SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
¡ALABADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!
Celebramos la Solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo. Entre nosotros los cristianos, su familia, es un
día memorable. Decir Corpus Christi en nuestros pueblos y ciudades es
hablar del Cielo, de la Gloria. Quien lo haya vivido con profundidad podrá exclamar: “Esto es un poquito de Cielo”.
Celebrar la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo es celebrar el amor
de Dios hasta el colmo. El pan partido y la copa rebosante nos están hablando
del amor más hermoso y pacífico, del amor de Comunión. El que come y bebe la
ofrenda sagrada se une a Dios, come y bebe al mismo Dios. Es la unión más
intima de Dios con el hombre y del hombre con Dios.
Los
textos proclamamos este año en la liturgia de la Palabra de Dios se centran en
el valor de la sangre: Jesús elevó la copa rebosante, se la ofreció a sus
discípulos en prueba de amor y en brindis de libertad. El brindis de Jesús
era y es por una libertad total del hombre, de todas sus esclavitudes. Para
que no haya ningún Faraón que nos oprima y ninguna fuerza maligna que nos
subyugue.
Jesús
se da cuenta de que, para conseguir esta libertad, no bastaba una con la sangre
de los animales... Él brinda “con su
propia sangre”, consiguiendo la libertad eterna. Así podrá entrar “en el santuario de una vez para siempre”.
También nosotros tomamos la copa
de la salvación y brindamos también por la libertad, la mía, la nuestra y la de
todos. Al elevar el cáliz, Jesús quería derramarlo sobre todas las manchas
del hombre y del mundo… Por eso, acercarme a la mesa del Señor es como si me
acercara a la cruz de Cristo y me dejara lavar por su sangre derramada.
Sangre preciosa y divina que puede lavar todos los pecados del mundo. Que quite
también los míos.
Esta
sangre lleva la marca del amor. Es una sangre ardiente, porque encierra en
si la energía del Espíritu. Es una sangre vertida por amor y cargada de amor.
Es lo que la hace valiosa y eficaz. Ese cáliz, pues, que levantamos es todo el
amor de Cristo, una gloriosa sinfonía de amor. Quien bebe de ese cáliz, bebe
amor, se capacita para amar, canta al amor y se hace eterno.
Sea
también un brindis de acción de gracias. Pues, ¿Cómo le pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho? Levantaré la copa de la salvación, invocando su
nombre. Debemos volver de nuestros ojos y nuestro corazón hacia ese misterio
del amor divino, y cantarle gozosos y darle gracias de las más diversas
maneras: con una flor o con incienso, con el adorno de nuestra calle, y sobre
todo, con la limpieza de nuestra alma para que el Señor se sienta a gusto en
ella.
Y
junto a ese sentimiento de amor y de agradecimiento, la Iglesia quiere
recordarnos algo extraordinariamente interesante: que Cristo no sólo se quedó presente bajo la forma de pan y
vino para que nuestra ruta (vida) tuviera auxilio permanente, sino que se quedó en los hombres que necesitan
de los demás. Por eso, hoy es el Día de la Caridad.
Beber
del cáliz nos exige, nos lleva a compenetrarnos con los sentimientos de
Cristo de manera que, en verdad, Él viva
en nosotros. Nos exige trabajar en la
superación de nuestras esclavitudes para que vivamos en libertad. Nos exige
optar siempre por el amor, que sea siempre el motor de nuestros sentimientos y
actitudes.
Beber
el cáliz nos exige más: Los liberados debemos liberar; los pacificados,
debemos pacificar; los enamorados debemos crear amor... A eso nos comprometemos
los que comulgamos: a crear comunión y fraternidad, a sembrar solidaridad, a
luchar contra toda opresión y toda injusticia, a preparar los caminos del Reino
de Dios...
Alimentados
con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Padre nos envía, nos sigue enviando
a sus hijos, los actuales comensales a recorrer los caminos invitando a
todos a las Bodas de su Hijo. Sí, el amor de Cristo nos apremia, hoy más
que nunca..., a salir a los caminos para convocar a todos, pero en especial a
los excluidos del banquete.
No basta con acoger a los pobres que
llaman a nuestra puerta... La comunidad eucarística, movida por el amor, tomará
la iniciativa de ir al encuentro del hambriento, del enfermo, del joven
desorientado, de las familias desestructuradas, del niño abandonado. Caritas y
sus voluntarios, con toda la comunidad cristiana implicada, ha de significar y
actualizar el amor y el servicio de Cristo.
Es lo que el Papa Francisco nos invita a realizar: pasar de esta
“civilización de la indiferencia” a la “civilización del amor”.
Acudamos a la Virgen, nuestra Madre del Amor hermoso, y hagamos nuestra
la oración de Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas es”:
“Santa María, Madre de Dios, tú has dado al
mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo a
la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de
Él.
Muéstranos a Jesús, guíanos
hasta Él. Enséñanos a conocerlo y a amarlo, para que también nosotros podamos
llegar a ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento”.
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