DOMINGO
SEGUNDO DE CUARESMA “A”.
Celebramos, además, en este Domingo
el Día del Seminario, con el lema “La
alegría de anunciar el Evangelio”. Es un deber de todos nosotros ayudar a
nuestro Seminario y orar para que surjan jóvenes dispuestos a anunciar la
alegría del Evangelio como sacerdotes. En la Palabra proclamada vemos que
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Dios llama al hombre a la aventura de
caminar hacia la Pascua, la Perfección, la Plenitud.
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Ese camino es duro, nos cuesta, porque
pasa por la cruz, por las pobrezas de los hombres.
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Sin embargo, no lo hacemos a oscuras,
Dios nos ilumina y nos hace entrever la gloría, el fin de ese camino.
Este camino lo vivió Abrahán...,
lo vivió Cristo, nuestro hermano..., Maria. Y ahora lo vivimos nosotros. Porque
1.- LAS PROMESAS NO HAN TERMINADO
Abrahán puedes ser tú y puede ser cualquiera que se
sienta insatisfecho, pero aún no ha perdido la esperanza. Pedro, Juan y
Santiago podemos ser nosotros que seguimos a Cristo y esperamos cada día una
mayor unión y manifestación de su persona.
Dios puede seguir diciéndonos:
“Sal de tu tierra y de tu casa. Renuncia a tener tu
propia familia, yo te daré una tierra nueva y una familia innumerable” Y la promesa se cumple en cualquier misionero
cofrade, padre, sacerdote...
“Ven a compartir la
suerte de mis hijos más pequeños, los más pobres, los leprosos... Yo bendeciré
tus obras. Yo mismo seré tu recompensa”.
Y la promesa se cumple en Teresa de Calcuta, Padre Damián...
“Ve a edificar mi Iglesia, a hermosearla, a
rejuvenecerla. No tengas miedo a las dificultades e incomprensiones. Yo estaré
contigo y tu nombre se recordará”.
Y la promesa se cumple en Francisco de Asís, Juan XXIII, en el Papa Francisco…
“Ve a enterrar los encantos en un claustro y trabaja
por ser oración y caridad en mi Iglesia. No temas tu incapacidad. Yo me
mostraré a ti para que seas mi doble”.
Y la promesa se cumple en cualquier contemplativa que vive para Cristo y los
hermanos. Otros...
Así es el Señor. El Dios de las promesas, dispuesto a hacer de NOSOTROS ALGO MAS DE LO QUE SOMOS SI NOS
DEJAMOS.
2.- EL CAMINO DEL
TABOR, si nos dejamos.
Todo
don va precedido de una fuerte exigencia, tanto más fuerte, cuanto mayor sea el
don ofrecido. Dios quiere llenarnos, pero antes debe producirse el vacío total.
Ese proceso es el que llamamos camino del Tabor. Veamos las etapas de ese
camino que se resume seis imperativos:
a) SAL DE TU TIERRA: Es lo que le pide a Abrahán
para conseguir la tierra prometida. Sal de tu tierra y de tu casa, y de aquello
que te resulta tan conocido y tan querido. Corta los dulces lazos que te atan a
personas, cosa, lugares, siempre limitados. No puedes instalarte en ningún
sitio, porque te acomodas excesivamente y cierra el camino de tu propia
superación. Toda atadura, aunque sea dulce y querida, quita la libertad. Hay
que salir, hay que vivir en un éxodo.
Sal de tus costumbres, de tu templo, de tu culto rutinario, de todo
aquello que te da seguridad. Sal de ti mismo, de tu cómodo aislamiento, de tu
tranquilo refugio, de tus firmes seguridades. Sal, porque el mundo no se
encierra todo en ti. Despójate de tu poder, de tus bienes, de tu cultura. Para
poder caminar debes ir lo más ligero posible.
b) CAMINA: Sal y ponte en camino, “sin volver la vista atrás”. Camina como
Abrahán hacia lo desconocido. Pero tú sabes bien, como Pablo de quien te has
fiado. ”Fijos los ojos en Jesús” que
es el verdadero monte santo y la meta última de nuestra peregrinación. “Por tanto... sacudamos todo lastre... y
corramos con fortaleza” Hb. 12,1. Con fortaleza, porque en el camino no te
faltarán dificultades: la oscuridad, la duda...
c) SUBE: El camino a veces es empinado, pero ten
confianza. Es una llamada a la superación. Siempre puedes superarte. Se te pide
un servicio, que te parece imposible, una renuncia, un perdón, un diálogo...,
pero puedes. No te faltará la mano firme y segura que te facilite la escalada.
Sube a la montaña, allí te transformarás. Sube a la verdad más plena, a la fe
más pura, al amor más grande. Siempre puedes superarte, siempre.
d) ESCUCHA. Una vez allí, Pedro hablaba demasiado,
como nos pasa a nosotros. Es más importante la palabra que debes escuchar que
la que tu vas a decir.
Haz silencio en ti como María, y escucha la Palabra de Dios o el grito
de los hermanos. Guarda esa Palabra, déjate conducir por ella, hazla vida en
ti. Todas las palabras se van a resumir en una: La del “Hijo Amado, predilecto. Escuchadlo”. Escuchar al Hijo es amor y
seguimiento.
e) BAJA: No se puede
estar siempre en la cumbre. Has de volver a los hermanos que sufren y apenas pueden caminar. Tiene que
llevarles tu fuerza y su luz. Ten en cuenta que los descensos son a veces
difíciles y angustiosos. Hay hombres tirados en la cuneta, despojados,
malheridos, necesitados de tus cuidados. No puedes dar un rodeo y pasar de
largo; baja hasta ellos y ofréceles tu ayuda solidaria, por si podéis hacer
juntos el camino.
f) COMULGA: La Eucaristía es viático, pan para el
camino, alimento que da fuerzas. Al mismo tiempo, la Eucaristía es nuestro
verdadero Tabor: Allí escuchamos (profetas, Hijo Amado). Nos envuelve el
Espíritu. Encontramos a Cristo transfigurado, y podemos transformarnos en Él.
Allí encontramos también a nuestros hermanos, unidos en la misma dicha, en la
misma fe, en la misma tarea y compromiso.
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