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sábado, 25 de julio de 2015

HOMILIA DE DON MANUEL PARA EL DÍA DE HOY


SOLEMNIDAD DEL APOSTOL SANTIAGO: NOVENA


         Mis queridos hermanos y hermanas: Me alegro de saludaros a todos… La Divina Providencia me concede hoy la gracia de poder celebrar la Eucaristía, en el último día de Novena en honor a la Virgen Ntra. Sra. del Carmen, en la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrono de España…

         Celebrar la Solemnidad de Santiago Apóstol es siempre motivo de alegría. Es celebrar las raíces de nuestra fe. Y hoy, al hacer memoria del martirio y testimonio de Santiago, nos sentimos llamados a reafirmar y testimoniar esa fe que La Virgen y los apóstoles nos han trasmitido y que nos salva.

         Seguro que la Virgen Maria, que oraba con los doce en la espera de recibir el Espíritu Santo, alentó la misión que les encomendó su Hijo: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra”. Ella sigue sosteniendo la obra de la Evangelización en la Iglesia; por eso la invocamos como Reina de los Apóstoles de antes, de ahora y de siempre.

          Nada nos dice el Nuevo Testamento acerca de María como misionera o testigo de Jesús en el mundo a través  de la comunicación oral. Se nos trasmiten discursos e intervenciones de varios apóstoles; sin embargo María sigue en su fiel y profundo silencio.

          A pesar de ello, la Iglesia la invoca y la celebra como Reina de los Apóstoles y origen del apostolado, pues nadie como ella ejerció el servicio de dar a Cristo al mundo. Además nos consta la importancia que tuvo María  en el suceso de Pentecostés que habilitó a los apóstoles para propagar el mensaje de Cristo.

 

          En este sentido, la Iglesia ha contemplado siempre  a María es como un recipiente lleno de Dios, siempre vertido, pero siempre lleno. Si la evangelización es, como dice San Pablo, dar gratuitamente lo que gratuitamente recibimos, con toda razón a la Virgen María la podemos llamar Reina de los apóstoles y evangelizadores.

          Dio a Jesús en Belén a los pastores y a los magos. Lo dio en casa de Isabel “para visitar y redimir a su pueblo”. Y lo volvió a entregar con más fuerza y sentido al pie de la cruz, en una comunión eclesial de amor, de dolor y de sangre. No le fue necesaria la elocuencia verbal. Ella fue pura ofrenda de Jesús a los hombres a través del don de la generosidad con que el Espíritu Santo la había inundado.

         María es como un recipiente lleno del Espíritu Santo. Por medio de la Encarnación, el Espíritu produce en ella la comunión entre la humanidad y Dios. Y antes había sido preparada para esta misión “plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura” (L. G. 56).

 

          Ahora en Pentecostés se está fraguando la Iglesia misionera con la central presencia de María en medio de los Apóstoles. Nuevamente María va a ser la puerta abierta por la que Dios sale de sí, del pequeño grupo, y se hace apostólica y universal.

          Sí, María es un recipiente lleno de los frutos del Espíritu Santo. Y precisamente en ello estriba su peculiar modo  de ser apóstol y de evangelizar.

          ¿Quién mejor que la Virgen gozosa del Magnificat, amorosa de Belén, paciente de la huida a Egipto, fiel y dominadora de sí en el Calvario, ha predicado las bienaventuranzas de Jesús? María no habla, pero testimonia, porque es una transparencia de Dios en medio de la Iglesia. Es apóstol por la llama interior que la consume y que nos ilumina. La esposa del Espíritu Santo es evangelizadora orando sin cesar, confiando en el Señor y dando continuas gracias por sus dones.

          “Jamás llegaremos a vivir el nuevo y esperado pentecostés de la Iglesia si no unimos nuestra fe y nuestra esperanza a las de María, la Reina de los Apóstoles. Si la Iglesia da a María la honra y el puesto que le corresponden, se convertirá de veras en casa de oración, fuente de alegría para todos los pueblos y aprenderá a orar cada vez más a Dios en espíritu y en verdad” (B, Haring)

          Hermosa pues la lección testimonial de María y del Apóstol Santiago para todos nosotros cristianos del siglo XXI. Como ellos hemos recibido el don del Espíritu Santo para dar a Cristo y su Evangelio al mundo. De todos, pues, es la tarea  de la educación cristiana de los niños, todos debemos esforzarnos por acoger e integrar a los jóvenes en un proyecto evangélico de Parroquia, a todos nos corresponde amar a los pobres, velar por los ancianos, hacer un mundo más humano y mas fraterno.

          Que la Virgen del Carmen y Santiago Apóstol nos ayuden a seguir llevando a Jesucristo y su Evangelio a todo hombre o mujer que se cruce en nuestra vida. Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.

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