Es verdad que
muchas veces no sabemos apreciar todo lo
bueno que hay en la vida, en nuestra vida, porque nos acostumbramos fácilmente
a ello: el amor de los padres, de los vecinos, de los amigos, de los
catequistas, de los coros, de los cofrades...
Por eso, hoy
queremos agradecer a Dios la vida, la salud, la luz, la esperanza; queremos dar
gracias por la sonrisa regalada, por la palabra buena, por la ayuda generosa,
por la compañía inapreciable, por el
consejo acertado, por el perdón inmerecido. Y, sobre todo, dar gracias por todo
amor; sí por todo el amor recibido, que tiene su origen en Dios que lo derrama en nuestros corazones y
lo va haciendo germinar, crecer y madurar.
“Damos gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia”.
Hoy queremos valorar todo el amor que se da y se multiplica entre
nosotros. Y agradecer todo el amor que se da dentro y fuera de nuestra
comunidad, pues donde quiera que haya amor, allí está Dios.
Los testimonios
de amor nos hacen bien, nos conmueven y nos encienden, nos convierten y nos
contagian, nos ayudan a crecer y a confiar. Raúl Follereau decía que la Caridad
es como una bomba atómica, pero en sentido positivo, por la benéfica acción en
cadena que produce.
Piensa un momento
en el bien, en el amor que has recibido,
pero piensa en el amor que has ofrecido: en las personas que has
acogido, en el trabajo que has hecho
para los demás, en el tiempo que has escuchado al otro, o le has
acompañado, en la palabra que has dicho o la mano que has tendido, en la
sonrisa que has regalado.
Piensa en el amor
que has visto en los demás: desde el perdón al regalo, desde el acompañar al
servir, desde la pasión a la colaboración... Y piensa en los que lo dan todo y
se dan del todo; en los que gastan su vida por los demás... También tú.
Verás que hay
mucho, mucho que agradecer: amor sacrificado, amor voluntario, misionero,
liberador, vigilante, encarnado... Todo ese amor tiene su raíz, su
consistencia, y vitalidad en Dios, en Jesucristo y en el Espíritu que asiste a
la Iglesia, a cada cristiano y a cada persona de buena voluntad.
Lo descubrimos
en el testimonio de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, cuya Solemnidad celebramos
hoy los cristianos.
Dos ejemplos para nosotros de
una misma y única fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, de un mismo y único amor
por Jesucristo. Ser fiel a la fe es vivirla como fundamento incondicional, como
comunión entre todos los cristianos. Y ser fiel a la fe es también vivirla con
libertad y alegría, como levadura que puede fecundar el mundo de cualquier
época.
El ejemplo de Pedro y Pablo,
vivos en nuestra Iglesia. Su memoria, su recuerdo es motivo de fiesta. Y es su
misma fe la que proclamamos ahora como miembros que somos de la Iglesia
apostólica, y la que celebramos en la Eucaristía, acción de gracias por
excelencia a Dios.
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