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domingo, 8 de septiembre de 2019

HOMILÍA DEL DOMINGO

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
     Queridos hermanos: Jesús prosigue su camino hacia Jerusalén, donde entregará su vida y vencerá la muerte…
      Y dice el Evangelio que “mucha gente acompañaba a Jesús”, pero no todos los seguían. Y es que el acompañar y  seguir a Jesús son cosas muy distintas.
       Hoy Jesús quiere inquietarnos, cuestionar a sus discípulos y amigos que somos nosotros y nos pregunta: ¿Vuestra intención es acompañarme o seguirme?
       Acompañarlo sería seguirlo externamente, de lejos… Me bautizaron como a la mayoría, hice la comunión, me case por la Iglesia… Incluso podíamos decir, voy a Misa, pertenezco a una Cofradía, pero no vivo, no me identifico con las actitudes y los valores de Cristo, el Maestro. Según esto, todavía son muchas personas bautizadas las que acompañan a Cristo, pero ¿cuántos le siguen? Es decir, ¿cuántos lo aman “sobre todo”, y posponen a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus bienes, a sí mismo, en segundo lugar?
       Palabras duras y exageradas diréis, pero debemos entenderlas bien. Por eso, el mismo Jesús nos propuso cierto día la parábola del Tesoro escondido en un campo…
       La persona de Cristo, su Reino, seguirlo, ser cristiano es como el que encuentra el tesoro en el campo, va y vende todo cuanto tiene,  compra el campo y se queda con el tesoro. Es decir, para acoger y seguir a Cristo es preciso: Primero darse cuenta, echar cuentas, ser consciente de que Él es el único Bien, el Absoluto, querer vivir como Él. Su amor a Él nos lleva relativizar, a darle menos importancia a todo lo demás…, el mundo, la familia, la empresa, los negocios. Tus bienes, las cosas incluso las personas ya tienen un valor secundario, no son absolutos, y no pueden impedirte seguir a Jesús y amarlo.
       Y este amor a Cristo, que es Dios, el Señor, te hará dar tu vida, todo lo que eres y tienes por Él, de quien lo has recibido. Dar tu vida por Él, significa tener sus mismos criterios, sus mismos intereses, poner tu vida a disposición de los hombres, tus hermanos, de la familia, de los pobres, de los humildes; sí, toda tu vida por su Reino, en la empresa, en el campo, en la diversión, en el apostolado…
       Esta forma de vida cristiana, lleva consigo la cruz, la dificultad, la lucha, combatir el egoísmo y la hipocresía, a buscar una religión honesta y auténtica, a confiar muy hondamente en Dios Padre incluso en los momentos difíciles y dolorosos. Vivir así le llevó a Jesús a veces a ser incomprendido por su propia familia, a ser mal visto por los poderes de su tiempo, que le persiguieron hasta llevarle a la cruz.
       Sin embargo Jesús nos recuerda que con su seguimiento, con su estilo de vida, tenemos el Tesoro de la   Felicidad plena, de la Vida Eterna. Hace tiempo que nos decidimos a ser cristianos, a seguir a Jesús. ¿Dónde nos encontramos en su seguimiento? ¿Somos espectadores o estamos integrados y estamos ilusionados de ser cristianos?
Al comenzar un nuevo curso, preguntémonos qué nos pide el Señor. Que nuevos compromiso nos exige nuestro Dios y Señor. No olvidemos que Él nos sostiene con su Palabra, la fuerza de su Espíritu, y sobre todo, con la Eucaristía, alimento para el camino y con el apoyo y el testimonio de los hermanos.

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