DOMINGO
XI DEL TIEMPO ORDINARIO “B”
Después de celebrar las Solemnidades cristianas, recomenzamos el tiempo
litúrgico llamado “ordinario” en el
que la liturgia nos irá presentando la vida pública de Jesús con su predicación
y sus milagros de la mano de San Marcos, con la intención de seguir los pasos
de Jesús como lo hicieron los mismos discípulos por los caminos de Galilea y de
Judea, para asistir a la mejor escuela posible, la de estar con Jesús para
aprender de Él, hacer nuestros sus sentimientos y su manera de vivir.
Observamos que el hombre de hoy busca la eficacia rápida y a corto plazo en todo cuanto
realiza; que el hombre de hoy quiere reducir al máximo el espacio entre la
siembra y la cosecha. Así nos lo muestra la publicidad: “Aprenda un idioma en diez días, limpie la cocina en diez minutos, apriete un botón y obtenga de
inmediato el efecto deseado…”
Sin embargo este criterio, este ritmo no es el que sigue el
crecimiento del Reino de Dios. Así nos lo ha recordado el Evangelio
proclamado. El Reino de Dios es como una
pequeña semilla, la más pequeña, que Dios la deposita en el corazón y va
creciendo poco a poco, casi de forma imperceptible. Y ante este ritmo de
crecimiento, de maduración, nos solemos preguntar:
¿Dónde está el Reino de Dios?, ¿en qué se nota la salvación de Dios, la fuerza de Dios en nuestro mundo? ¿Para qué sirven tantos esfuerzos, si parece que todo sigue igual? Lo mismo suele ocurrir en nuestra vida personal: “Yo que tanto hago, qué tanto me esfuerzo…Y que pocos resultados obtengo y veo”
Así les ocurría a los discípulos de Jesús:
Querían ver las cosas y los resultados claros. Si Jesús decía que iba a venir
el Reino de Dios, querían que ya se notase. Si Dios iba a cumplir sus promesas, pues que se viese que
todo cambiaba, que se notase que Dios estaba allí con su poder.
Y
comenzaban a ponerse nerviosos al ver que seguían a Jesús y que todo seguía
más menos como siempre. Era verdad que con Jesús se creaba un clima, un
ambiente diferente al anterior: nuevas ganas de vivir, un empuje, una
confianza, una esperanza, que Jesús derramaba a su paso signos de salvación
palpable: enfermos, hombres y mujeres que encontraban su dignidad… Todo ello
era verdad.
Sin embargo no se sentían satisfechos. Ellos esperaban más. En cierto modo se
sentían decepcionados… Por
ello Jesús les dice y nos dice hoy algo muy sencillo: Que el Reino de Dios está
dentro de nosotros, quizá sin que nos demos cuenta, como una semilla que parece
pequeña. Pero esta semilla germina y crece, sin que sepamos cómo. Germina y
crece y echa ramas hasta cobijarse en ella los pájaros.
¿Qué nos quiere decir? ¿Una exhortación a la paciencia y a la constancia…? No, sino que el Reino de Dios que Jesús nos trae de parte del Padre (fraternidad, libertad, justicia, paz, felicidad, alegría, el amor, la vida) y que desea implantar en la tierra, no consiste en un conjunto de soluciones claras, victoriosas, fáciles y rápidas para todos los problemas, sino que es algo que se realiza según el estilo débil de la condición humana, el estilo débil que el propio Dios asumió como suyo al hacerse hombre.
El Reino de Dios no consistirá en que
todo se arregle de golpe y triunfalmente. Será, consistirá en las ganas de
vivir que Jesús crea a su alrededor, el empuje lleno de dignidad divina, la
firmeza en anunciar el Evangelio, la silenciosa fidelidad con que tantos
hombres y mujeres han vivido y viven el amor de Dios... Todos podíamos poner
ejemplos.
Un joven que dedica una tarde cada semana
para asegura la buena marcha de los estudios de un chico enfermo.
Una señora que dedica cinco horas a la
semana para acompañar a una viejecita al médico y ayudarla en todo.
La familia que organiza su casa con
austeridad para colaborar con ONGS para proyectos de desarrollo.
El que comparte un día de su salario con
los parados...
El voluntario de caritas que escucha,
atiende y trata de orientar y ayudar a resolver los problemas de otros.
Esa
es la lección: Que uno es el que siembra, otro el que labra, otro el que
siega; pero Dios es el que hace crecer,
germinar y desarrollar su Reino en nuestro mundo.
Por eso, siempre tenemos confianza, una
confianza que nos contagia Jesús y nos pide poner nuestra vida… al servicio del
Reino de Dios.
Así este pan y este vino tan humildes se
convertirán en Cuerpo y en su Sangre para
la vida del mundo.
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