DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO “C”
Queridos hermanos y hermanas sed bienvenidos a celebrar el Día del Señor, el Día de
los cristianos. Pues el Señor, al tercer día de entregar su vida en la
cruz, resucitó, y desde entonces todos los cristianos celebramos su triunfo
sobre la muerte, que es también nuestro triunfo.
Los cristianos solemos celebrar los acontecimientos importantes de nuestra
vida. Así cuando vamos a comenzar alguna acción de envergadura, solemos pedir
la bendición la protección y la ayuda a Dios para que todo trascurra bien.
Otras veces, aunque menos, solemos darle gracias por los beneficios buenos
que recibimos…
Esta tarde por iniciativa de la Hermandad
de San Isidro Labrador, hemos sido convocados para invocar y pedir al Señor todos unidos que los trabajos de
la recolección de la aceituna en nuestros campos de Baeza se desarrollen con
normalidad y sin sobresaltos; que no haya accidentes y que la cosecha que
Dios no ha concedido este año, sirva para mitigar y cubrir tantas necesidades
por las que muchas familias y personas están
padeciendo.
Hermanos y hermanas, gran titular el que nos ofrece la Palabra de Dios: Nuestro
Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Es el Dios de la vida, de la
esperanza y de la eternidad. Un Dios que ni siquiera en los momentos más
terribles nos va a abandonar
La Palabra de Dios proclamada nos ilumina hoy sobre tres verdades fundamentales
en la vida cristiana: La certeza de la resurrección, sobre la vida de los
resucitados y sobre el camino que conduce a la resurrección.
1.- LA CERTEZA DE LA RESURRECCIÓN.
Hemos escuchado en el testimonio de los hermanos Macabeos: “El Rey del Universo nos resucitará
para una vida eterna”. Y es lógico, pues si creemos en un Dios de la
vida, de vivos y no de muertos, forzosamente hemos de creer en la
Resurrección. Más aún, nuestro Dios, es el Padre de Nuestro Señor
Jesucristo que ha resucitado a su Hijo de entre los muertos; por ello, no
podemos dudar que Él resucitará a todos los que en Jesús y por Jesús son hijos
de Dios. Y no solo eso, la Buena Nueva de la Resurrección satisface la
necesidad más fuerte que experimenta el hombre, la de sobrevivir; y manifiesta
nuestra vocación plenamente realizada de hijos de Dios, ya que si somos hijos,
somos herederos…
2.- LA VIDA DE LOS RESUCITADOS.
Una segunda reflexión es sobre la vida de los resucitados. Jesús dice que no es
una continuación de nuestro mundo. Es totalmente diferente, pues ya no
tienen los condicionamientos de la muerte; por eso no han de reproducirse ni
nacer.
“Serán como ángeles”. Quiere
decir que esta vida nueva no se trasmite por generación humana, sino que se
recibe directamente de Dios. Con el lenguaje humano somos incapaces de expresar
la condición concreta del resucitado.
“Son hijos de Dios”. Nos
reafirma que viven una vida plena, completamente felices, porque Dios es Dios
de vida y felicidad. No podemos saber más. Ya tenemos bastante para mantener
muy viva la esperanza.
3.- EL CAMINO DE LA RESURRECCIÓN.
Nos lo ha señalado bien claro San Pablo: La constancia en “toda clase de palabras y obras buenas”.
No podemos vivir de espalda a la vida definitiva. Nuestra fe en la
resurrección, nos ha de hacer trabajar por la (resurrección) mejora del mundo
actual, a saber:
- Mejores
condiciones de vida, hacer una sociedad más humana y más fraterna; sed constantes
en toda clase de obras buenas, ayudando al
hermano…
- Hacer la vida
posible para todos, con nuestro amor y nuestro trabajo de cada día.
Renunciando a la mentira, la injusticia, al odio, a la maldad; y apostando por
la verdad, la justicia, el amor y la paz…
Hoy debemos preguntarnos,
hasta que punto nuestra fe arraiga en la Resurrección de Jesús y en nuestra
propia resurrección. ¿Es nuestra vida una constante actitud rebosante de
esperanza como la de los hermanos Macabeos, y la de nuestros Beatos Mártires?
¿Nuestros corazones se dirigen a amar a Dios y a esperar en Cristo? Nos podemos
reconocer como seguidores de Jesús, el Señor Resucitado?
EUCARISTIA: Que el pan y el
vino de la vida, que compartiremos, nos ayuden a vivir en esta esperanza de la
resurrección y en la tarea del amor que la hace posible. Dios, nuestro Padre,
nos ama a todos, a todos. ¡Y Él es fiel!
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