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martes, 14 de marzo de 2017

LA VIDA INTERIOR O ESPIRITUAL DEL COFRADE.
 
“... adorarán a Dios en espíritu y en verdad” (Jn. 4,23)
 
           Cuando las Juntas de Gobierno de nuestras Cofradías y Grupos Parroquiales hacemos la revisión del curso, de las actividades llevadas a cabo, observamos que el mayor esfuerzo de todos está centrado en las manifestaciones públicas de las Imágenes de nuestros Titulares, conocidas popularmente como Procesiones. Estas suponen, sobre todo, para las Juntas de Gobierno verdaderos esfuerzos y sacrificios, dada la magnificencia y el esplendor que merecen nuestros Titulares.
 
           Sin embargo, creo que no debemos olvidar que el verdadero culto a Dios es interior, es decir, “en espíritu y en verdad” y que se expresa fundamentalmente en la celebración litúrgica y sacramental y en los frutos de una vida cristiana. Lo importante, pues, para todo cristiano, para todo cofrade, es cuidar la vida interior. Cuando uno cuida la vida espiritual (la oración, la formación, la práctica de los Sacramentos, la caridad...), se mantienen también las expresiones externas religiosas y no tienen el riesgo de reducirse a expresiones estéticas de arte o de cultura, sin su genuino valor religioso.
 
           Si nos situamos básicamente en lo externo, aparece el peligro de la apariencia, del figurar, de la ostentación, de la vanagloria, del sólo ver y oír, de la absolutización de la Imágenes…, quedando en segundo lugar la acogida sincera de la Palabra de Dios y la plena participación en la Eucaristía. Cuando “el parecer” prevalece sobre “el ser” también se hace presente la tentación de relegar las normas litúrgicas, la disciplina de la comunión, e incluso el ejercicio evangélico de la caridad.
          
           Para llegar a la fe en el Dios de Jesucristo, es verdad que puede haber distintos caminos, pero es necesario para todos entrar en el corazón del diálogo de la salvación, acogiendo la revelación de Dios que en la plenitud de los tiempos se ha manifestado en Jesucristo, imagen visible del Dios invisible.
 
           Es necesario, pues, para todo cofrade la formación, la lectura del Evangelio, la acogida del don precioso de los Sacramentos, especialmente de la Confesión y de la Eucaristía, la celebración del Triduo Pascual, que es el centro y el fundamento de  nuestra piedad popular y de toda manifestación religiosa cristiana. ¡Qué hermoso es para un cofrade recibir el perdón de sus pecados de su Señor y luego llevarlo sobre sus hombros padeciendo en la Cruz! ¡Qué alegría da celebrar la Cena del Señor con sus amigos, su Muerte y Resurrección, para posteriormente manifestarlo en nuestras calles y en nuestras vidas!                                         
    
           Es verdad que nuestra Diócesis de Jaén, nuestras Comunidades cristianas y las Juntas de Gobierno de las Cofradías, llevan haciendo un esfuerzo para que todos los hermanos cofrades reciban la formación cristiana que su identidad demanda. Sin embargo, creo que todavía hay cierto desequilibrio entre las fuerzas que dedicamos a lo externo, a las manifestaciones públicas de las Imágenes de nuestros Titulares y los esfuerzos que dedicamos a la escucha de la Palabra de Dios, a la oración, a la celebración de los Sacramentos y a la acción caritativa.
 
           En una sociedad con cierta indiferencia religiosa, secularizada..., como estamos viviendo, resulta necesario desarrollar y seguir potenciando los esfuerzos conjuntos de las Juntas de Gobierno y de sus hermanos cofrades para que la  devoción cristiana tienda a fomentar y a garantizar la armonía y el equilibrio de los signos, de las imágenes sagradas con la Palabra de Dios, con la Liturgia de la Iglesia y con la caridad cristiana.
 
           Quiero terminar esta reflexión con las palabras que en este sentido recoge el Catecismo de la Iglesia, al hablar de la Imágenes sagradas en los números 1.159 al 1.162: “Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente... Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de la Santísima Madre de Cristo y de los Santos... La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grave en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles”       
           
                                   Manuel Peláez Juárez,
                                   Párroco de San Pablo.

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