*Domingo II de Navidad*
🪔 Jn 1,1-18
En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla. Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo. Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado. Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre. Juan dio testimonio de él diciendo: “A éste me refería yo cuando dije que el que viene después de mí es más importante que yo, porque existía antes que yo”. De sus grandes riquezas, todos hemos recibido bendición tras bendición. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, nos lo ha dado a conocer.
*Mediación*
Ya en el Antiguo Testamento se habla de la Sabiduría de Dios. Él se acerca con afán de comunicarse y de enseñar a los hombres. La Navidad es Sabiduría divina volcada sobre el mundo, acontecimiento salvador, evocación de todo lo que Dios quería decirnos. Nadie puede quejarse de que Dios no hable; nadie puede reprocharle que esté ausente. Pero, entre tantos ruidos, hay que buscar su presencia silenciosa. Atiende a su voz misteriosa. Su Palabra encarnada no ha podido silenciarse desde que Jesús habló. Su mensaje no ha perdido vigencia. Es Luz que a diario lucha contra las tinieblas del mundo.
Por eso, más que quejarnos, debemos preguntarnos si acogemos a Dios, si le dejamos hablar... Busca entre los signos de tu vida. No le des la espalda. Abre el oído a su Sabiduría misteriosa. Está mucho más cerca de ti de lo que puedas imaginar…
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