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lunes, 20 de abril de 2015

DOMINGO III DE PASCUA “B”
 
                             Queridos hermanos y hermanas: ¡Demos gracias a Dios Padre, porque aquí y ahora nos concede su espíritu para que entendamos las Escrituras, la Palabra cariñosa de su Hijo y seamos sus testigos!
                             Seguimos celebrando la presencia de Cristo vivo”Yo soy en persona”. Experiencia inolvidable que llena de alegría y de gozo a la comunidad cristiana.
                             “Vosotros sois mis testigos de esto”, dice Jesús a sus discípulos, llenos de gozo, de alegría por la presencia viva del Señor, del que fue crucificado.
                             Y Pedro es el primero de los Apóstoles en ser testigo. Cuando junto a Juan acaba de poner en pie a un hombre tullido de nacimiento, que pedía limosna en el templo. Pedro explica el por qué de aquella curación y recuerda quien es aquel Jesús en nombre del cual, ellos liberan de su mal a aquel hombre. Pedro afirma, recogiendo el encargo de Jesús: “Nosotros somos testigos”.
 
                             Nosotros somos testigos: del camino de Jesús, de su entrega, de su Palabra capaz de renovar los corazones y levantar los espíritus abatidos: de su firmeza de combatir todo lo que daña a la persona; de su atención constante a los pobres, a los débiles, a los enfermos; de su llamada decidida a cambiar de manera de vivir y de pensar; de su confianza sin fisuras a Dios Padre.
                             Nosotros somos testigos de su fidelidad hasta la muerte. Lo detuvieron, lo ultrajaron, lo torturaron y lo clavaron en la cruz. De todo esto, nosotros somos testigos, dicen los Apóstoles.
                              Pero somos testigos ahora, por encima de todo, de una experiencia que nos ha transformado y nos ha hecho revivir: Que Dios Padre lo ha resucitado de entre los muertos. De que Él, Jesús, el Crucificado, vive ahora por siempre, y vive aquí, con nosotros y en nosotros.
  
  EL TESTIMONIO DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS
                             Así comenzaron los Apóstoles a cumplir el encargo que Jesús les hizo. Al comienzo todo consistió en dar a conocer aquella llamada de vida nueva que ellos habían sentido. No podían dejar de compartirla. Pero los primeros cristianos ofrecían algo más: ofrecían añadirse al grupo de ellos, a entrar a formar parte de aquella comunidad que quería vivir de verdad el seguimiento de Jesús. Así fue extendiéndose el testimonio de Jesús. Con el empuje de los primeros evangelizadores, y después, sobre todo, con el estímulo y atractivo que tenían aquellas primeras comunidades y con el trato personal que cada creyente establecía con sus familiares y amigos, con la gente de su entorno, a los que transmitían la fuerza y el gozo que significaba seguir el camino de Jesús

     NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS TESTIGOS

                              También resuena para nosotros de manera especial en este tiempo de Pascua el encargo de Jesús a sus discípulos y amigos: “Vosotros sois testigos de esto”. Nosotros también somos testigos de la llamada que hemos recibido, de la Buena Nueva que nos ha transformado, de Jesús, de su Palabra, de su manera de vivir, de su muerte por amor, de la certeza  que Dios nos ha dado con su Resurrección, de que su camino es el camino que da vida, que lleva a la vida plena y eterna
 
    ¿CÓMO HEMOS DE SER TESTIGOS DE JESÚS?
 
                             En un mundo que ya ha oído muchas palabras, en el que el anuncio de Jesús se da como algo ya sabido, como de algo de poco interés, como algo que tiene poco que aportar... Lo único que puede constituir una llamada interesante, fuerte, viva al seguimiento de Jesús, es nuestro propio seguimiento. Si nosotros vibramos, convencidos que Jesús es nuestra vida; si nosotros vivimos sin reticencias nuestro amor a los demás y nos ponemos al servicio de los pobres, sin miedos y sin preocuparnos de nuestros intereses; si nuestra  comunidad de creyentes es una comunidad de personas que realmente se ama y se estimula  en la fidelidad al Evangelio y en la confianza al Padre, entonces sí que viviremos el encargo de Jesús, y nuestra fe será una verdadera oferta de vida para nuestros hermanos los hombres.
 
                             Esta Eucaristía, banquete con Jesús, debe hacernos sentir como nunca deseos de compartir y transmitir la fe y el amor que recibimos y vivimos.

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