DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Queridos hermanos: Seguimos celebrando el Año Jubilar de la Misericordia con la
finalidad de “Ser misericordiosos como Dios Padre”. Desde que comenzamos el Año
de la Misericordia en nuestra Diócesis y Parroquias (13 de Diciembre pasado),
hemos realizado y celebrado bastantes actos conmemorativos: Jubileos,
conferencias, celebraciones de la penitencia, encuentros…
Este Domingo, cuando estamos preparando el inicio de un nuevo curso de
pastoral, la Palabra de Dios nos ha presentado de nuevo el tema de la
Misericordia de Dios, invitándonos a la conversión. Se nos invita a vivir
siempre alegres, porque tenemos a un Padre Bueno que siempre acoge y perdona,
el Dios “totalmente otro”, que
abre los brazos, el corazón de par en par y hace la gran fiesta con los hijos
maltrechos por la vida y sus problemas.
Ha sido San Lucas, el Evangelista de los pobres y de la Misericordia de Dios,
quien, a unos fariseos y letrados que se escandalizaban porque Jesús “acoge a los pecadores y come con
ellos”, les contesta con estas tres maravillosas parábolas por todos
conocidas.
Las dos primeras (la oveja perdida y la moneda perdida) nos hablan de
cómo Dios busca y no se cansa de esperar hasta que encuentra al pecador (de
gran valor para Él). Con la del hijo pródigo nos muestra la ternura con que
acoge a los pecadores que vuelven a Él.
Si nos fijamos bien en las tres parábolas sobresale una melodía de fondo, la
alegría de Dios Padre que dice y repite: ¡“Felicitadme! He encontrado…
¡Felicitadme! He encontrado… Habrá más alegría en el cielo…, la misma alegría
habrá entre los Ángeles… Celebremos un banquete… Debemos alegrarnos…”
A mí me ha sorprendido siempre esta expresión: “Un solo pecador que se convierta”.
A veces nosotros soñamos, hablamos de la conversión de muchos. Jesús,
sin embargo, habla de la conversión de uno solo. Uno solo, porque cada uno vale
inmensamente; cada uno causa la alegría de Dios. Y ese solo pecador puedo
ser yo, puedes ser tú, puede ser cada uno de nosotros.
¿Hemos pensado al sentirnos pecadores, que nuestra conversión,
causará esta alegría en el cielo, entre los Ángeles; esta inmensa alegría
de Dios de la que nos habla Jesús?
PENITENCIA Y EUCARISTIA. Según esta Palabra, hoy debemos hacer referencia a dos
Sacramentos, regalos de Jesús a su Iglesia. Ambos son signos de la alegría de
Dios.
El
primero, el Sacramento de la Penitencia o de la alegría del perdón. ¿Lo vemos y
lo vivimos (lo practicamos) nosotros como el sacramento que manifiesta esta
gran alegría de Dios por el pecador que se convierte? ¿Lo vivimos como un
amoroso y alegre abrazo con Dios Misericordioso que quiere que vivamos
con dignidad y alegría permanente de hijos y de hermanos?...
El segundo, la Eucaristía. Jesús comía con los pecadores. También ahora nos
invita a sentarnos a su mesa, a comer unidos su Cuerpo y a beber su Sangre para
sostener nuestro camino hacia la Pascua eterna. Después de comer, llenos
de su amor y de su alegría, nos invita a compartir su vida, su amor y su
alegría con todos los que comparten la vida con nosotros…
No olvidemos que los próximos días 14 y 15 celebraremos la
Exaltación de la Cruz y la Virgen de las Angustias. Celebraremos a Jesús que
carga con nuestros pecados y que muere en la cruz por nosotros. Y junto a la
Cruz está la Virgen de las Angustias, refugio de los pecadores, haciendo el
camino con todos sus hijos, y entregándonos a Jesús muerto en su regazo, para
que también la Madre Iglesia, nosotros, lo entreguemos al mundo para su
salvación. Será un buen compromiso para este nuevo curso que comenzamos.
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