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viernes, 13 de abril de 2018

LOS CONSEJOS: COMUNIÓN Y SINODALIDAD SÓLO SI SOMOS UNO, EL MUNDO PODRÁ CREER
Francisco Echevarría
Vicario General de Huelva

Jaén, 7 de abril 2018

No es la primera vez que nos vemos y, para mí, estar en mi tierra siempre es un motivo de satisfacción. Agradezco por ello vuestra invitación.
He visto que el objetivo prioritario de vuestro plan pastoral para este curso es "Fomentar la vivencia de la comunión y de la corresponsabilidad eclesiales de los diversos ámbitos de la vida diocesana, poniendo especial acento en la corresponsabilidad de los laicos ". Y añadís una fundamentación evangélica: "Sólo si somos uno, el mando podrá creer (Jn 17,21) ".
Mi intención es ayudaros a profundizar en la comunión eclesial
  • Comenzaremos estableciendo brevemente el valor, la importancia de la comunión;   
  • luego, en un segundo momento, también breve, veremos lo que considero tres requisitos para construir la unidad y vivir la comunión;   
  • en un tercer momento, contemplaremos alguna de las iglesias de Pablo para  profundizar en aquello que obstaculiza la comunión.
Estos tres apartados son como una introducción para adentrarnos en el núcleo del tema.
  • Contemplaremos a las comunidades cristianas primitivas para profundizar en lo que fundamenta la unidad querida por Jesús, en lo que construye la comunidad y  en las exigencias que plantea.
  • Para terminar viendo cuál es la unidad que Jesús quiere.
Espero que esta reflexión os ayude a avanzar en la construcción de la unidad a todos los niveles como presupuesto necesario de la Evangelización.




  1. LA COMUNIDAD DE LOS HIJOS DE DIOS

1.    Valor esencial de la dimensión comunitaria
Hace ya varias décadas que la Iglesia, reunida en Concilio, nos recordó que Dios ha querido santificar y salvar a los hombres, no individualmente y aislados entre sí, sino constituyendo un pueblo que le conociera de verdad y le sirviera santamente (GS 9). Esto significa que la dimensión comunitaria es esencial a nuestra fe y, por tanto, la comunión es un valor irrenunciable. En virtud del misterio de la Encarnación, "los otros" son sacramento del encuentro con Dios, es decir, el medio misterioso a través del cual Dios se acerca a nosotros y nosotros nos acercamos a él.
Mo cabe interpretar esto en clave individualista, es decir, como si cada uno pudiera vivir la aventura del espíritu en solitario excluyendo la relación mutua. La experiencia de Dios, como toda experiencia, es personal, pero no tiene lugar en solitario. Desde los comienzos de la Historia de la Salvación, Dios se comprometió con un pueblo cuando, al proponerles la alianza, les dice "Entre todos los pueblo seréis mi propiedad... Seréis un pueblo sagrado, un reino de sacerdotes" (Ex 19,5-6).
  1. La Iglesia, cuerpo de Cristo
Ese era el mensaje del Antiguo Testamento. Pero Jesús va más allá. Es cierto que el Nuevo Testamento también habla de pueblo, pero no se queda ahí.
 San Pablo, refiriéndose a los dones que cada uno ha recibido, dice a los cristianos de Roma: "Aunque somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo y, con relación a los demás, somos miembros" (Rm 12,5). Lo mismo le dice a los de Corinto (l Cor 12,12), Éfeso (Ef4,1 16) y Colosas (Col 1,18).
Pablo recurre a la imagen del cuerpo para subrayar la unidad entre todos los miembros de la Iglesia. Como en el cuerpo no hay parte, miembro u órgano que pueda vivir separado de la cabeza, así en la Iglesia nadie puede vivir separado de Cristo; como en el cuerpo cada miembro ejerce su función en beneficio del conjunto, así en la Iglesia ninguno vive para sí mismo, sino que ejerce su función en beneficio de la totalidad. Ni vida en sí ni vida para sí: sino vida en Cristo y vida para la Iglesia que es su cuerpo.
Pero no sólo Pablo. Juan nos cuenta que Cristo, en la oración que eleva al Padre en la Cena, pide la unidad para los discí ulos de las siguientes generaciones. Las palabras de Cristo, recogidas enta formulación el objetivo del Plan Pastoral para este curso, son  un aldabonazo en nuestra conciencia porque afirman claramente que la unidad de los creyentes es semilla de fe: "Que todos sean uno... para que el mundo crea" (Jn 17,21).
Con frecuencia nos lamentamos del aumento de la increencia en el mundo y buscamos múltiples razones que nos permitan comprender este hecho, pero las buscamos fuera de nosotros mismos. Es verdad que corren tiempos dificiles para la fe y que el materialismo yel hedonismo embota la mente y las conciencias. ero no podemos ignorar que hoy, como siempre, el ser humano busca su salvación aún sin saberlo y nosotros estamos convencidos de que —como proclama la Iglesia del Apocalipsis— "la salvación es de nuestro Dios y del Cordero " (Ap 7, 10).
Por ello, es necesario que nos preguntemos si hemos crecido en unidad. ¿Estamos ahora más unidos que en el pasado? Tenemos que ser humildes y preguntamos qué parte de responsabilidad nos corresponde en la increencia de nuestro mundo. Somos nosotros los que hemos recibido el encargo de evangelizar, no el mundo. A la pregunta de Pablo ¿Cómo creerán en Aquel de quien no han oído hablar? (Rm IO, 14), tenemos que añadir: ¿Cómo creerán a los que les hablen, si lo hacen desunidos?
Necesitamos hacer todos un acto de humildad y reconocer que no somos el Cristo crucificado, el Siervo de Dios inocente que con su sufrimiento salva al mundo. Con frecuencia, somos un Cristo desmembrado y roto. Sólo podemos recomponer a Cristo, si caminamos unos al encuentro de los otros para luego avanzar juntos en la misma dirección.
Llegados a este punto de la reflexión, creo que estamos en condiciones de señalar cuáles son los pasos que debemos dar para avanzar en la unidad, en la comunión y, como consecuencia, en la corresponsabilidad

  1. LOS PASOS HACIA LA UNIDAD

  1. Reconocer la riqueza personal y la riqueza (carisma) de los diversos grupos
Las palabras del Papa al respecto son esclarecedoras
"El Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas- Son dones para renovar V edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador.
Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar sombras sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma. En la medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su ejercicio.
En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo. Si vive este desafio, la Iglesia puede ser un modelo para la paz en el mundo " (EG 130).
No se trata de reconocer los méritos personales —la búsqueda de reconocimiento lleva a las comparaciones y a la competitividad—, sino de reconocer la acción del Espíritu en uno mismo y en el yupo al que uno pertenece. Esto lleva a ver la propia riqueza como un don para los demás. Así avanzamos hacia la gratitud, la complementación, la colaboración y al servicio.

  1. Reconocer y valorar la diversidad como obra del Espíritu

Sobre la diversidad en la Iglesia, el Papa afirma:
"Las diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad" (EG 131).
Los valores y carismas de los demás —sean personas o grupos— son reconocidos  como obra del Espíritu en ellos, son vistos como riqueza común y son vividos con alegría. En definitiva: son el signo de la presencia de Dios en ellos. Donde hay reconocimiento  y valoración, no hay competitividad, ni recelos, ni envidias, sino todo lo contrario, colaboración, confianza y aprecio sincero.

  1. Vernos todos en Dios

Cuando nos vemos, no unos junto a otros, sino todos en Dios, comprendemos que aquello que nos une no es la voluntad común de hacer el bien, m la coincidencia de las ideas ni la concordancia de los deseos e intereses. Lo que nos une es la mirada del Padre, el amor del Hijo y  la presencia intima del Espíritu.
Es como contemplar un mosaico: cada pieza, cada figura, sólo alcanza su sentido en el conjunto. Sacada de él, pierde sentido. Y es la mirada del espectador la que, viendo el conjunto, entiende su significado.
Sobre esto advierte el Papa.
"Cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; por otra parte, cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la misión de la Iglesia " (Id.).

  1. LOS OBSTÁCULOS PERSONALES Y COLECTIVOS

Si la unidad es un valor tan claro y tan urgente, ¿qué es lo que la puede entorpecer? ¿qué torpedea la unidad entre nosotros?
Una mirada a las Iglesias de la época apostólica puede ayudarnos a encontrar la respuesta a estas preguntas.

1. La Iglesia de Corinto: La absolutización de los carismas y el protagonismo de los líderes
La división fue un problema grave en la Iglesia de Corinto. Cuando Pablo llegó a esta ciudad, encontró una iglesia dividida en partidos y grupos, cosa más propia de las escuelas filosóficas de la época   confundiendo a los misioneros cristianos con los predicadores de filosofías morales o con los propagadores de las sectas religiosas, se referían a los predicadores preferidos por cada uno de modo antagónico, dando con ello lugar a la fragmentación de la Iglesia en pequeños grupos en tomo a determinados líderes. Ni el mismo Pablo escapó a este problema, pero, tan pronto como lo advirtió se lo sacudió de encima.
Así lo denuncia al comienzo de su primera carta a los cristianos de esta ciudad:
"Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, os ruego que estéis de acuerdo y que no haya disensiones entre vosotros, sino una perfecta concordia  de pensamiento y opinión... Por gracia de Dios vosotros sois de Jesús el Mesías, que se ha convertido para vosotros en sabiduría de Dios y justicia y consagración y rescate... Quien se gloríe que se gloríe del Señor" (1Cor 1,10-13.30-31).
La psicología de grupos nos enseña que, entre los mecanismos de cohesión interna, está marcar diferencias con otros os similares exaltar al líder. Es un recurso que explica el problema denunciado por Pablo y en el que, con frecuencia, caemos dentro de la Iglesia. Pero lo significativo de aquel hecho es la actitud que adopta el apóstol: se niega a entrar en ese Juego de divisiones y protagonismos.
    La experiencia de Corinto nos hace ver que la absolutización del propio carisma y el protagonismo y falta de verdadero sentido eclesial de los líderes y dirigentes de los grupos es un factor de división dentro de la Iglesia. Lo que debería ser un factor de enriquecimiento mutuo —la pluralidad—, se convierte en causa de división y enfrentamiento por culpa de líderes más llenos de sí mismos que del Espíritu de Jesús.
Frente a esto, Pablo deja claro que Cristo es el único mesías, el único maestro que enseña la sabiduría de Dios, el único salvador. Nadie puede atribuirse gloria alguna en la salvación porque la única gloria es de Cristo. Pablo está aquí en perfecta sintonía con lo que recoge san Mateo en el discurso de Jesús contra los fariseos: "Vosotros no os hagáis llamar rabbí.. Y no llaméis padre vuestro a nadie... ni os dejéis llamar maestros... " (Mt 23,8-10).
Nadie puede absolutizar su propio carisma porque eso lleva, primero, al desprecio y, luego, al rechazo de otros carismas. De ahí surge la lucha entre nosotros y la división. Y cuando la Iglesia se divide es Cristo quien lo sufre
La invitación del Papa a los creyentes en este tiempo de guerras y enfrentamientos es clara:
"A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis... iAtención a la tentación de la envidia! iEstamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con losfrutos ajenos, que son de todos " (EG 99).

2.Los gálatas: El fanatismo
¿Por qué ocurre esto? La experiencia de las Iglesias de Galacia puede ayudarnos a encontrar la respuesta.
Pablo había misionado la zona fundando en ella varias comunidades formadas en su mayoría por cristianos procedentes del paganismo. Más tarde, se presentaron allí cristianos de origen judío que pretendían imponer a todos los convertidos la circuncisión y los preceptos de la Ley mosaica. Se trataba de los judeocristianos, un grupo que, condicionado por su experiencia en el judaísmo, tenía una visión muy particular de la fe cristiana en la cual la figura de Moisés y la Ley eran prioritarias con relación a Cristo y al Evangelio. Y no sólo eso, sino que, además, pretendían imponerla a los demás.
Pablo se les opuso desde el primer momento argumentando que, si la justificación se alcanza por el cumplimiento de la Ley, en vano ha muerto Cristo (Gal 2,21). Estos cristianos hicieron de Pablo su gran enemigo e iban a las comunidades por él creadas descalificándolo, atacándolo e incluso persiguiéndolo (Gál 5,11). Pero no consiguieron abatirlo. En su carta, habla de falsos hermanos, intrusos, que se infiltran para expiar la libertad de que él goza (Gál 2,4 5).
Ése fue el hecho con el que Pablo tuvo que enfrentarse, pero ¿cuál es el mal de fondo que refleja esta conducta?
El problema de los judaizantes fue hacer un absoluto de su interpretación del cristianismo y pretender Imponerla a los demás. Nadie en la Iglesia primitiva les negó el derecho a compatibilizar su fe judía con su fe cristiana. Fueron ellos los que negaron a los demás el derecho a ver las cosas de otra manera. Estamos ante un evidente caso de fanatismo religioso.
El fanático vive un proceso de fijación mental en algunos elementos de la fe. Dichos elementos pasan a ser nucleares y desplazan a todos los demás. Están tan llenos de su propio punto de vista que son incapaces de reconocer otros. Por eso, primero descalifican otras opiniones y, luego, en una absurda pretensión e ser ellos y sólo ellos la Iglesia, hasta el punto de pensar que el que los abandona o los rechaza abandona o rechaza a la Iglesia y, por tanto, a Jesucristo.
En estos casos, no es el evangelio de Cristo el absoluto irrenunciable, sino una visión concreta, histórica y, por tanto, limitada del mismo.
Frente a éstos, Pablo proclama con todas sus fuerzas: "Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no os dejéis atrapar de nuevo en el yugo de la esclavitud” (Gál 5,1).

3.Las actitudes personales
Además de los problemas institucionales, hay una serie de actitudes personales que también contribuyen a la división. Es interesante esta clarificación porque las actitudes de los grupos muy frecuentemente son la cristalización de las actitudes de los individuos. En este sentido, es significativa la lista de vicios virtudes que Pablo recoge en Gál 5,1626, al hablar de la vida en el Espíritu frente a una vida según a carne.
Presenta las obras de la carne —las obras de las tinieblas en Rm 13,22— como la expresión de una vida orientada desde un punto de vista puramente humano. Son las acciones por las que el hombre intenta satisfacer la epithymía, es decir, sus propios deseos. Entre éstas, enumera hasta siete actitudes y conductas que constituyen una amenaza para la vida comunitaria: las enemistades, las discordias, los celos, la ira, la intriga, la división y la envidia.
Todas ellas tienen en común ser un ataque a las buenas relaciones que deben existir en una comunidad en la que reina la caridad. Indican, por tanto, una falta de amor en el seno de la comunidad cristiana. Pablo, con ello, está indicando que el cuchillo que desgarra la túnica de la unidad es la falta de amor entre los hermanos.
A esto se refiere el Papa en EG 94 cuando habla de los dos peligros que acechan a la comunidad cristiana debido a la mundanidad: el neo-gnosticismo y el neo-pelagianismo:
"La mundanidad puede alimentarse de dos maneras.
  • Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos.
  • La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar.
En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que, de estas formas desvirtuadas de cristianismo, pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador”.
Y un poco más adelante, añade, refiriendose a las guerras internas en las que éstos se enfrascan: "Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial" (EG 98).

  1. EL IDEAL CRISTIANO
A la luz de lo anterior, preguntamos: ¿Cuál es, en realidad, el ideal cristiano de la  unidad? ¿Qué nos dicen las Escrituras a este respecto?

  1. El amor fraterno, valor absoluto de la comunidad cristiana
Lo primero que hemos de tener claro es que el amor fraterno constituye el gran  valor de la comunidad cristiana. Hay dos pasajes evangélicos que pueden ayudamos a profundizar en el alcance que esto tiene.

El primer mandamiento de la Ley

El primero de ellos es cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento más importante de la Ley.
El relato de Marcos es especialmente significativo (cfr Mc 12,28-34). A la pregunta del escriba, Jesús, citando Dt 6,4-5, responde: "Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser"
Pero, inmediatamente después, añade, citando Lv 19,18: "El segundo es éste: amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos ".
Al unir estos preceptos, Jesús de al a manera, los está equiparando. El escriba reconoce lo acertado de la respuesta y que el amor a Dios y al prójimo es o nuclear de la religión, por encima incluso del culto.  
Viene luego una observación que sólo aparece en Marcos. Dice el evangelista: "Viendo Jesús que había respondido sensatamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios". No le dice que está en el reino, sino que no está lejos. Quiere decir que aún le falta algo para pertenecer a él.
Muchas veces hemos partido de este texto para explicar la esencia de la vida cristiana y hemos predicado que el amor a Dios y al prójimo constituyen lo nuclear del Evangelio. Pero no es eso lo que dice Jesús: él afirma que pensar así es estar cerca del  reino, pero no que en eso consista pertenecer al reino. La pregunta que el escriba le hace a Jesús no se refiere a lo más importante de su doctrina, sino a lo más importante de la Ley Judía.
Pensar que estos dos preceptos constituyen los pilares de la vida cristiana es limitarse a cumplir la Ley. Eso lo hace un buen judío, pero no es suficiente para un cristiano. Para amar a Dios y al prójimo no hacía falta el Evangelio. Ya estaba escrito en el Pentateuco. Para decir eso no hacía falta que se encamara el Hijo de Dios. Por eso Pablo se enfrentó a los judaizantes que defendían la vigencia de la Ley mosaica.

El mandamiento nuevo

El segundo texto, que completa el sentido del anterior, pertenece a la tradición de san
Juan. Aparece en el discurso de la cena.
Jesús está hablando de la necesidad de estar unidos a él, como el sarmiento a la vid, y de cumplir sus mandamientos para permanecer en su amor. En ese contexto dice: "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" . Y añade algo que es una explicación del modo como él ha amado: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos" (Jn 15,12-13).
¿Qué llama la atención de este texto? Primero, que no habla de dos mandamientos sino de uno y, segundo, que ignora el primero, es decir, el amor a Dios  dejando sólo el amor fraterno.
¿Significa esto que el Evangelio es una filantropía donde Dios desaparece para dejar su lugar al hombre? ¿O que Jesús rechaza la dimensión vertical de la vida religiosa para quedarse sólo con la dimensión horizontal?
Esta objeción debieron hacérsela al autor del cuarto evangelio y, por eso, él mismo o uno de sus discípulos salió al frente de la misma en la 1ª de Juan. Toda la carta gira en torno a un pensamiento que se repite varias veces de un modo insistente: no es posible amar a Dios sin amar al hermano (1Jn 4,7-8.12.20).
     En la teología de Juan, no se ignora el primer precepto, sino que se funden ambos preceptos. Esto quiere decir que el único modo  de cumplir el primer mandamiento —el amor a Dios—, es cumpliendo el segundo —el amor al hermano según el modelo de Jesús—. Desde esta teología se entiende que la oración que dirige al Padre sea por la unidad de los suyos, pues la unidad es la expresión del amor.
¿Cómo va a creer el mundo el anuncio del amor si es hecho por una Iglesia dividida?

  1. ¿Qué construye la unidad?

Una vez aclarado que el ideal cristiano de la unidad se fundamenta en el amor fraterno según el modelo que tenemos en Cristo, pasamos a profundizar en lo que ese ideal implica en nuestra vida. Las preguntas que nos hacemos son: ¿Qué construye la unidad? ¿Qué exigencias plantea? ¿Cómo vivirla en la vida diaria de nuestra Iglesia?
También en esto nos guía la Palabra de Dios.
El testimonio de Hch
Los textos de referencia son de sobra conocidos: son los resúmenes que hace Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles sobre el ideal de vida de la Iglesia de Jerusalén, De los tres que aparecen, sólo nos interesan los dos primeros, pues el tercero —Hch 5, 12-16— se refiere a los milagros que acompañan a la predicación del Evangelio.
El segundo de los resúmenes (Hch 4,32-37) contiene una expresión especialmente interesante para el tema que nos ocupa: "El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y alma". El binomio corazón-alma está tomado del Dt 10,12 [cfr también 11,13 y 6,5] donde se refiere al centro más íntimo de la persona humana. Significa que la unidad que vivían estaba arraigada en lo más profundo de cada uno
La  expresión de esta unidad era la comunión de bienes, que no era, como alguien ha dicho, un comunismo de amor, sino la capacidad de disponer con una gran libertad de espíritu de los bienes propios teniendo en cuenta las necesidades de los demás.
Pero el que más nos interesa es el primero de estos resúmenes (Hch 2,41-47) porque recoge las cuatro prácticas de la Iglesia de Jerusalén. El texto de Hch está muy bien elaborado.
Comienza y termina con una inclusión que delimita perfectamente el texto (cfr 2,41.47b). Luego, hace un breve compendio en el que enuncia de modo sucinto cuatro conceptos que va a explicar a continuación: "Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones" (2,42). Luego desarrolla cada uno de estos conceptos (2,43-46).
Veamos su significado.
  1. La enseñanza de los apóstoles.
En un momento en el que aún no existe el NT y los evangelios se están escribiendo, esa enseñanza posiblemente sea la predicación de los apóstoles sobre Jesús. Se trata, posiblemente, de una profundización sistemática en las enseñanzas de los testigos de la fe porque ellos son el único medio para llegar a Cristo. Su predicación va acompañada con signos. Resuena aquí el doble envío de Jesús: antes de su muerte (Cf LC 9, 1-2) y una vez resucitado (Hch 1,8).
Estamos ante el primer factor de cohesión de la comunidad cristiana: todos están empeñados en la misma tarea, que consiste en anunciar lo que han recibido con la conciencia de que el poder de Dios actúa en ellos. Están de acuerdo en que todos han recibido una herencia que han de conservar y transmitir. Esa herencia es continuar la misión de Jesús. Tienen, por tanto, la misma meta, Todos comparten el único objetivo.
Los intereses personales o de grupo —que, dicho sea de paso, muchas veces se enmascaran de evangelio— quedan en segundo plano y el primer plano lo ocupa el trabajo por el Reino de Dios. No hemos sido llamados a trabajar cada uno en una parcela o en una viña de nuestra propiedad, sino en la viña del Señor. La unidad es imposible cuando se frnciona con una mentalidad sectaria y esa mentalidad existe cuando es más importante el gupo o movimiento apostólico al que uno pertenece que la Iglesia, cuando el carisma propio prevalece sobre el evangelio, cuando la propia visión de las cosas es incuestionable.
Lo que dice el papa Francisco sobre la diversidad cultural puede aplicarse a toda la Iglesia: "Bien entendida, la diversidad... no amenaza la unidad de la Iglesia " porque ésta es obra del Espíritu y su fundamento es la Trinidad (EG 117).
    b)     La comunión.
Este concepto, que pertenece al vocabulario paulino, significa el vínculo que se crea enfre las personas cuando participan en una tarea común. Es la participacion o que crea el vínculo. Para Pablo ese vinculo es el Espíritu. Así lo afirma cuando habla de los carismas (1 Cor 12,4-6).
No se trata, por consiguiente, de la comunión espontánea de gente animada por los mismos sentimientos o intereses con el fin de favorecer el crecimiento religioso de cada uno, sino de una realidad concreta, de una poderosa actuación salvífica de Dios en cada uno. En última instancia, la comunión es Cristo que sigue viviendo en la comunidad y creando vínculos de vida entre sus miembros mediante el don continuo de su salvación.
 Al ser el mismo el Espíritu que habita en cada uno, los frutos que produce son un bien común. Una es la fuente y uno el destino. La comunión de bienes de la que habla Lucas en Hch 4,44 —"lo tenían todo en común"— no es sino la expresión externa de esta convicción. Por consiguiente, lo importante no es el modo de compartir, sino desde donde se comparte.
  1. La fracción del pan.
El pan era la forma de referirse a la comida y la fracción del pan era el rito con el que ésta empezaba. En ambos casos, se habla de compartir la mesa. Sin embargo, muy pronto, los cristianos empezaron a llamar así al banquete eucarístico (cfr 1 Cor 10, 16; Hch 20,7).
¿Es ése el sentido de este texto de Hch? No está claro, porque, si bien es cierto que el autor establece una diferencia entre partir el pan y comer juntos, también lo es que lo hacen diariamente y no parece que, en esa época, se reunieran todos los días para celebrar la Eucaristía. En cualquier caso --eucaristía o comida común—, sí parece cierto que compartir la mesa era uno de los signos de comunión de la Iglesia de Jerusalén.
Pero ¿qué sentido le daban a esto? Porque reunirse para comer no es algo que haya empezado en la historia y costumbres a partir de la aparición del cristianismo. No era el hecho de reunirse, sino el significado que le daban a esa práctica lo que los identificaba como cristianos.
El sentido es recogido por Pablo cuando critica a los de Corinto sus asambleas (1 Cor 1 1, 17-34). Cada uno se pone a comer de lo suyo tan pronto como llega y, mientras unos pasan hambre, otros se emborrachan (v 21) para vergüenza de los más pobres (v 22). No se puede humillar al hermano subrayando las diferencias como, si a los ojos de Dios, hubiera diversas categorías de personas en función de lo que poseen.
La comunión de bienes materiales y espirituales se convierte en un factor de unidad cuando responde a un sentimiento profundo de fraternidad, que se construye sobre la conciencia de que el ser de cada uno está por encima de su poseer.
  1. Las oraciones.
La comunidad de Jerusalén se mantenía fiel a las costumbres religiosas judías. Todavía no parece haberse producido la ruptura entre el judaísmo y el movimiento surgido con Jesús.
El dato es importante porque, en Lucas, el universalismo está muy presente. Si subraya la vinculación con el pasado judío, posiblemente sea para establecer lazos de unión entre las dos tendencias presentes en la Iglesia primitiva: la judeocristiana, capitaneada por Santiago, y la helenista, defendida por Esteban y, más tarde, por Pablo.
La diversidad de interpretaciones dentro de la Iglesia y la pretensión de Imponer a los demás la propia visión no es un asunto nuevo. Pablo, en varias ocasiones, sale al paso de las tensiones que esto creaba. A título de ejemplo, en Rm 14, establece unos criterios que siguen siendo hoy de gran utilidad:
1º) Acoger al débil en la fe, sin discutir sus razonamientos ni juzgarlo, pues cada uno dará cuenta de sí mismo a Dios (v 1-13a).
2º)     Evitar poner tropiezos o escandalizar al hermano. Por el contrario, hay que favorecer la paz y lo que contribuye a la edificación mutua (v 13b-19).
Siglos más tarde, parece ser que es san Agustín quien sistematizará esto con un principio ampliamente conocido y clarificador:  "In necesariis, unitas; in dubio, libertas e in omnibus, charitas". En los asuntos esenciales, unidad; en los dudosos o secundarios, libertad; y, en todas las cosas, amor.
La diversidad de puntos de vista, enfoques, opciones, espiritualidades, etc. se convierte en un problema cuando, en lugar de ser vista como riqueza de la Iglesia y  manifestación del Espíritu, es vista como mérito propio, pues lleva a la competencia y a la confrontación con todo el que no comparte ese don o carisma. Pero hay que reconocer que el problema no surge porque se piensa diferente, sino cuando algunos menosprecian, descalifican o atacan otros puntos de vista con la intención de imponer el suyo propio como único legítimo.  
El Papa Francisco, en EG 1 17, enuncia unos criterios sobre la diversidad a propósito del pluralismo de culturas dentro de la Iglesia, que son perfectamente aplicables al tema de la diversidad en el seno de la comunidad.
  1. El Espíritu Santo transforma nuestros corazones y nos hace capaces de  entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo.
  2. Él es quien suscita una múltiple y diversa riqueza de dones y, al mismo tiempo, construye una unidad que nunca es uniformidad sino multiforme armonía que atrae.
  3. La evangelización reconoce gozosamente estas múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia.
  4. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero, a veces, en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador.

En este punto, hay que tener en cuenta que la comunión se construye siempre sobre lo esencial. Los matices y elementos secundarios no pue en ser colocados "junto a" o "en lugar de" lo fundamental. Cuando se da a todo el mismo valor, no se revaloriza lo secundario o periférico, sino que se devalúa lo esencial o central. Cuando todo es importante, nada lo es.

El testimonio de Juan y de Pablo

  1. San Juan utiliza la metáfora de la vid y los sarmientos para hablar de la unidad  Jesús advierte: "sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Esto significa que la unión entre nosotros no es posible si no nos unimos en Cristo. San Pablo lo afirma directamente cuando dice a los gálatas: "Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús " (Gál 3,28).
Si Cristo no nos une, nuestra unión será siempre frágil. Y al revés: la debilidad de la unión entre nosotros es signo de la debilidad de nuestra unión con Cristo. Convertirse a la unidad es convertirse a Cristo. Al resucitado se le reconoce en Emaús, pero sólo se le encuentra en Jerusalén donde permanece el grupo de los discípulos (LC 24). Por eso vuelven.
  1. Pablo, por su parte, aborda en varias de sus cartas el tema de la unidad y para ello utiliza el símbolo del cuerpo.
  • En Rm 12,4-6 insiste en la necesidad de que cada uno ejerza su propia función  Está hablando de la responsabilidad que cada uno tiene y que ha de asumir para bien del conjunto. La unidad no consiste en que todos lo hagan todo o hagan de todo, sino en que cada uno haga su tarea en conexión con los  demás.
  • En I Cor 12 amplía esta idea.  Al hablar de los carismas, dice que es el Espíritu el  que los asigna a cada uno según su voluntad (v 11) para el bien común (v7) y advierte que, por encima de ellos, hay un camino mejor: la caridad (13, 1-13). Según Pablo, la unidad se manifiesta en el servicio mutuo, que siempre ha de estar inspirado por el amor. Por tanto la tarea que cada uno realiza es un servicio a Cristo y a sus miembros.
  • En la carta a los Efesios —un verdadero tratado de eclesiología—, Pablo utiliza el mismo símbolo para hablar de las actitudes que han de inspirar las relaciones interpersonales.
En la primera parte de la carta, el apóstol establece el principio de que Cristo ha unido a los que estaban separados, derribando lo que separa a los hombres —la hostilidad— (2,14.16) y creando en su persona una sola y nueva humanidad en paz (2,14-15). Todos —judíos y gentiles— "son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa" (3,6).

La segunda parte de su carta es una exhortación a vivir de acuerdo con todo  esto. Aquí Pablo, a diferencia de ICor, no presenta la unidad como algo que es necesario restablecer, sino como un ideal que se deriva de la condición misma del cristiano (Ef 4, 1-4.15-16). Llama la atención que la unidad que él reclama a los cristianos no se refiere a sus relaciones con     Dios o con el prójimo, sino a sus relaciones con la Iglesia y en la Iglesia; y también que ésta sea la realización de la esperanza.
Según esto, la desintegración de la unidad sería un signo de la desesperanza de los miembros de la Iglesia.

3.    ¿En qué consiste la unidad según Pablo?

Cuatro son las conductas que él reclama a los cristianos de Éfeso.
    1ª)     Actuar con humildad y modestia.
    En la relación de unos miembros con otros, sólo lograremos un mismo corazón y alma en la medida en que cada uno renuncie a la arrogancia, se deje llevar por la modestia y no entrando en  es la manera de sentir y comportarse de quien tiene más en estima al otro que a sí mismo, sin que él, apreciando y reconociendo los dones que Dios ha dado a los demás y a uno mismo.
Pensar y sentir unánimemente no consiste, por tanto, en pensar todos lo mismo, sino en buscar todos lo mismo, en estar orientados todos a lo mismo, dejando aparte la ambición en cualquiera de sus formas.
Y, junto a la humildad, la mansedumbre, la dulzura, la apacibilidad, un comportamiento amistoso con los hermanos, sin buscar riñas ni encolerizarse, evitando la acritud. Son los mansos los que heredarán la tierra (Mt 5,5).
Ésta es, por tanto, la primera conducta de quien ha respondido a la llamada de Dios y vive en la esperanza: que, con genuina humildad, tenga en más estima a los otros que a sí mismo y que, con mansedumbre, les haga sentir su bondad.
En esta modestia personal, nada llamativa pero decidida, por la que una persona se pone a disposición de Dios y del prójimo, actúa la esperanza. Porque, en ella, el que espera está anhelando algo para sí mismo y para el otro que hace que sea improcedente toda primacía y todo querer pasar por delante de los demás.
    En esa actitud callada —de apartar los ojos de sí mismo y de ponerlos en el otro y en Dios— y en esa mansedumbre — que con amor acalla la severidad—, ha penetrado la esperanza en que se encuentran los llamados.
Además: en la humildad y en la mansedumbre que, por amor a Dios, estima a la otra persona como superior y digna de aprecio, se fundamenta y se prepara a unidad de todo el conjunto.
    2ª)     Actuar con paciencia, con longanimidad.
La paciencia a la que se refiere Pablo es la paciencia de Dios que contiene su justa cólera y su juicio y concede una oportunidad al arrepentimiento (Ez 18,21; Sab 12,19). Se manifiesta en el perdón y la reconciliación. Normalmente va unida a la magnanimidad por que un gran corazón siempre es paciente. Es en ella donde comienza el movimiento hacia la unidad y donde se manifiesta ya de manera incipiente esa unidad.
    3ª)     Soportarse unos a otros con amor.
No se trata de soportarse con resignación o con secreta repugnancia. Es una conducta recíproca que implica la aceptación mutua, la comprensión y el perdón por amor. Cada uno de nosotros ha sido llamado a hacer sitio —dentro y fuera de sí— al otro para que sea quien es y para quererlo como es. Esto no quiere decir, evidentemente, que no haya límites a la conducta como si el respeto mutuo implicara la arbitrariedad, el subjetivismo y el relativismo. Pero sí supone la prontitud para dejar pensar al otro como a él le parezca y apreciarle en el sentido que, aunque no se comparta su modo de pensar, no por eso se le juzga ni se le rechaza.
4ª) Finalmente, la cuarta conducta es esforzarse por conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz.
No se trata de conseguir algo que no se tiene, sino de conservar el don recibido. La unidad de la que habla es la unidad de la Iglesia, unidad que crea y conserva el Espíritu. Se trata de no destruir la obra del Espíritu que se manifiesta en la paz. Sólo conservando la unidad viviremos en paz y sólo conservando la paz viviremos unidos.

5. LA UNIDAD QUERIDA POR JESÚS   
Llegamos al final, retomando la oración de Jesús en la cena (Jn 17), a la que ya hemos hecho referencia.
Esta oración consta de un prólogo, en el que Jesús pide al Padre que se realice la obra de la salvación (v 1-5) y un epílogo en el cual le pide que honre a los que le han reconocido (v 24-26).
Entre uno y otro, la oración se divide en dos partes: en la primera, ora por la comunidad presente y pide para sus discípulos que sean consagrados en la verdad (v 619); en la segunda, su oración es por la comunidad del futuro "por aquellos que creerán por sus palabras " y pide para ellos el don de la unidad (v 20-23).
Veamos más detenidamente su contenido ya que somos parte de ese futuro por el que Jesús ora.
"No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti; que ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,20-23).
Estas palabras están cargadas de contenido y de exigencia para nosotros y debemos hacerlas nuestras sobre todo en el momento histórico que estamos viviendo.
  • Ante todo, vemos que Jesús asume que la fe de cada generación cristiana nacerá  de la palabra de la generación anterior —"los que de creer en mí por su palabra Pero esa palabra sólo será aceptada or el mundo si va respaldada por el testimonio de la unidad.
  • El modelo de referencia de la unidad de los discípulos no es ninguna realidad humana, sino la unidad de Jesús con el Padre —"que sean uno como nosotros” —.
  • Y no sólo es el modelo de referencia, sino también su fundamento —"Yo en ellos y tú en mí"—. Por tanto, la Imidad de los creyentes sólo es posible gracias a Cristo: el Padre ocupa el centro de su vida y él, con el Padre, el centro de la vida de los creyentes.
  • La consecuencia de esto es que el mundo creerá en Jesús como enviado del Padre y se sentirá amado con el amor con que es amado Jesús.
Nuestra responsabilidad en esta hora no es otra que anunciar el Evangelio de Jesucristo, "dar testimonio del amor salvador de Dios que se ha manifestado en él" (EG 36) y hacerlo desde la unidad porque sólo así será creíble nuestro anuncio.
Esa unidad está fundada en Cristo, no en opciones personales o de grupo; tampoco en la militancia en un determinado movimiento o en el seguimiento de tal o cual líder. Si el raquitismo espiritual, la falta de sentido eclesial o la miopía intelectual nos impide construir la unidad de la Iglesia que somos en Cristo y con Cristo, estaremos abortando el nacimiento de la lglesia del futuro.  
    La advertencia de Pablo a los gálatas también es para nosotros: "!Cuidado! Mordiéndoos y devorándoos unos a otros, acabaréis por destruiros" (Gál 5, 15). Si no conservamos la unidad, la Iglesia se acabará con nosotros en este lugar, habremos enterrado el talento de la fe bajo la tierra de nuestros egoísmos, orgullos y rencores y vendrá el Señor y nos la arrebatará y se la dará a un pueblo justo que dé el fruto esperado porque "al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene" (Mt 25,29).
Más radical es el Apocalipsis. A la Iglesia de Éfeso, a la que se le recrimina haber dejado enfriar el amor primero, se le insta a cambiar de actitud y volver a la conducta primera. De lo contrario, su candelabro será arrancado de su puesto, será apartado de la presencia de su Señor (Ap 2,5).

CONCLUSIÓN

Y termino.

El Consejo Pastoral Arciprestal surge —como se indica en el Estatuto Marco— como instrumento de comunión para la misión.
  • Es un instrumento un medio. No agot42 por tanto, su sentido en sí mismo, sino que lo a quiere en la frnción que desempeña.
  • Esa función es crear comunión entre el Consejo Diocesano y los Consejos Parroquiales (func. 1), entre los agentes de pastoral (func. 4) y con los órganos de gobierno y pastorales diocesanos (func. 5).  
  • Y todo ello en orden a la misión.
                    
La misión es lo que determina todo el quehacer de la Iglesia, es su razón de ser.  Pero la misión ha de ser llevada a cabo desde la comunión para que el anuncio llegue a todos y el mundo crea.
Por eso, en la Iglesia, todo está al servicio de la comunión.

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