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domingo, 20 de noviembre de 2016

REFLEXIÓN DE DON MANUEL PARA EL DÍA DE HOY


SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
       
  Queridos hermanos y hermanas. Hoy culminamos el año litúrgico y el “Año Jubilar de la Misericordia” con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Durante este año la persona de Jesucristo, el Hijo Único de Dios y Señor nuestro, nos ha revelado Dios Padre misericordioso, nos ha donado el Espíritu Santo y nos ha fascinado; sus hechos y palabras nos han admirado. Hoy se nos presenta como Rey Absoluto, Dueño y Señor del universo, el único capaz de dotar de sentido a nuestra existencia y  de disipar nuestros miedos... Y todo desde su lugar de preferencia: la cruz y el calvario que hablan por si solos.

         La Palabra de Dios proclamada y nuestra reflexión nos ayudan a captar que quiere decir que Jesús es Rey, que se entiende por su Reino y lo que supone también para  nuestras vidas.


         1.- DIOS REINA DESDE LA CRUZ.

          La primera lectura nos ha presentado al Rey David, que une bajo su corona a todas las tribus de Israel. Es el Rey de la unidad. Para los judíos,  es el rey por excelencia.

Su persona anuncia lo que el Mesías realizará en plenitud.

         Así Cristo realiza en su persona, pero en la cruz, la unidad perfecta y definitiva del Pueblo de Dios y de todo el género humano. “Dios Padre ha querido fundar todas las cosas en su Hijo muy amado” (oración), “y todo se mantiene en Él” (2ª lectura), gracias a su Misericordia.

         Pero lograr esa unidad en el amor no le ha resultado nada fácil al Hijo: Logra “reconciliar consigo todos los seres por la sangre de su cruz” (2ªlect.) Y eso le ha merecido ser Dueño y Señor. Y lo demuestra en su misma muerte, diciendo al ladrón que agoniza a su lado: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Es en ese momento cuando más se manifiesta la gloria de Dios a los hombres.

         Por ello, Jesús es Vencedor y Señor de la muerte. “Primogénito de entre los muertos”. Él no va sólo al Padre. Con Él va el buen ladrón y van con Él todos los que lo aceptan como Rey y Señor: los pobres y los extraviados, los ladrones y publícanos, las prostitutas..., todos los que desde el abismo de su pecado (pobreza) le claman arrepentidos: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.                                                                  

       Se han abierto las puertas para aquellos que confiesan que el ajusticiado en la cruz y que muere entre dos ladrones, es Dueño y Señor. Es el objetivo que todos los cristianos hemos procurado celebrar y vivir este Año de la Misericordia: “Ser misericordiosos como Dios Padre, manifestado en la persona de Jesucristo”


   2.- CONSTRUCTORES DEL REINO.

        Pues bien, desde esa experiencia del amor misericordioso de Dios, todo el que cree en Él, ha de vivir involucrado en su misma misión: Poner de manifiesto y construir en el mundo la Unidad del Reino que Cristo ha venido a instaurar: El Reino eterno y universal, el Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, el Reino justicia, amor y de paz. 

        ¿CÓMO HEMOS DE HACERLO?

     - Siguiendo el camino trazado por Jesús: Él lo ha hecho con la fuerza del amor, un amor que lo ha levantado en la cruz.

     - Trabajando como Él por la humanización siempre creciente de toda la creación: Es el proyecto permanente de Dios, pues todo trabajo por el Reino pasa por el amor, única fuerza plenamente humana y transformadora.

      - Tengamos en cuenta que es un Reino Universal: Que la Buena Noticia que anunciamos debe tomar cuerpo en todas las civilizaciones y culturas, lejos de nosotros y a nuestro lado: en nuestro pueblo, en nuestro trabajo, familia, grupos...

          - Humanizar este mundo de personas que nos rodea: inyectarle amor, misericordia, es hacer presente en este mismo mundo el Reino de Dios, es “reconciliar todos los seres, haciendo la paz”.

       - Hemos de orar más que nunca y llenarnos de la fuerza de Palabra de Dios y del Pan de la Eucaristía, para con Jesús y en su nombre, poner nuevo color en los corazones de todas las personas.        

       Qué mejores conclusiones que estas para finalizar el “Año de la Misericordia”. Así pues hermanos y hermanas, amemos con el amor de Cristo y hagamos crecer el Reino de Dios Padre entre nosotros. Con la fuerza del Espíritu Santo seamos testigos del amor de Dios Uno y Trino en nuestro mundo.

         En esta Eucaristía, mientras compartimos en la fe y en la esperanza el Pan del Reino, glorifiquemos a Jesucristo, agradezcámosle y pidámosle que aumente nuestra fe, que ahora unidos vamos a confesar.   



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