EL MILAGRO DE LA PASCUA.
Jesús resucitado podía haberse manifestado espectacularmente, para que todos
cayeran de rodillas ante Él. La resurrección de Jesucristo podía haber llegado
a ser un hecho histórico, como su muerte, y la noticia hubiera dado la vuelta
al mundo en pocas horas. ¿Quién se hubiera podido resistir ante una
prueba semejante de poder y de gloría?
Pero el que no bajó de la cruz, tampoco apabulló a sus enemigos. La experiencia
de Jesús resucitado se vive desde la fe, nunca desde la curiosidad o el deseo.
Además Cristo no quiere seguidores vencidos, sino convencidos; no acepta
creyentes obligados, sino libres.
Sin embargo hubo un milagro que estuvo a la vista de todos: La transformación
realizada en los discípulos, inexplicable según todas las leyes. Aquellos
hombres acobardados se llenan de audacia; tristes, se encienden de gozo;
desencantados, se entusiasman; desunidos, logran la más profunda comunidad.
Aquellos discípulos estaban muertos y resucitan. Esta resurrección sí es
verificable. ¿Quién la puede explicar? ¿De dónde les viene a aquellos
discípulos apagados aquella energía luminosa que iluminó el mundo, aquel fuego
que incendió la tierra?
EL TOQUE DEL ESPIRITU.
Todo el cambio se debe a la presencia del Resucitado y al toque de su Espíritu.
Los discípulos revivieron porque Cristo volvió a la vida; los discípulos se
fortalecieron, porque Cristo les transmitió su Espíritu; se unieron porque
Cristo los amó.
DIVINAS PRESENCIAS
Este es el milagro pascual continuado. Cuando Cristo resucitado se hace
presente, lo ilumina y transforma todo. Los primeros discípulos estaban
mortalmente heridos por la duda, el desencanto, el miedo y la tristeza. Y vemos
cómo Jesús los cura con las medicinas de sus llagas y su Espíritu: “Trae tu
dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado” ¿Qué
fuego experimentaría Tomás?
Y por si fuera poco: “Recibid el Espíritu Santo”. Es como meter la hoguera
dentro de cada uno. No cabe más generosidad, más paciencia, más amor por parte
de Cristo. El gesto de Jesús es realmente impresionante. Este gesto recuerda el
aliento de Dios Creador sobre el cuerpo del hombre. El aliento de Jesús sobre
los discípulos alude a una donación de la vida íntima de Jesús; al darles su
Espíritu, se está dando a sí mismo, les está dando lo mejor de sí mismo, les
hace partícipes de su vida nueva, les recrea, les hace resucitar.
CRISTO VIVE
Este milagro pascual se repite cada vez que Jesús se hace presente, siempre que
se siente su cercanía. El nos sale a nuestro encuentro cuando vamos de camino,
o nos sentamos a la mesa, o partimos y compartimos el pan, o leemos la
Escritura, o atendemos a un enfermo, o rezamos en casa, o visitamos al
Santísimo, o paseamos por el campo... siempre que queremos. Cuando se hace
presente desaparecen las dudas, los miedos, las tristezas; crece la paz, el
amor, y la fuerza del Espíritu. Y no cabe duda. Es Él. Cristo vive.
ANTE SUS LLAGAS
Deberíamos todos caer de rodillas. Quiso conservarlas abiertas, gloriosas. Son
para nosotros:
- Trofeos de combate.
- Memorial del amor más
grande.
- Signo de amistad.
- Experiencia de
autenticidad.
- Canales de gracia.
- Oración
permanente.
LAS LLAGAS DE CRISTO HOY
También hoy podríamos hablar de las llagas gloriosas de
Cristo: los mártires de nuestro tiempo. Los cristianos que se desviven en el
cuidado de los enfermos... Los mismos enfermos que ofrecen sus dolores, unidos
a Cristo para la salvación...
¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!
Que nuestro encuentro con Jesús hoy, venza nuestros miedos y disipe nuestras
dudas para ofrecer a nuestros hermanos, los hombres de hoy, nuestro testimonio
de amor…, y también puedan aclamar a Jesús con nosotros, diciéndole “¡Señor mío
y Dios mío!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario