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sábado, 27 de enero de 2018

REFLEXIÓN DE DON MANUEL

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B
          Celebramos un nuevo encuentro con la persona de Jesús, a quien vamos conociendo mejor. Siguiendo al Evangelista San Marcos, después de la vocación de los primeros discípulos, nos encontramos hoy con la descripción de cómo Jesús enseñaba al pueblo su doctrina y proclamaba su mensaje: El Evangelio nos ha dicho que lo hacía “CON AUTORIDAD”. Convendría que reflexionemos sobre el sentido que tiene para nosotros la autoridad de Jesús y también sobre la manera cómo la Iglesia, nosotros los cristianos, debemos ejercer nuestra autoridad, toda ella derivada de la de Jesús.
       A.- La autoridad de Jesús, de su Palabra. Se nos presenta Jesús actuando en la sinagoga de Cafarnaúm y sus oyentes “quedaron asombrados de su enseñanza porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”.
         ¿Como enseñaban los letrados? Se limitaban a repetir lo que estaba escrito, sin ninguna convicción personal. Jesús mismo los había acusado de que “hablaban correctamente, pero no vivían los que decían”
       1) Jesús habla por si mismo, como quién tiene la verdad y la proclama, en virtud de la conciencia que tiene de trasmitir la misma voluntad de Dios: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”.
       2) La autoridad de Jesús está unida a su vida, a su modo de proceder: libre e independiente, no atado a poder alguno. Por eso sus enemigos le decían:“Maestro sabemos que eres sincero y que enseñas de verdad el camino de Dios y no te importa de nadie, pues no miras la personalidad de los hombres”
                                                      
       3) Su doctrina era nueva; así lo captaba el pueblo. Frente al legalismo de la religión oficial, él predicaba el amor y ponía al hombre por encima del sábado. Apuntaba a una vida nueva y a un mundo nuevo. No era un repetidor, sino un creador, en su hablar y su vivir. Irradiaba una fuerza nueva, interpelaba, hacía definirse; era un verdadero desafío para aquella sociedad y sus dirigentes.
       4) Jesús enseñaba y lo vivía: Su palabra era eficaz y liberadora. El pueblo contemplaba como Jesús expulsaba a los demonios y les hacía callar. Ante la enfermedad y el mal, el poder de Jesús brillaba como sobre humano y divino. El poder de Dios estaba en Él.
      B.- Hoy día: Así lo sentimos y proclamamos cantidad de cristianos a través del tiempo y también hoy en nuestro mundo. Su  Palabra tiene autoridad hoy. Es eficaz, es liberadora. Los que la hemos experimentado, no podemos limitarnos solo a admirar a Jesús, como sus contemporáneos. Debemos tener la misma autoridad de Jesús.
           Por el bautismo, somos profetas en el Pueblo de Dios. Siempre que hablamos en nombre de Dios, siempre que somos fieles a su Palabra, hablamos con autoridad. No con la nuestra. Es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras; Dios está hablando a través de nosotros. Siempre que catequizamos, conversamos, damos testimonio de nuestra fe, es el mismo Dios el que está hablando, actuando a través de nosotros, y nuestra palabras y gestos participan (deben participar) de aquella autoridad con que hablaba Jesús. En la Eucaristía la Palabra se hace carne, nos enardece su testimonio… 

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