INTRODUCCIÓN:
Queridos hermanos, comenzamos un nuevo año litúrgico con el tiempo del
adviento, que la Iglesia dedica a preparar la venida de su Señor, y con Él la
venida de su Reino. Adviento es el tiempo (cuatro semanas) de espera, de
vigilancia activa y responsable.
¡Ven, Señor, Jesús! exclamamos.
Te esperamos ahora,
en Navidad, niño recién nacido en Belén. Te esperamos día tras día, en el
camino de nuestra vida. Te esperamos al final de todo, en la venida definitiva
de tu Reino.
1.- DIOS SE COMPROMETE
CON NOSOTROS.
Y la primera palabra que escuchamos
(primera lectura) hoy es que Dios se ha comprometido con nosotros y hará venir
al Hijo anunciado y esperado. Vale la pena saborear las palabras que definen a
este Hijo anunciado: Justicia, derecho, salvación. ¡Qué gran anuncio este para
nuestro mundo dividido y desconcertado! ¡Y qué gran anuncio también para
nosotros!
Con lenguaje simbólico dices, Señor,
que cambiarán muchas cosas: quienes han alumbrado como soles y estrellas caerán,
los poderes divinizados no darán luz, todo el miedo que han sembrado los
poderosos, se desvanecerán a la llegada del Hijo del hombre.
Pues, ante tu llegada
que defiende a todo hombre, que desciende a donde están los humillados, que
trae la verdad sobre la vida humana, que sienta a la mesa común a todos, que
solo permite llamarse “hermanos”, que da Espíritu de hijos, las fuerzas del mal
serán vencidas.
2.-“LEVANTÁOS, ALZAD
LA CABEZA, SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN.
He aquí, pues, el gran anuncio
salvador, la gran esperanza del mundo, de todo hombre, de cualquier hombre, la
esperanza de vivir la plenitud de Dios, la oferta inefable que hace de la vida
de los hombres una realidad divina: Es posible la vida plena.
Pero al mismo tiempo reclama una llamada
apremiante a estar despiertos, y a pedir fuerzas y a mantenerse. Y no es fácil estar despiertos,
pues los poderes de este mundo nos adormecen, nuestra energía creadora ha sido
manipulada, el egoísmo está siendo sutilmente servido, la soberbia y la
avaricia impiden el encuentro (amoroso) fraterno, el placer deseado oculta la
dignidad de la persona.
Incluso los que nos decimos seguidores
tuyos necesitamos de tu venida, Señor. Venida que nos recuerda que todos somos
hermanos; venida que nos sienta a la mesa del diálogo fraterno, de la opinión
libremente expresada, de no imponer nada a la fuerza, de
animarnos a hacer la voluntad del Padre, de comulgar en las tareas comunes, de
sentirnos responsables de tu Reino.
3.- “A TI, SEÑOR,
LEVANTO MI ALMA”.
Sí, necesitamos tu gracia para
mantenernos en pie, esperando tu venida. ¡Señor, ven! Danos fuerza para escapar
toda injusticia, mentira y esclavitudes, y para seguir haciendo presente tu
Reino, dando testimonio de la calidad “divina” de cada hombre; creyéndonos
hijos del Padre y hermanos tuyos, viviendo alegres en tu Espíritu.
Así pues, ordenemos nuestra casa, para
acoger al Señor, para acoger a los demás, que nos piden entrar, ser acogidos,
nacer en nosotros. Y contigo y con los hermanos, encontrar la vida, la
felicidad.
Como María, tu Madre, que la acción del Espíritu Santo actúe en nuestras
vidas y que también nuestro sí hagan nacer al Hijo de Dios en nuestra tierra.
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