CONTACTA CON NOSOTROS

Todos los que queráis mandarnos vuestros comentarios y sugerencias podéis hacerlo a: parroquiasanpablo2011@gmail.com

lunes, 10 de abril de 2017

Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (12,1-11):

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo:
- «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Palabra del Señor

Reflexión del Papa Francisco:

Aquel que había invitado a Jesús al almuerzo era una persona de un cierto nivel, de cultura, quizás un universitario. Quería escuchar la doctrina de Jesús, porque como buena persona de cultura estaba inquieto, buscaba conocer más. Y no parece que fuera una mala persona, como tampoco parecían los demás que estaban en la mesa.

Hasta que irrumpe en el banquete una figura femenina: en el fondo una mal educada que entra justo donde no había sido invitada. Una que no tenía cultura o si la tenía, aquí no lo demostró. En efecto, entra y hace eso que quiere hacer: sin pedir disculpas, sin pedir permiso. Y en todo esto Jesús la deja actuar.

Es entonces cuando la realidad se revela detrás de la fachada de las buenas maneras con el fariseo que comienza a pensar:

"Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora".

Este hombre no era malo, sin embargo, no logra entender el gesto de la mujer. No logra entender los gestos elementales de la gente. Quizás este hombre había olvidado cómo se acaricia a un niño, cómo se consuela a una anciana.

En sus teorías y en sus pensamientos, en su vida de gobierno, porque tal vez era un consejero de los fariseos, había olvidado los primeros gestos de la vida que todos nosotros, de recién nacidos, comenzamos a recibir de nuestros padres.

En resumen, estaba alejado de la realidad. Sólo así se explica la acusación imputada a Jesús:

"¡Este es un santón! Nos habla de cosas hermosas, hace un poco de magia; es un curandero; pero al final no conoce a la gente, porque si supiera de qué clase es esta habría dicho algo"

Hay entonces dos actitudes muy diferentes entre sí: por una parte la del hombre que ve y califica, juzga; y por otro la de la mujer que llora y hace cosas que parecen locuras, porque utiliza un perfume que es caro, es costoso.

En medio a estas dos figuras tan antitéticas está Jesús, con su paciencia, su amor, su deseo de salvar a todos, que le lleva a explicar al fariseo qué significa eso que hace esta mujer y a reprocharle, si bien con humildad y ternura, por no haber tenido cortesía con Él.

"He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; no me has dado un beso; no has ungido con óleo mi cabeza. En cambio ella hace todo esto: con sus lágrimas, con sus cabellos, con su perfume".

El Evangelio no dice cómo terminó la historia para este hombre, pero dice claramente cómo terminó para la mujer: "Tus pecados han quedado perdonados". Una frase, esta, que escandaliza a los comensales, quienes comienzan a confabular entre sí preguntándose: "¿Pero quién es este, que hasta perdona pecados?".

Mientras que Jesús prosigue derecho por su camino y dice esa frase tan repetida en el Evangelio: "Vete en paz, tu fe te ha salvado".

En resumen, a ella se le dice que sus pecados le son perdonados, a los demás, Jesús les hace ver sólo los gestos y se los explica, incluso los gestos no realizados, o sea lo que no han hecho con Él.

En el comportamiento de la mujer hay mucho, mucho amor, mientras que con respecto a los comensales Jesús no dice que falta el amor, pero lo da a entender.

En consecuencia la palabra salvación "¡tu fe te ha salvado!", la dice sólo a la mujer, que es una pecadora. Y la dice porque ella logró llorar sus pecados, confesar sus pecados, decir: ¡Soy una pecadora!.

Por el contrario, no la dice a esa gente, que incluso no era mala, sino porque estas personas creían que no eran pecadoras. Para ellos los pecadores eran los demás: los publicanos, las prostitutas. (Homilía en Santa Marta, 18 de septiembre de 2014)

 "El Reino de los cielos es para aquellos que ponen su confianza en el amor de Dios y no en las cosas materiales". Papa Francisco

No hay comentarios:

Publicar un comentario