DOMINGO
XIX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B
“¡Basta
ya, no puedo más! No lo puedo soportar… Y se deseó la muerte”. Es el
grito desolador y desgarrador del Profeta Elías, después de largas jornadas de
desierto, persecución y fatiga…
Es la historia que hemos
escuchado y quizás también nuestra propia historia, en momentos de la vida.
Elías está cansado, harto; lanzado a lo que Dios le pedía, denuncia la
idolatría y la injusticia de los gobernantes; pide fidelidad al Señor y deciden
matarlo. Elías en esa situación, se ve obligado a huir, no aguanta más y pide
al Señor la muerte,
¿Cuál es la respuesta de Dios? Un
Ángel lo toca y le ofrece un pan y un jarro de agua para RESCUPERAR SUS FUERZAS
Y RENOVAR LA MISIÓN.
También todos los seres
humanos padecemos o hemos padecido en algún momento de nuestra
vida agonizantes jornadas de fatiga, sentimientos de derrota, de no poder más con
nuestra alma; imposibilidad de seguir caminando con nuestras propias fuerzas:
responsabilidades, trabajos y miedos nos ahogan; abandonados incluso de Dios,
la noche oscura y del Señor.
En esos momentos (nuestro)
Dios que ve, que oye, que es compasivo y misericordioso, nos dice como a Elías:
“Levántate…come y bebe que duro es el
camino”
Y ahora la comida y la bebida
es el mismo Dios encarnado en su Hijo Jesús, que nos dice “Yo soy el pan vivo
bajado del cielo… Su carne, inmolada por nosotros es alimento que nos
fortalece”, su sangre derramada por nosotros es bebida que nos purifica”.
Hoy, a cada uno de nosotros,
en medio de nuestros caminos y agotamientos, no
ya un ángel, sino el mismo Señor, nos sigue gritando e invitando: “Animo, adelante, sigue caminando. No te
dejes derrotar, no te dejes vencer, no mires para atrás. Yo estoy contigo, No
te abandonaré”.
Esta presencia de Jesús que
buscamos cada día la encontramos, sobre todo, cuando nos reunimos en el Templo
para la celebración de la Eucaristía. Aquí reunidos, reconocemos a Jesús como
la verdadera vid que cuida de sus sarmientos.
Aquí el Señor nos prepara la
mesa y hace que nos sentemos junto a Él para robustecernos:
.En la Mesa de la Palabra, el
Señor nos habla al corazón, ilumina nuestra vida y enardece
nuestros corazones con su amor…Como a los discípulos de Emaús.
. En la Mesa del altar nos
alimenta con su cuerpo y sacia nuestra sed con su sangre.
Conclusión: “Lo reconocieron al partir el pan…” Con
la fuerza de este alimento…, podemos vencer la lucha diaria y hacer el bien a
nuestro alrededor. Podemos caminar durante cuarenta días, los días de nuestra
vida, subir al monte de Dios para llenarnos de su gloria y descender otra vez
para iluminar la tierra con su luz…, hasta…
“Señor
Jesús, pan vivo bajado del cielo, alimento de os que peregrinamos, te demos
gracias por invitarnos a tu mesa y hablarnos al corazón. Te damos gracias por
transmitirnos tu paz. A Ti sean dados la bendición, la gloria y la alabanza por
los siglos de los siglos”.
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