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domingo, 12 de junio de 2016

REFLEXIÓN DE DON MANUEL


DOMINGO UNDECIMO DEL TIEMPO ORDINARIO “C”

     Queridos hermanos: Hace unos días tuvimos la experiencia de disfrutar de la presencia del Hijo de Dios que se quedaba con nosotros para siempre en una comida, en la última cena. La experiencia fue tan maravillosa que le adoramos, le bendecimos y con las mejores galas de la ciudad le cantábamos como el  Amor de los Amores.

     Hoy también se nos presenta a Jesús a la mesa en casa de un fariseo, llamado Simón. Para Jesús las comidas eran momentos no sólo de hermandad (amistad), sino también de revelación de los planes de Dios (de lo que Dios desea.)

     Para entender bien la narración y las actitudes de Simón (fariseo) y de la mujer pecadora, debemos remontarnos a un hecho anterior.  Ambos habían escuchado horas antes a Jesús anunciando el Evangelio, su Buena Noticia. El fariseo se siente interesado e invita a Jesús a comer a su casa, pero mantiene ciertas distancias; no quiere comprometerse demasiado con aquel predicador-profeta; le invita a comer, pero no le tributa las cortesías habituales, que honraban al invitado.

     La mujer, en cambio, al escuchar la Palabra de Jesús se ha conmovido; ha visto que se abría para ella una esperanza de vida distinta: HA CREIDO. Ha creído que, a pesar de su tipo de vida, el amor de Dios que Jesús le mostraba era más fuerte que todo su pecado y que podía ser perdonada.

     Había sabido captar hasta el fondo el amor de Dios: Se ha sentido conocida, valorada, amada, perdonada, estimada… Había sabido captar hasta el fondo el anuncio de la Buena Nueva de Salvación que Jesús hacía y ofrecía.

       El fariseo se siente interesado por Jesús. La pecadora se siente CAMBIADA POR JESÚS. Por eso corre hacia Él y manifiesta su alegría; sus lágrimas más que de arrepentimiento, son lágrimas de alegría, porque aquella mujer que tenía mucho amor, por fin ha encontrado el amor con mayúscula que anhelaba. Por eso, llora de alegría y hace lo que sabe: besar y perfumar a quien es para ella el Profeta que le ha abierto la puerta y el camino de la salvación y de la paz. Y así lo dice Jesús como conclusión: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

     El fariseo (Simón) duda de que Jesús sea un Profeta de Dios, porque se deja besar por una mujer pecadora. Se queda a medio camino en su encuentro con el Señor. La mujer se abre al encuentro con el Señor y ese encuentro  la cambia, la salva, la hace feliz.

     CONCLUSIÓN: Ser cristiano es haberse encontrado personalmente, profundamente con Jesús, nuestro Señor. No sólo más  menos interesados por la persona y la palabra de Jesús (fariseo), sino de algún modo, cambiados, transformados por nuestro encuentro con la persona y la palabra de Jesús.

     La Eucaristía es la expresión perfecta de esta Evangelio: Primero escuchamos su Palabra, después  comemos su Cuerpo, intimamos con Él y salimos transformados, diciendo “Ya nos soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Y al final Él nos dice: “Vete en paz”.

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