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lunes, 16 de mayo de 2011

D. MANUEL, PARA LA REFLEXIÓN

UN BUEN PASTOR, UN BUEN GUIA

El hombre moderno es un gigante con pies de plomo. Aunque vivimos en una época de avances tecnológicos insospechados sólo hace unos años, todos sabemos que nos movemos en una “ignorancia existencial” profunda. No sabemos lo que es esencial y qué es lo poco importante. Dudamos a veces de dónde venimos y qué será de nosotros mañana. Anhelamos algo grande y cuando lo tenemos, no sabemos reconocerlo. El hombre moderno nada con frecuencia en un mar de insatisfacciones: valoramos lo que tenemos cuando nos falta.

En definitiva, andamos a tientas y no precisamente por nuestra maldad sino por nuestra pequeñez. Somos como niños perdidos en un mundo difícil que creemos dominar pero que nos desborda con su misterio. Tal vez no hemos intuido que la verdadera serenidad nos envuelve cuando aceptamos humildemente nuestra pequeñez y nos dejamos guiar por Dios. Hemos olvidado demasiado que tenemos un Pastor que conoce hasta el fondo nuestras existencias, nos llama por nuestro nombre y nos conduce a nuestro verdadero destino.

El sentido de la vida, la serenidad en la existencia sólo es posible cuando comenzamos a pensar y vivir desde Dios. Entonces todo cobra nueva luz. Todo es importante, pero nada es “demasiado importante. Todo se comprende de otra manera: hay valores que pasan a un segundo plano y toman luz y brillo otros casi olvidados: el amor, la amistad, la generosidad, el perdón...

Lo único importante es ese Dios en cuyas manos estamos y cuya viva sostiene la nuestra. No somos vagabundos, sino peregrinos con una meta, el abrazo de Dios Padre. Todo tiene salida. No estamos abandonados. Nuestro final es un Padre demasiado grande para que lo podamos comprender desde ahora. Pero desde ahora podemos caminar hacia él bajo la guía serena del verdadero Pastor, Jesucristo el Señor. Y no hay nada ni nadie que tenga fuerza o poder suficiente para arrebatarnos de su rebaño, de su mano. Sólo nosotros podemos alejarnos de él.

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