DOMINGO DE RAMOS:
PROCESIÓN
Queridos hermanos. Comenzamos la Semana
Santa, la Semana grande de los cristianos. Y la comenzamos haciendo realidad el
Evangelio que acabamos de proclamar...
Jesús viene de Galilea a Jerusalén para celebrar la Pascua, fiesta que reunía a todos los israelitas para recordar las grandes obras que Dios había realizado a favor de su pueblo: La liberación de la esclavitud...
Con Jesús, gentes de todas partes y, sobre todo, de Galilea, venían a
Jerusalén. Conocían a Jesús, habían escuchado su predicación del Reino, habían
palpado sus milagros, cómo se acercaba a los pobres y los débiles, cómo
plantaba cara a la injusticia y la maldad.
Y todas esas personas que ya le conocían, le aclaman ahora cuando entra en
Jerusalén, mientras que los que no le conocían, preguntan “¿Quién es este?
Nosotros estamos aquí porque conocemos a Jesús. Conocemos su amor. Creemos en
Él; sabemos que Él nos propone un camino de felicidad y de vida. Y por ese
motivo, también nosotros le aclamamos con nuestros ramos y palmas, con nuestros
cantos y nuestras vidas.
Hermanos celebremos muy de veras estos días santos. En ellos se hace presente lo más grande y hermoso que tenemos los cristianos y que Dios nos ha regalado. Que nuestra participación, nuestros silencios, oración... nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor.
El Señor “pasa”. Abrámosle las
puertas de la Iglesia, de cada casa, y de cada corazón; Y dejemos que renueve
en nosotros su marca, su “huella”,
su amor infinito, salvador y eterno.
Dispongámonos a vivir la Pascua con todos los que, como Jesús en la cruz,
gritan a todo el mundo: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Es el grito desgarrador de tantos
hombres y mujeres que sufren y por los que se entrega el mismo Jesús. Entremos
en la Pascua con ellos y dejemos que Jesús entre en nuestras vidas, las
transforme y las fortalezca.
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