DOMINGO TERCERO
ORDINARIO DEL CICLO “C”
Queridos
hermanos, hace dos domingos, en la Fiesta del Bautismo del Señor, escuchamos la
voz del Padre que nos decía: “Este es mi Hijo Amado. Escuchadle”.
Y decíamos que esa sería nuestra tarea cada domingo, a través de todo el año
litúrgico: Escuchad al Hijo. Tarea que supone no sólo estar atento a su
Palabra, sino poner toda nuestra atención... en Jesús, pues Él, lleno del
Espíritu Santo, es la Buena Noticia del Padre a favor nuestro; es la Palabra
hecha carne que da vida a los hombres, al mundo.
Hoy, pues, de la mano de San Lucas somos también invitados a entrar en la
Sinagoga de Nazaret, en la que Jesús proclama una palabra del A. T., en concreto
de Isaías; una promesa que se hace realidad y vida en Jesús. Toda ella la
podemos resumir en estas palabras: “Me ha enviado para dar la Buena Noticia a
los pobres”. Y el fruto de este anuncio será la libertad, la luz y la
vida como realidad para todos.
Esta fue y sigue siendo la misión de Jesús. Esta es la tarea que asumieron y
realizaron los Apóstoles. Y esta es la misión y la tarea que ahora,
veinte siglos después debemos realizar nosotros: VIVIR Y COMUNICAR LA BUENA
NOTICIA, la alegre y vivificante noticia del amor de Dios para todos los
hombres, ya que todos somos pobres y necesitados de amor, todos somos cautivos
y oprimidos, necesitados de liberación, ciegos necesitados de luz, a quienes
sólo el Evangelio de Jesús permite descubrir la luz que ilumina para hacer
camino.
TODOS NECESITADOS DE LOS DEMAS.
Sin embargo, debemos reconocer que vivir y comunicar esta Buena Noticia de
Jesús NO ES FACIL. Y que además hay un modo imposible de intentarlo, de
realizarlo: QUERERLO CONSEGUIRLO SOLOS, cada uno por su cuenta. Tendencia
humana que nuestro mundo, nuestra sociedad fomenta, el individualismo...
Por eso, es muy importante lo que San Pablo escribía y recomendaba a su
comunidad de Corinto, no más de un centenar de cristianos, entre quinientos
mil. Aunque eran pocos y fervorosos, tenían la tentación de no sentir que unos
y otros se necesitaban para vivir y comunicar la fe la Buena Noticia del
Evangelio de Jesús.
Por ello,
les repite que ser cristiano significa ser miembro de un cuerpo, el Cuerpo de
Cristo, lo llama Él, en el que todos los miembros son importantes y ninguno
puede prescindir del otro. Que todos tienen su función... haciendo posible la
unidad, que todo el Cuerpo funcione bien.
EL PROBLEMA, es que en la
Iglesia y en cada Comunidad de la Iglesia, con frecuencia, eso nos cuesta de
entender y de practicar. Es la tendencia de unos a sentirse MÁS IMPORTANTES que
los otros... Lo que produce desánimo, dispersión, desunión… Es la tentación de
pretender vivir el Evangelio y sus formas, sin sentirse en comunión con
los demás, miembros de un solo cuerpo.
En aquella comunidad de Corinto había cristianos “judíos y griegos, esclavos y libres,
hombres y mujeres…” de muy distintas procedencias culturales, clases
sociales... Pero esa diversidad, que nada facilitaba la convivencia, NO DEBE
SERVIR DE EXCUSA, porque hay algo más importante en todos ellos: EL MISMO
ESPÍTITU. El Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, en el que el Bautismo nos
sumergió; que la Eucaristía alimenta, el que debe impulsar a sentirnos
hermanos, unidos, y necesitados unos de otros, iguales, más allá de todas
la diferencias.
Esta semana todos los miembros de las diferentes Iglesias cristianas aún
separadas, nos reunimos en una oración común, por la unidad de todos los
cristianos, de todas las Iglesias. Pedimos a Dios que todos sintamos mucho más
la necesidad y la urgencia de superar todo lo que hay de ruptura y
separación entre quienes creemos en el mismo Señor Jesús y hemos recibido el
mismo Espíritu.
Respetando las legítimas diferencias, sin querer nadie imponerse a otros, todos
los cristianos deberíamos sentirnos hermanados en un solo cuerpo, en una misma
Iglesia, en torno a una misma mesa, la de la Eucaristía.
Para ello hace falta a todos dejarnos abrirle el oído a Jesús y a hablar de
corazón al hermano. Necesitamos humildad y sencillez, que hace posible la
Eucaristía que nos une a todos en torno a la misma mesa, en el mismo amor que
es nuestro Dios y Señor.
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