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domingo, 12 de agosto de 2018

REFLEXIÓN DE DON MANUEL

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO “B”
    
     Queridos hermanos, dice a Palabra de Dios que Elías anduvo por el desierto una jornada de camino y al final se deseó la muerte diciendo “Basta ya, Señor, no puedo más”. “No lo puedo soportar”.
     Es el grito desolador y desgarrador del Profeta Elías después de largas jornadas de desierto, de persecución y fatiga: Lanzado a lo que Dios le pedía, había denunciado la idolatría y la injusticia de los gobernantes, pide fidelidad al Señor, y deciden matarlo. Elías, obligado a huir, no aguanta más y pide a Dios la muerte.

     También hoy son muchas las familias que viven con este sentimiento de impotencia, frustración y soledad. ¡No podemos más! La crisis…
     También nosotros padecemos o hemos padecido en algún momento de nuestra vida agonizantes jornadas en nuestra alma. Con la imposibilidad  de seguir caminando con nuestras propias fuerzas: Responsabilidades, trabajos, y muchos miedos  que nos ahogan; abandonos incluso de Dios, noche oscura y de terror
   
      Y en esos momentos Dios que ve, que oye, que es compasivo y misericordioso nos dice como a Elías: “levántate, Manuel,…, come y bebe que duro es el camino”.
     Hoy a cada uno de nosotros, en medio de nuestros caminos y agotamientos, no ya un Ángel, sino el mismo Señor es el que nos sigue gritando e invitando:“¡Ánimo, adelante, sigue caminando! No te dejes derrotar, no te dejes vencer, no mires para atrás. Yo estoy contigo. No te abandono”

     Y ahora la comida y la bebida que se nos da, es el mismo Dios encarnado en su Hijo Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo… Su carne inmolada por nosotros es alimento que nos fortalece; su sangre derramada por nosotros es bebida que nos purifica”(Prefacio del J.S.)
                                        

     Esta presencia de Jesús que buscamos cada día la encontramos, sobre todo, cuando nos reunimos en la Iglesia para la celebración de la Eucaristía.
     Aquí, reunidos, reconocemos a Jesús como la verdadera vid, que cuida de sus sarmientos. Aquí el Señor nos prepara la mesa y hace que nos sentemos junto a Él para robustecernos:
-      En la mesa de la Palabra, el Señor nos habla al corazón ilumina nuestra vida y enardece nuestros corazones con su amor… como les ocurrió a los discípulos de Emaús mientras les hablaba por el camino.
-      En la mesa del Altar nos alimenta con su Cuerpo y sacia nuestra sed con su sangre…
-      CONCLUSIÓN: “Lo reconocieron al partir el pan”.

     Con la fuerza de este alimento…, podemos ya muy bien vencer en la lucha diaria y seguir haciendo el bien a nuestro alrededor. Podemos caminar durante cuarenta días, los días de nuestra vida, subir al monte de Dios para llenarnos de su Gloria y descender otra vez para iluminar la tierra con su luz… hasta que nos encontremos con el Señor cara a cara, el Sol que no tiene ocaso.

     “Señor Jesucristo, pan vivo bajado del cielo, alimento de los que peregrinamos, te damos gracias por invitarnos a tu mesa y hablarnos al corazón. Te damos gracias por transmitirnos tu paz.   
     A Ti sean dados la bendición, la gloria y la alabanza por los siglos de os siglos”.  

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