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domingo, 6 de junio de 2021

HOMILÍA DEL DOMINGO

 

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

             Queridos hermanos y hermanas


               ¡ALABADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!

                 Celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Entre nosotros los cristianos, su familia, es un día memorable. Decir Corpus Christi en nuestros pueblos y ciudades es hablar del Cielo, de la Gloria. Quien lo haya vivido con profundidad podrá exclamar: “Esto es un poquito de Cielo”.

 

              Celebrar la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo es celebrar el amor de Dios hasta el colmo. El pan partido y la copa rebosante nos están hablando del amor más hermoso y pacífico, del amor de Comunión. El que come y bebe la ofrenda sagrada se une a Dios, come y bebe al mismo Dios. Es la unión más intima de Dios con el hombre y del hombre con Dios.

 

              Los textos proclamamos este año en la liturgia de la Palabra de Dios se centran en el valor de la sangre: Jesús elevó la copa rebosante, se la ofreció a sus discípulos en prueba de amor y en brindis de libertad. El brindis de Jesús era y es por una libertad total del hombre, de todas sus esclavitudes. Para que no haya ningún Faraón que nos oprima y ninguna fuerza maligna que nos subyugue.                                                                                                                                 

            Jesús se da cuenta de que, para conseguir esta libertad, no bastaba una con la sangre de los animales... Él brinda “con su propia sangre”, consiguiendo la libertad eterna. Así podrá entrar “en el santuario de una vez para siempre”.

             También nosotros tomamos la copa de la salvación y brindamos también por la libertad, la mía, la nuestra y la de todos. Al elevar el cáliz, Jesús quería derramarlo sobre todas las manchas del hombre y del mundo… Por eso, acercarme a la mesa del Señor es como si me acercara a la cruz de Cristo y me dejara lavar por su sangre derramada. Sangre preciosa y divina que puede lavar todos los pecados del mundo. Que quite también los míos.

 

              Esta sangre lleva la marca del amor. Es una sangre ardiente, porque encierra en si la energía del Espíritu. Es una sangre vertida por amor y cargada de amor. Es lo que la hace valiosa y eficaz. Ese cáliz, pues, que levantamos es todo el amor de Cristo, una gloriosa sinfonía de amor. Quien bebe de ese cáliz, bebe amor, se capacita para amar, canta al amor y se hace eterno.

 

              Sea también un brindis de acción de gracias. Pues, ¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Debemos volver de nuestros ojos y nuestro corazón hacia ese misterio del amor divino, y cantarle gozosos y darle gracias de las más diversas maneras: con una flor o con incienso, con el adorno de nuestra calle, y sobre todo, con la limpieza de nuestra alma para que el Señor se sienta a gusto en ella.

             

              Y junto a ese sentimiento de amor y de agradecimiento, la Iglesia quiere recordarnos algo extraordinariamente interesante: que Cristo no sólo se quedó presente bajo la forma de pan y vino para que nuestra ruta (vida) tuviera auxilio permanente, sino que se quedó en los hombres que necesitan de los demás. Por eso, hoy es el Día de la Caridad.

              Beber del cáliz nos exige, nos lleva a compenetrarnos con los sentimientos de Cristo de manera  que, en verdad, Él viva en nosotros. Nos exige trabajar  en la superación de nuestras esclavitudes para que vivamos en libertad. Nos exige optar siempre por el amor, que sea siempre el motor de nuestros sentimientos y actitudes.

 

              Beber el cáliz nos exige más: Los liberados debemos liberar; los pacificados, debemos pacificar; los enamorados debemos crear amor... A eso nos comprometemos los que comulgamos: a crear comunión y fraternidad, a sembrar solidaridad, a luchar contra toda opresión y toda injusticia, a preparar los caminos del Reino de Dios...             

              Alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Padre nos envía, nos sigue enviando a sus hijos, los actuales comensales a recorrer los caminos invitando a todos a las Bodas de su Hijo. Sí, el amor de Cristo nos apremia, hoy más que nunca..., a salir a los caminos para convocar a todos, pero en especial a los excluidos del banquete.

              No basta con acoger a los pobres que llaman a nuestra puerta... La comunidad eucarística, movida por el amor, tomará la iniciativa de ir al encuentro del hambriento, del enfermo, del joven desorientado, de las familias desestructuradas, del niño abandonado. Caritas y sus voluntarios, con toda la comunidad cristiana implicada, ha de significar y actualizar el amor y el servicio de Cristo.

               Es lo que el Papa Francisco nos invita a realizar: pasar de esta “civilización de la indiferencia” a la “civilización del amor”.            

                 Acudamos a la Virgen, nuestra Madre del Amor hermoso, y hagamos nuestra la oración de Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas es”:

              “Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.

              Te has entregado por completo a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él.

               Muéstranos a Jesús, guíanos hasta Él. Enséñanos a conocerlo y a amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento”.

 

     

 

 

   

 

 

             

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