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domingo, 5 de junio de 2016

REFLEXIÓN DE DON MANUEL PARA ESTE DOMINGO


DOMINGO DECIMO DEL TIEMPO ORDINARIO “C”

     Queridos hermanos, después de las celebraciones solemnes  de nuestra fe, entramos en el ritmo ordinario de la vida, e iremos siguiendo el Evangelio de San Lucas, que nos ayuda  a situarnos en el corazón de la realidad de muchísimas personas que viven hechos y situaciones profundamente dolorosas. Y descubriremos que con Jesús todo acaba siendo Buena Nueva.

     Una madre que lleva a enterrar a su único hijo

     El Evangelio de este Domingo nos hace notar que la realidad del sufrimiento atraviesa toda la historia humana, y que nadie escapa a esa realidad. Sí, la realidad, la vida es hoy una madre que lleva a enterrar a su único hijo, todo lo que ella tenía como referente para amar, y también para no morirse de hambre… Cuántas historias como esta ocurren en nuestra vida, “ahora que parecía… todo se va al traste”. ¡Qué diálogo tan difícil provoca la vida!, como para tirar la toalla. ¡Cuántas historias totalmente injustas esta generando la crisis!...

    El séquito de la muerte se encuentra con Jesús

     Y Jesús se encuentra con este séquito marcado por la muerte, el dolor y el silencio. Y como uno más se compadeció de aquella mujer y de aquel joven enfrentado a la muerte. Y su ¡no llores! No es un gesto protocolario. En Jesús es el primer paso que busca revertir la situación, un paso que necesariamente conecta con aquel joven atrapado en la muerte; ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! La fuerza de su juventud se rebela contra aquella situación. Y Jesús devuelve a la mujer afligida a quien era el puntal de su vida.

 Jesús es el Salvador.

     La narración evangélica termina diciéndonos que la gente exclamaba “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Y es que Jesús no es el curandero que va repartiendo favores por donde pasa, sino que es el gran Profeta, el Hijo de Dios enviado para anunciar que Dios no quiere el dolor, el llanto, la muerte. Que el destino del hombre no es la muerte sino la vida. Que Dios se conmueve y sufre ante el dolor y la tragedia que padece cada hombre o mujer. Que todo mal… no es su voluntad, sino contrario a su voluntad. Que Dios creó el mundo bueno sin mal. Y así quiere establecer un cielo nuevo y una tierra nueva, sin lágrimas, sin muerte ni luto, sin llanto ni dolor.

     Si, el pueblo de Naín lo comprendió bien: aquello que sus ojos vieron no fue un simplemente un hecho prodigioso, ni un golpe de efecto, ni tan sólo una resurrección. Lo que vieron y sintieron fue a Dios que se había hecho cercano y que había devuelto el gusto de vivir que es un regalo. A la vez nos dan la pista de lo que vivimos en la Eucaristía. Más que un acto que nos ha ido bien, que me ha dado lo que necesitaba, se trata de Dios, que me ha mostrado que es incondicional, que puedo contar con él y que ha ampliado mi vida.

     ¿Qué debemos hacer como discípulos de Jesús?

También nosotros nos encontramos  con hombres y mujeres que lloran, afectados por la enfermedad, la muerte o la desgracia que sea. Como discípulos de Jesús, ¿qué debemos hacer? Lo que hizo el Maestro: Conmoverse, hacer compañía, procurar ayudar, comulgar con el dolor de los hermanos, sentirlo como propio. Sin necesidad de que nos lo pidan, sin querer asumir ningún protagonismo, con sencillez, con amor. Así seremos discípulos de Jesús y haremos que nuestro mundo se abra, por nuestro testimonio, a la bondad de Dios que apuesta por la vida de todos los seres humanos.

     La Eucaristía es el encuentro con Jesucristo, el Señor que nos pasa de la muerte a la vida. Que nos hace vivir nuestras pobrezas con amor y esperanza, siempre como Él apostando por la vida de todos, en especial por los que sufren… 




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