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domingo, 2 de diciembre de 2012

DON MANUEL, PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C

INTRODUCCIÓN: Queridos hermanos, comenzamos un nuevo año litúrgico con el tiempo del adviento, que la Iglesia dedica a preparar la venida de su Señor, y con Él la venida de su Reino. Adviento es el tiempo (cuatro semanas) de espera, de vigilancia activa y responsable.
         ¡Ven, Señor, Jesús! exclamamos.
Te esperamos ahora, en Navidad, niño recién nacido en Belén. Te esperamos día tras día, en el camino de nuestra vida. Te esperamos al final de todo, en la venida definitiva de tu Reino.
1.- DIOS SE COMPROMETE CON NOSOTROS.
         Y la primera palabra que escuchamos (primera lectura) hoy es que Dios se ha comprometido con nosotros y hará venir al Hijo anunciado y esperado. Vale la pena saborear las palabras que definen a este Hijo anunciado: Justicia, derecho, salvación. ¡Qué gran anuncio este para nuestro mundo dividido y desconcertado! ¡Y qué gran anuncio también para nosotros!
          Con lenguaje simbólico dices, Señor, que cambiarán muchas cosas: quienes han alumbrado como soles y estrellas caerán, los poderes divinizados no darán luz, todo el miedo que han sembrado los poderosos, se desvanecerán a la llegada del Hijo del hombre.
 Pues, ante tu llegada que defiende a todo hombre, que desciende a donde están los humillados, que trae la verdad sobre la vida humana, que sienta a la mesa común a todos, que solo permite llamarse “hermanos”, que da Espíritu de hijos, las fuerzas del mal serán vencidas.
2.-“LEVANTÁOS, ALZAD LA CABEZA, SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN.
        He aquí, pues, el gran anuncio salvador, la gran esperanza del mundo, de todo hombre, de cualquier hombre, la esperanza de vivir la plenitud de Dios, la oferta inefable que hace de la vida de los hombres una realidad divina: Es posible la vida plena.
       Pero al mismo tiempo reclama una llamada apremiante a estar despiertos, y a pedir fuerzas y a  mantenerse. Y no es fácil estar despiertos, pues los poderes de este mundo nos adormecen, nuestra energía creadora ha sido manipulada, el egoísmo está siendo sutilmente servido, la soberbia y la avaricia impiden el encuentro (amoroso) fraterno, el placer deseado oculta la dignidad de la persona.
       Incluso los que nos decimos seguidores tuyos necesitamos de tu venida, Señor. Venida que nos recuerda que todos somos hermanos; venida que nos sienta a la mesa del diálogo fraterno, de la opinión libremente expresada, de no imponer nada a la fuerza, de animarnos a hacer la voluntad del Padre, de comulgar en las tareas comunes, de sentirnos responsables de tu Reino.
3.- “A TI, SEÑOR, LEVANTO MI ALMA”.
       Sí, necesitamos tu gracia para mantenernos en pie, esperando tu venida. ¡Señor, ven! Danos fuerza para escapar toda injusticia, mentira y esclavitudes, y para seguir haciendo presente tu Reino, dando testimonio de la calidad “divina” de cada hombre; creyéndonos hijos del Padre y hermanos tuyos, viviendo alegres en tu Espíritu.
        Así pues, ordenemos nuestra casa, para acoger al Señor, para acoger a los demás, que nos piden entrar, ser acogidos, nacer en nosotros. Y contigo y con los hermanos, encontrar la vida, la felicidad.
          Como María, tu Madre, que la acción del Espíritu Santo actúe en nuestras vidas y que también nuestro sí hagan nacer al Hijo de Dios en nuestra tierra.

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