Palabra, hablamos con autoridad. No con
la nuestra. Es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras;
Dios está hablando a través de nosotros. Siempre que catequizamos, conversamos,
damos testimonio de nuestra fe, es el mismo Dios el que está hablando, actuando
a través de nosotros, y nuestra palabras y gestos participan (deben participar)
de aquella autoridad con que hablaba Jesús. En la Eucaristía la Palabra se hace
carne, nos enardece su testimonio…
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