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martes, 31 de enero de 2017

Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (5,21-43):

EN aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando:
«Con solo tocarle el manto curaré».
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
«Quién me ha tocado el manto?».
Los discípulos le contestaban:
«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “Quién me ha tocado?”».
Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los píes y le confesó toda la verdad.
Él le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor

Reflexión del Papa Francisco

Jairo, el jefe de la Sinagoga, era una persona importante, pero ante la enfermedad de la hija no tiene vergüenza en arrojarse a los pies de Jesús: «¡Mi hijita está muriendo, ven a imponerle las manos, para que se salve y viva!». No tiene vergüenza, no piensa en lo que podrán decir los otros, porque es un padre

¡Para él, lo más importante es la hija! No existe otra cosa. ¡La única cosa importante! Nos hace pensar a la primera cosa que nosotros decimos a Dios, en el Credo: «Creo en Dios Padre…». Nos hace pensar en la paternidad de Dios. Pero Dios es así.

¡Dios es así con nosotros! «Pero, Padre, ¡Dios no llora!». ¡Cómo no! Recordamos a Jesús, cuando lloró mirando a Jerusalén. «¡Jerusalén, Jerusalén! Cuántas veces he querido recoger a tus hijos, como la gallina recoge sus pollitos bajo las alas». ¡Dios llora!

¡Jesús ha llorado por nosotros! Y aquel llanto de Jesús es precisamente la figura del llanto del Padre, que nos quiere a todos en torno a sí.

En los momentos difíciles el Padre responde. Recordamos a Isaac, cuando va con Abraham a hacer el sacrificio: Isaac no era tonto, se dio cuenta que llevaban leña, el fuego, pero no la oveja para el sacrificio. ¡Tenía temor en el corazón! ¿Y qué cosa dice? «¡Padre!». Y de inmediato: «¡Aquí estoy hijo!». El Padre responde.

Así, Jesús, en el Huerto de los Olivos, dice con aquella angustia en el corazón: «Padre, si es posible, ¡aparta de mí este cáliz!». Y los ángeles vinieron a darle fuerza. Así es nuestro Dios: ¡es Padre! ¡Es un Padre!.

[...] Vayamos hoy a casa con este ícono:... el jefe de la Sinagoga, que se arroja ante Jesús, sin miedo de avergonzarse y hacer reír a los otros. En juego estaba la vida de su hija. (Homilía en Santa Marta, 04 de febrero de 2014)

"Señor, concédenos la gracia de las lágrimas, para llorar por nuestros pecados y recibir tu perdón". Papa Francisco

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