SOLEMNIDAD DE SANTA
MARIA, MADRE DE DIOS
Queridos hermanos, os
deseo un feliz y prospero Año Nuevo. Hoy es el primer día del año 2.015; y el
primer día del resto de nuestra vida. Y es que siempre estamos comenzando. Y
siempre estamos sintiendo la necesidad de una nueva bendición y protección.
Hoy imploramos la
bendición del Señor: Que el Señor te bendiga y te proteja, el Señor te ilumine,
el Señor te sonría, el Señor te pacifique, el Señor te fortalezca. Si no te
quita los obstáculos... que te ayude a superarlos. Lo más importante es que El
te acompañe siempre. Si El te acompaña, pase lo que pase, serás feliz.
Todas las bendiciones
se concentran en el Niño que nos ha nacido y que hoy fue circuncidado y recibió
el nombre de Jesús. El nombre de Jesús expresa todas las bendiciones de Dios al
hombre: Es el Dios que salva, que se acerca benévolo y compasivo, con poder
curativo y liberador. No es el Dios que viene a ajustarnos las cuentas, Él
viene a perdonarnos, a sacarnos de nuestras prisiones, a devolvernos nuestra
dignidad...
MARIA, MADRE DE DIOS
Y al Niño, a Jesús se
le encuentra gracias a María, la Madre. La Misión de María fue y es propiciar
el encuentro de Dios con el hombre. Su vocación no es otra que la de ser MADRE
DE DIOS, la que permite que Dios sea
engendrado en su vientre, la que proporciona a Dios el cuerpo y la sangre, la
que alimenta a Dios, la que cría y hace posible a Dios. ¿Qué más puede ser y se
puede decir de una criatura? - Si Dos
piensa y siente como hombre se debe a María. Si Dios puede mirar y amar como
hombre, se debe a María. Si Dios puede emocionarse, llorar... se debe a María.
Por eso, María está
asociada a la misión de Jesús. En todos los momentos importantes de su vida
aparece María. Maria se convierte en Sacramento de Cristo, como la Iglesia. Si
acudimos a Maria no tardaremos en encontrar a Jesús.
María es también una
bendición de Dios, un don para el hombre. Dios no solo nos regala al Hijo, nos
regala también a la Madre. La Iglesia, cada uno de nosotros, tiene también una
Madre. Y como Madre, Maria nos protege,
nos ayuda, intercede permanentemente por nosotros. Acudamos...
¿Cómo no agradecer a
Dios esta bendición, este don? ¿Cómo no amar y agradecer a María? ¿Quién puede
sentirse
huérfano en la Iglesia? Tenemos a un Dios que es Padre, tenemos a una
Madre que está cerca de Dios.
2.- DANOS, SEÑOR, TU
PAZ.
Hoy celebramos también
la Jornada Mundial de la paz instaurada por el Papa Pablo VI hace 47 años. Y
con Juan Pablo II hacemos memoria de la Jornada Mundial de oración por la paz,
que tuvo lugar en Asís hace 28 años. Y con Zacarías recordamos que aquel sol
que viene del cielo, viene “para guiar
nuestros pasos por el camino de la paz”. Y con la primera lectura de hoy
pedimos al buen Dios que ilumine su rostro sobre nosotros y sobre el mundo
entero y nos conceda la paz. Y con el niño en el pesebre que, cuando será mayor
subirá a la montaña y gritará con todas sus fuerzas: “Dichosos los que trabajan por la paz”, los que siembran por todas
partes semillas de paz. A todos los que hoy, en un mundo zarandeado por tantas
tensiones, violencias, apuestan por la paz, la bienaventuranza les dice que “ellos se llamarán los Hijos de Dios”.
¡Qué alegría trabajar por la paz! ¡Qué compromiso más hermoso trabajar por la
paz!
Y con el Papa Francisco que nos recuerda en este día que “LA FRATERNIDAD
ES EL FUNDAMENTO Y EL CAMINO PARA LA PAZ”. Cuando descubramos y vivamos que hay
un solo Dios que es Padre y que todos y
cada uno somos hijos suyos y hermanos, será posible la paz. La fraternidad
vence la pobreza; la fraternidad lleva a revisar los modelos de desarrollo económico y a
cambiar lo estilos de vida de las personas para recuperar las virtudes de la
prudencia, de la templanza, de la justicia y de la fortaleza; la fraternidad
extingue la guerra.
Pues bien, todos los cristianos por ser hijos de Dios, somos hombres de
paz; y los cristianos somos muchos en el mundo, millones, incluso responsables
de naciones poderosas. ¡Si aprendiéramos bien lo que significa el nombre de
Jesucristo! Todo el que invoque a Dios, todo el que ponga a Dios por delante,
en sus oraciones, en sus manifestaciones, en sus constituciones, tiene que ser
pacificador, porque uno es lo que adora y lo que cree. Entonces sí que
podríamos afirmar que el Reino de Dios está cerca...
Necesitamos seguir pidiendo la paz, porque la paz es
tarea, sí, pero también y sobre todo don de Dios.
Nuestro encuentro alrededor de la mesa
de la Eucaristía, en este primer día del Año, ha de significar un compromiso
claro de estrechar los vínculos de nuestra comunidad parroquial, que ha de ser
modelo y motor de una convivencia pacífica en los pueblos y ciudades, mientras
caminamos desde Belén (“casa del pan”)
hacia la “casa de la paz”, la
Jerusalén celestial.
Que María, la Madre de Dios, nos ayude a comprender y a vivir cada día
la fraternidad que brota del corazón de su Hijo, Príncipe de la Paz, para
llevar su paz a todos los hombres y mujeres en esta querida tierra nuestra.
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