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domingo, 30 de abril de 2017

REFLEXIÓN DE DON MANUEL

DOMINGO III DE PASCUA CICLO A
 
EL ENCUENTRO CON CRISTO RESUCITADO CAMBIA LA VIDA
 
                          Queridos hermanos: El encuentro con Jesús Resucitado cambió la vida de aquellos dos discípulos de Emaús. Caminaban tristes, sin esperanza, sin ilusión... Y ahora, después de reconocerle, por fin, en la fracción del pan, se les abrieron los ojos, su corazón se llenó de esperanza y corrieron llenos de alegría hacia la comunidad, a dar testimonio de su experiencia. Y se encontraron con una comunidad llena de la buena noticia: “Es verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido”.
 
                          También es admirable lo que le pasó a Pedro. Hacia pocos días que había negado a Jesús... Pero ahora su cobardía se había convertido en un valiente testimonio ante todo el pueblo: “Os hablo de Jesús Nazareno... vosotros lo matasteis en una cruz, pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte”.  
                          Esa es también la razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, de la alegría y del compromiso de vida de todos los cristianos. Como nos ha dicho San Pablo“Por Cristo, vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloría, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza”.
 
                            Hermanos, ya estamos en la tercera semana de Pascua. Podemos preguntarnos, si se nota. Si nuestros familiares, vecinos y compañeros... notan que Cristo nos ha comunicado su vida, su energía, su dinamismo pascual. ¿Vivimos con ilusión, con esperanza... o nos dejamos dominar por la pereza, el cansancio, la tristeza, la desilusión...? ¿Estamos ya en Pascua o nos hemos instalado en una perpetua Cuaresma?
 
                          El testimonio de San Juan Pablo II, y de tantos cristianos, testigos de Cristo nos invitan siempre a mirar con ojos filiales, de confianza a Dios Padre. San Pedro nos lo decía hoy en su carta: “Si llamáis Padre a Dios, tomad en serio vuestro proceder en esta vida”. Si estamos convencidos de que somos hijos en la familia de Dios, que somos “hijos en el Hijo”,porque somos  hermanos en el Hijo Resucitado, eso debería cambiar nuestra vida y llenarla de sentido: de alegría, de amor, de esperanza y de compromiso a la vez...
 
¿CÓMO PODEMOS EXPERIMENTAR LA PRESENCIA DEL RESUCITADO?
 
                          Y nosotros nos preguntamos, ¿cómo podemos encontrarnos con Jesús Resucitado? El episodio de Emaús nos da unas pistas para que también nosotros, que hemos conocido personalmente a Jesús de Nazaret, podamos experimentar de alguna manera el encuentro con él.
 
                          Lo podemos reconocer ante todo en la comunidad reunida. Los dos “volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros”, y el mismo día volvieron a alegrarse con la aparición del Señor a todo el grupo. Jesús les dijo: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo” Cuando nos reunimos los cristianos, sobre todo para celebrar la Eucaristía dominical, debemos sentir la presencia del Resucitado, aunque no le veamos.
                          Además, lo reconocemos y acogemos en la Palabra que se nos proclama. A los discípulos de Emaús, Jesús “les explicó las Escrituras” y luego dijeron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?”. En la Misa, Jesús se nos da primero como Palabra, Comulgamos con él acogiéndole como Palabra viviente, la Palabra hecha Persona que Dios nos dirige. Por eso, cada Domingo volvemos a esta escuela de formación permanente que es la escucha de las lecturas bíblicas, en las que Cristo mismo nos habla y se nos da como luz y alimento.
                         
                             Y, finalmente, reconocemos a Cristo Jesús en la fracción del Pan, en la Eucaristía. Es cuando a los de Emaús se les abrieron los ojos: “Y contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan”. El Señor Resucitado ya no sólo está presente en la comunidad y en la Palabra salvadora de Dios, ahora, el como de su cercanía, se nos da como alimento en ese Pan y ese Vino que él mismo nos aseguró que son su Cuerpo y su Sangre, su misma persona, para que tengamos vida y fuerza para el camino.
                          Son tres direcciones, Comunidad, Palabra y Eucaristía, que se realizan de modo privilegiado cada Domingo, cuando la “comunidad del Señor”, en “día del Señor”, se reúne para celebrar “la Cena del Señor”. Como para aquellos discípulos de Emaús, cuyo encuentro con el Señor sucedió “aquel día, el primer día de la semana”.
 
                  El Domingo es en verdad para los cristianos motivo de fiesta, de alegría, de esperanza, escuela de la verdadera Palabra, motor de energía para toda la semana, encuentro con el Señor Resucitado, que nos anima a seguir viviendo como buenos seguidores suyos en medio de este mundo. De la Eucaristía del Domingo tendríamos que salir a la vida de cada día más motivados, como evangelizadores y testigos en nuestra familia y en el mundo...         

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