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lunes, 4 de julio de 2011

D. MANUEL, PARA LA REFLEXION

Después de la tensión acumulada del curso…, nos llega hoy desde el Evangelio una bocanada de aire limpio, puro y fresco. Un llamamiento a la calma, tranquilidad, reposo y confianza. Posiblemente esté inquieta y agitada por estas fechas nuestra alma.
Y ante las vacaciones para muchos, estas quizás sean una ocasión idónea para detectar los síntomas de por qué está inquieto, agobiado y agotado nuestro corazón. Oportunidad perfecta para meditar y so pesar:
- ¿De qué necesito yo descansar?
- ¿Cuál es la causa de todo mi agobio y estrés?
- Ante el (mi) abatimiento, ¿escucho la voz de Dios?
“Venid a mí todos los que estáis cansado y agobiados que yo os aliviaré”. Todos arrastramos problemas, preocupaciones, historias personales y familiares que nos saturan, cargan y hasta queman. Todos, de un modo u otro, antes o después, tenemos necesidad de hacer una parada. ¿Quién no? De lo contrario acabaríamos por explotar. Nuestros pulmones necesitan un cambio de aire. El verano puede ser una nueva oportunidad para despejar y respirar. Aceptemos, pues la invitación.
Por otro lado, en el Evangelio Jesús da gracias a Dios porque ha escondido este modo de vivir y entender la vida a los sabios y entendidos, revelándoselo únicamente a la gente más sencilla y humilde. Sí, así le ha parecido bien. Y nos sentimos dichosos, y le damos gracias, por compartir también con nosotros las claves para alcanzar esa otra felicidad: sencillez, gratuidad y humildad.

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