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domingo, 4 de febrero de 2018

REFLEXIÓN DE DON MANUEL

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

           “Todo el mundo te busca”. Le dicen Simón y sus compañeros a Jesús. También nosotros le buscamos, venimos a su encuentro cada Domingo. Y es que quien entra en contacto directo con Jesús de Nazaret cambia su vida, ya nada vuelve a ser lo mismo…
         Así lo venimos comprobando en los Evangelios de estos Domingos. Hoy se nos ha narrado la curación de la suegra de Pedro con estas palabras: “Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó…”
          A lo largo de su vida, Jesús fue testigo ocular de grandes tragedias, sufrimientos y dolencias; del panorama desolador del hombre. A Jesús no le fue ajeno el dolor de los hombres y mujeres con quienes vivió y se relacionó: La suegra de Pedro, enfermos de todo tipo, endemoniados y poseídos. Para todos tuvo una palabra, un gesto y una atención.
          Ninguna pedagogía como la suya para desterrar y dejar atrás camillas, muletas, bastones o sillas de ruedas. Su fuerza era arrolladora, Inyectaba vida y confianza en el hombre enfermo… Por eso, ·”la población entera se agolpaba a su puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males”. Jesús es el hombre que cura, sana, salva y levanta de la postración. Es el hombre que fascina, que admira, que resucita las ganas de vivir a cualquiera que se cruza en su camino. “Sintió lástima de ellos, se le abrieron sus entrañas de misericordia”. “Cristo tomó nuestra dolencias y cargó con nuestras enfermedades”
          Esa fue, es y será su misión y tarea: salvar al hombre, aplicarles la mejor medicina: el amor divino. ¡Ofrecer gratuitamente calidad de vida! Es la respuesta de Dios al sufrimiento y al mal en el mundo y en el hombre. Dios no se queda quieto, indiferente, ni resignado ante el mal. Jesús nos invita simultáneamente a luchar  contra el mal y a poner nuestro destino en las manos de Dios. Es la respuesta del Salmo 146 que se convierte en nuestra plegaria: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados”.
          La reacción de la mujer curada, como la de tantas personas curadas por Jesús fue ponerse a serviles. Es como la conclusión de la vocación del
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discípulo: El que ha comprendido en profundidad el mensaje de Jesús, se convierte él mismo en quien proclama y vive radicalmente la entrega generosa a los demás.
          Así lo entendió y vivió su apóstol Pablo que decía“¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! No tengo más remedio”. Pablo ha tenido la experiencia profunda de la misericordia gratuita de Dios. Esta experiencia lo ha cambiado y lo ha fortalecido ante cualquier dificultad que se le presente. Pablo ha entendido que entregarse al servicio del Evangelio, al anuncio del amor compasivo y misericordioso de Dios en Cristo, es lo mismo que experimentar el gozo de la salvación.
          Nuestra vida, la vida de todo cristiano, ¿no debería ser lo mismo? Por eso, deberíamos preguntarnos: ¿Es así mi vida: aliviar, curar, ser medicina para el dolor ajeno? ¿Siento que mi fe es fuente de consuelo y fortaleza en mis momentos de dolor, angustia y prueba? ¿Qué dolor produce en mí el sufrimiento de las demás personas?
         Hoy, miles, millones de ojos siguen clavando en ti su mirada, Señor; aguardando un gesto, un alivio, mejora en vidas tan destrozadas y exprimidas. Sus oraciones y plegarias solo piden ¡salud y vida en abundancia! Yo, por mi parte, solo pedirte que el dolor del mundo, de mis hermanos los hombres, nunca me sea indiferente. Su grito y dolor te los presento hoy… y contigo y por ti a Dios Padre, cuya voluntad es que todos sus hijos tengan vida y vida abundante.  ¡Oh, Señor! Bálsamo, aceite, óleo sanador para nuestro mundo.

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