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lunes, 2 de mayo de 2011

D. MANUEL, PARA LA REFLEXIÓN

¡ SEÑOR MIO Y DIOS MIO !

“Ver para creer” es uno de los slogan de nuestro tiempo, pues sólo solemos aceptar lo que tocan nuestras manos...

Jesús ha muerto. Y los discípulos desconcertados se encierran “por miedo a los judíos”. Pero de pronto, Jesús se presenta y les dice: “La paz sea con vosotros”. Y los discípulos se llenaron de alegría.
Aquel día faltaba Tomás. Los demás le cuentan: “!Hemos visto al Señor¡”. Y la extrañeza de Tomás se convierte en duda que, con frialdad, exclama: “¡Si no meto mi mano en la herida de su costado, no lo creeré!”. “Ver para creer”.
A los ocho días se repite la escena, estando Tomás también. Jesús con delicadeza le coge la mano, la mete en la herida de su costado y le exhorta: “!No seas incrédulo, sino creyente¡”. Y Tomás, mirando ruborizado al Maestro, exclama con la voz de la mente y del corazón: “¡Señor mío y Dios mío!”

El hombre de hoy es también discípulo de Tomás. Quiere ver para creer, tocar para impulsar su esperanza, volver a ver el rostro del amigo para amar. Y a nosotros nos toca recoger el testigo. Desde la lógica de la razón nos podemos empeñar en querer meter el dedo en la llaga para creer: ¡ver para creer!. Y la infinita paciencia del Maestro sigue esperando en el Cenáculo de la Iglesia para coger de nuevo la mano incrédula de cada uno de nosotros y poner en nuestros labios las palabras amigas: “!Señor mío y Dios mío!”

Es posible que también yo y tú sigamos con dudas. Pero aún estamos a tiempo: en la orilla del amor nos espera el Maestro, para que meta nuestras manos en la llaga de su amor. “!Gracias, Señor, por tu espera!”.

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