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jueves, 8 de diciembre de 2016

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1.26-38):

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

Reflexión del Papa Francisco

María se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento que acoge las palabras del Ángel y dice: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".

Este "hágase en mí" no es sólo aceptación, sino también apertura al futuro: ¡es esperanza! ¡Este "hágase en mí" es esperanza!

María es la Madre de la esperanza.

María no sabía cómo podía ser madre, pero se confió totalmente al misterio que iba a cumplirse, y se ha convertido en la mujer de la espera y de la esperanza.

María es consciente de cómo la misión y la identidad de aquel Hijo, que se hizo Maestro y Mesías, supera su ser madre y al mismo tiempo puede generar temor, así como las palabras de Simeón y su profecía de dolor. Y sin embargo, ante todas estas dificultades y sorpresas del plan de Dios, la esperanza de la Virgen nunca flaquea.

Esto nos dice que la esperanza se nutre de la escucha, la contemplación, la paciencia, para que los tiempos del Señor maduren.

Incluso cuando María se convierte en la dolorosa al pie de la cruz, su esperanza no cede, sino que la sostiene en la espera vigilante de un misterio, mayor del dolor que está por cumplirse.

Todo parece realmente acabado; cualquier esperanza podría decirse apagada. También ella, en ese momento, podría haber dicho, si no hubiera recordado las promesas de la Anunciación: "¡Esto no es cierto! ¡He sido engañada!". Y no lo hizo.

María creyó. Su fe le ha hecho esperar con esperanza en el futuro de Dios. Una esperanza que hoy el hombre no logra tener.

Muchas veces pienso: "¿Sabemos esperar el mañana de Dios, o queremos el hoy, el hoy, el hoy?". El futuro de Dios es para ella el amanecer de aquel día, el primero de la semana. Nos hará bien pensar en la contemplación, en el abrazo del hijo con la madre.

[...] María es, pues, el testimonio sólido de la esperanza presente en cada momento de la historia de la salvación. Ella, la madre de la esperanza, nos sostiene en los momentos de oscuridad, de dificultad, de desaliento, de derrota aparente, en las verdaderas derrotas humanas.

Que María, nuestra esperanza, nos ayude a hacer de nuestra vida una ofrenda grata al Padre Celestial, un regalo alegre para nuestros hermanos, una actitud que siempre mire hacia el futuro. (Mensaje a las monjas benedictinas camaldulenses del Aventino de Roma, 22 de noviembre de 2013)
 "La Iglesia está llamada a hacerse cercana a todas las personas, comenzando por los más pobres y los que sufren". Papa Francisco

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