MISERICORDIA ES EL D. N. I. DE DIOS Y
DEL COFRADE
Los cristianos, y más aún los cofrades, sabemos por experiencia que el
verdadero rostro de Dios es el amor misericordioso. Que la misericordia es
el carnet de identidad de Dios. Misericordia significa abrir el corazón
al miserable, es la actitud divina que abraza, la entrega de Dios que acoge,
que se presta a perdonar…, y que se ha manifestado en Jesucristo.
El Papa Francisco ha invitado a la
comunidad cristiana universal a vivir
un Año Jubilar en el que descubramos y experimentemos la misericordia de
Dios en lo personal y en lo comunitario.
Los cofrades nos ponemos en camino
esta cuaresma para vivir este Año Jubilar de la Misericordia. Queremos saborear
el amor misericordioso de Dios para con nosotros y para con los demás, pero
también queremos ser Samaritanos, poniendo por obra la misericordia que
recibimos de Dios.
Este año el Señor quiere
sorprendernos; nosotros debemos dejarnos sorprender por su rostro
misericordioso y por su perdón vivo y constante. Estamos llamados a redescubrir
la riqueza del Sacramento del Perdón, a celebrarlo y a ejercitarnos en las
obras de misericordia.
En la vida observamos que todas las
personas somos conscientes de nuestra debilidad humana y de nuestro pecado,
aunque nos cueste reconocerlo y a veces de ocultarlo.
También observamos que nos gusta que nos quieran, que nos quieran tal y
como somos, que nos valoren, que nos perdonen. Y cuando eso ocurre, nos
llenamos de satisfacción, alegría y gozo.
Muchos hermanos cofrades viven una alegría inmensa cada vez que se confiesan;
experimentan que Dios les ama y es misericordioso con ellos, a pesar de sus
infidelidades y de sus pecados.
También experimentamos que la misericordia vivida con el otro aporta una
satisfacción indescriptible tanto en quien la realiza como en quien la recibe.
Lo cierto es que Dios se revela a sí mismo a lo largo
de la Historia de la salvación y se manifiesta en su actuar como es, y lo
que quiere de los hombres que han salido de sus manos libremente y por amor.
Pero fue en su Hijo Jesucristo, el
Dios encarnado, donde se expresa de un modo libre, lo que es Dios. Cristo
manifiesta el rostro de Dios con sus palabras, obras y su vida… Por eso,
contemplando a Cristo estos días, experimentamos el verdadero rostro de Dios.
El Dios misericordioso y compasivo nos sale al encuentro en Jesús de Nazareno
para que nos acerquemos a él, vivamos y acojamos la misericordia que
constantemente nos ofrece.
El Evangelista San Juan nos
presenta a Dios como el amor que se hace patente por su cercanía, compasión,
misericordia, ternura, entrega, búsqueda constante. Pero es San Lucas quien expone de modo
singular la misericordia divina, sobre todo en el capítulo 15. Es el Dios que
acoge, perdona, que no tiene en cuenta el mal, que es paciente, confía, espera
y ayuda con su gracia.
Dios misericordioso ha salido a nuestro encuentro. Y es sólo ese encuentro
misericordioso el que puede transformar nuestras vidas como lo ha hecho con la
vida de tantos santos en la historia.
Clemente de Alejandría decía “Jesús es el único capaz de curar nuestras
heridas, porque corta los sufrimientos de manera absoluta y hasta la raíz”.
Es necesario, pues, que no solo
conozcamos la misericordia de Dios regalada en su Hijo Jesucristo sino que la
experimentemos en carne propia. ¡Qué
hermoso acogerla y celebrarla en el Sacramento de la Confesión!
Seguro
que al vivirla con gozo estaremos dispuestos a comunicárselo a otros para que
puedan descubrir el verdadero rostro de Dios y alegrarse de disfrutar su
misericordia.
D. Manuel Peláez
Juárez,
Párroco S. Pablo.
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