Por Enrique Ruiz Cantos
Recuerdo aquellos días como si los tuviese gravados a fuego en mi memoria, sobre todo aquel jueves…
Era jueves y nos juntamos para cenar, esa cena no tenía por que ser diferente a tantas otras que habíamos tenido en otras ocasiones, estábamos todos y Él estaba como siempre, relajado, con esa profunda mirada… ciertamente cada vez que nos hablaba nosotros nos quedábamos admirados de su saber, aunque bien es cierto que no siempre comprendíamos todo lo que Él nos decía, notábamos el gran amor con que se expresaba. Esa noche de jueves fue muy enigmático, primero nos lavo los pies, incluso a Pedro que no quería, pero Él le dijo que así tenia que ser, posteriormente nos dijo que uno de nosotros lo iba a traicionar, con lo cual todos nos quedamos perplejos, pero seguimos cenando y charlando, Él nos siguió hablando de esa manera tan enigmática como tantas veces había echo en los años que llevábamos juntos a Él, nos dijo que le quedaba poco tiempo para estar con nosotros, nos dijo que iba a prepararnos una estancia en la casa de su Padre, por supuesto nos hablo de uno de sus temas favoritos, del Amor. Muchas cosas nos dijo, muchas cosas hizo, tanto unas como otras no las comprendimos hasta pasado un tiempo, transcurrido ese tiempo no solo entendimos sus palabras, no solo valoramos esos símbolos como cuando nos lavo los pies, o cuando partió el pan… Cuando paso un tiempo nos dimos cuenta del gran sacrificio que hizo no solo por nosotros, sino por toda la humanidad, cuando nos dimos cuenta de que nuestro Jesús no solo era un hombre, sino el mismo Dios, entendimos el gran amor que nos expreso, entendimos que El nos amo hasta el extremo, y que tan grande es el amor que nos tiene que decidió quedarse con nosotros en la Eucaristía para que así pudiésemos sentir su presencia cada pobre día de nuestras vidas.
Por supuesto que todo no acabo cuando termino la cena, a Él todavía le faltaba sudar sangre en el huerto de los olivos, que desgarradora fue su oración aquella noche… le faltaba el interrogatorio ante el Sanedrín y Pilatos, que sumamente doloroso tuvo que ser para Él los latigazos que le dieron los romanos, o cuando la gente prefirió a Barrabas en vez de a Él que tantos enfermos curo, que tanto bien hizo… que duro tuvo que ser cuando camino del calvario vio a su Madre, o cuando vio como huíamos todos los suyos como si fuésemos ratas, tal vez ese fue su mayor dolor, el verse abandonado por aquellos a quien quería como hermanos.
Pero todo no acabo con su muerte, pues pocos días después Resucito, al principio no comprendimos, como tantas veces estábamos ciegos, pero Él curo nuestra ceguera cuando recibimos el Espíritu Santo, ese fue el momento en el que nos dimos cuenta de quien era nuestro Maestro, a partir de ese momento ya no le abandonamos, ni le traicionamos, a partir de ese momento dimos testimonio de Él, curamos enfermos en su nombre, predicamos sobre el amor, sobre el Padre… y dimos todo lo que teníamos por Él, nuestra vida.
¿Y quien soy yo para escribir sobre lo que aconteció en aquella cena, sobre lo que paso aquellos días? Pues yo soy un simple pecador al que le palpito el corazón cuando estuvo dos mil años después en aquella tierra que los cristianos llamamos Santa, que me palpito el corazón cuando partimos el Pan en el cenáculo, soy alguien a quien le hubiese gustado estar con Jesús aquellos días, no niego que tal vez lo hubiese traicionado o negado, no niego que hubiese huido, como no niego que le halla traicionado o negado en la actualidad, pero tampoco puedo ignorar que lo amo, que confió en su misericordia, en su perdón, en el gran amor que nace de su Sagrado Corazón y que nos ilumina más que el sol, Amor que lo impulso a dar su vida por nosotros a pesar de saber que le podíamos traicionar o negar.
Recuerdo aquellos días como si los tuviese gravados a fuego en mi memoria, sobre todo aquel jueves…
Era jueves y nos juntamos para cenar, esa cena no tenía por que ser diferente a tantas otras que habíamos tenido en otras ocasiones, estábamos todos y Él estaba como siempre, relajado, con esa profunda mirada… ciertamente cada vez que nos hablaba nosotros nos quedábamos admirados de su saber, aunque bien es cierto que no siempre comprendíamos todo lo que Él nos decía, notábamos el gran amor con que se expresaba. Esa noche de jueves fue muy enigmático, primero nos lavo los pies, incluso a Pedro que no quería, pero Él le dijo que así tenia que ser, posteriormente nos dijo que uno de nosotros lo iba a traicionar, con lo cual todos nos quedamos perplejos, pero seguimos cenando y charlando, Él nos siguió hablando de esa manera tan enigmática como tantas veces había echo en los años que llevábamos juntos a Él, nos dijo que le quedaba poco tiempo para estar con nosotros, nos dijo que iba a prepararnos una estancia en la casa de su Padre, por supuesto nos hablo de uno de sus temas favoritos, del Amor. Muchas cosas nos dijo, muchas cosas hizo, tanto unas como otras no las comprendimos hasta pasado un tiempo, transcurrido ese tiempo no solo entendimos sus palabras, no solo valoramos esos símbolos como cuando nos lavo los pies, o cuando partió el pan… Cuando paso un tiempo nos dimos cuenta del gran sacrificio que hizo no solo por nosotros, sino por toda la humanidad, cuando nos dimos cuenta de que nuestro Jesús no solo era un hombre, sino el mismo Dios, entendimos el gran amor que nos expreso, entendimos que El nos amo hasta el extremo, y que tan grande es el amor que nos tiene que decidió quedarse con nosotros en la Eucaristía para que así pudiésemos sentir su presencia cada pobre día de nuestras vidas.
Por supuesto que todo no acabo cuando termino la cena, a Él todavía le faltaba sudar sangre en el huerto de los olivos, que desgarradora fue su oración aquella noche… le faltaba el interrogatorio ante el Sanedrín y Pilatos, que sumamente doloroso tuvo que ser para Él los latigazos que le dieron los romanos, o cuando la gente prefirió a Barrabas en vez de a Él que tantos enfermos curo, que tanto bien hizo… que duro tuvo que ser cuando camino del calvario vio a su Madre, o cuando vio como huíamos todos los suyos como si fuésemos ratas, tal vez ese fue su mayor dolor, el verse abandonado por aquellos a quien quería como hermanos.
Pero todo no acabo con su muerte, pues pocos días después Resucito, al principio no comprendimos, como tantas veces estábamos ciegos, pero Él curo nuestra ceguera cuando recibimos el Espíritu Santo, ese fue el momento en el que nos dimos cuenta de quien era nuestro Maestro, a partir de ese momento ya no le abandonamos, ni le traicionamos, a partir de ese momento dimos testimonio de Él, curamos enfermos en su nombre, predicamos sobre el amor, sobre el Padre… y dimos todo lo que teníamos por Él, nuestra vida.
¿Y quien soy yo para escribir sobre lo que aconteció en aquella cena, sobre lo que paso aquellos días? Pues yo soy un simple pecador al que le palpito el corazón cuando estuvo dos mil años después en aquella tierra que los cristianos llamamos Santa, que me palpito el corazón cuando partimos el Pan en el cenáculo, soy alguien a quien le hubiese gustado estar con Jesús aquellos días, no niego que tal vez lo hubiese traicionado o negado, no niego que hubiese huido, como no niego que le halla traicionado o negado en la actualidad, pero tampoco puedo ignorar que lo amo, que confió en su misericordia, en su perdón, en el gran amor que nace de su Sagrado Corazón y que nos ilumina más que el sol, Amor que lo impulso a dar su vida por nosotros a pesar de saber que le podíamos traicionar o negar.
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