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lunes, 16 de marzo de 2015

REFLEXIÓN DE DON MANUEL

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA CICLO “B”
 
              En estos días nos preparamos para vivir y celebrar la Pascua con Él y como Él; nos preparamos para celebrar nuestro paso de la muerte a la vida, del pecado, a la gracia.... Vamos con Él a Jerusalén. Para seguirlo, para identificarnos con Cristo, nuestro Maestro y Señor, nos ayuda la Palabra de Dios proclamada.
 
              Hoy la Palabra de Dios nos ha situado ante el gran amor que Dios nos tiene. Porque sólo seguiremos el camino de Jesús, de conversión hacia la Pascua, si nos mueve un gran amor y nos sentimos amados. ¿Qué es lo que nos puede hacer cambiar de vida sino el amor? Sólo el amor es digno de fe. No serán nuestras programaciones, ni las normas... las que produzcan un cambio, sino el amor de Dios. Por eso, dejemos que penetren en nuestro corazón las palabras centrales del Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, a ti, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.
              El amor de Dios tiene un nombre personal: Es Jesucristo. Y este crucificado y muerto por amor. “Sin Él no podemos hacer nada”  Sin Él nuestra conversión, nuestra vida es una pasión inútil. Es pues preciso que nuestra fe, nuestra vida, sea amorosa; es decir, que nos convenzamos que para creer y progresar..., necesitamos amar y dejarnos amar por Dios.                                                                                       
 
              En las lecturas se nos ha presentado a Dios que “tenia compasión de su pueblo, porque somos obra suya”; ha querido salvarnos “por su gracia”. “No se debe a nosotros, sino que es un don de Dios”. Él ha sido el primero en amarnos, dándose el mismo en su Hijo y atrayéndonos a su comunión.
 
              Ahora sólo falta que nos aproximemos a su luz. Si sabemos que Cristo es esa luz que necesitamos, ¿por qué no ir a ella? Dejemos que nos trabaje y vuelva a crearnos de nuevo con la fuerza de su Espíritu. Pero, ¿cómo? Nos preguntaremos.                                                                               
                                              
              Miremos al Hijo, nuestro modelo,... elevado para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna.  Miremos su amor radical a los pobres, pecadores, enfermos, marginados. Hoy, en el culmen de su amor, clavado, muerto y elevado en la cruz, abandonado de todos, traicionado... con la tragedia del silencio de Dios, no huye, no se defiende, no se baja.
 
              Por eso a su lado las personas cambiaban de vida como Magdalena..., porque se sentían amadas como nadie jamás las había amado. Como hemos indicado antes, sólo un amor así puede cambiar el corazón.
 
              Jesús es la medida de nuestro amor, y también su Madre. ¿Seremos capaces de corresponderle? ¿Tratar de imitarle? Decimos que “amor con amor se paga”. Hoy es un buen día para que revisemos nuestro amor, sus formas y sus concreciones. ¿Qué calidad tiene nuestro amor?
-         Ante todo nuestro amor a Dios. ¿Es Él de verdad el primero en nuestra vida? ¿Le damos tiempo? ¿Le expresamos nuestro amor con oración... con la Eucaristía? En todo nos ha de mover el amor a Él. Acogiéndolo en las personas que tratamos. ¿Le agradecemos?, ¿le confiamos nuestros esfuerzos, trabajos, alegrías, penas, y esperanzas ¿ ¿Le amamos de verdad?                                        
-         ¿Y al prójimo? Decía San Juan “si decimos que amamos a Dios, a quien no vemos, y no amamos al hermano a quien vemos, somos unos mentirosos”. Por eso, ¿sabemos acoger, escuchar y ayudar a los que nos necesitan? ¿Sólo cuando nos lo piden?
                                                                         
-         Todos hemos de avanzar en el amor. Es nuestra asignatura pendiente de aprobar, pues “todo lo cuánto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, dice el Señor. Y esto comporta: dar comida, dar bebida, vestir al desnudo, visitar al enfermo... acoger al forastero. Vivir el amor de Cristo en la familia, con las amistades, en el trabajo, en la vida social.
                                                                                                                           
-          Jesús también nos animaba a amar “al prójimo como a ti mismo”. Lo que presupone que nos amemos a nosotros mismos. Con un amor sencillo y moderado: aceptándose tal como uno es, acogerse en las propias debilidades; no desesperar de nosotros mismos... Pues Dios nos valora, nos quiere tal como somos, nos ama con ternura y humor. No hacerte daño, valorarte.
-         Este estilo de vida, este amor a Dios y al prójimo... es posible gracias a que Él nos ama primero y nos da su amor en los Sacramentos, a través del ministerio sacerdotal.  
 
              Pidamos en esta Eucaristía, que actualiza el amor hasta el extremo de Jesús por los suyos, que Dios Padre nos haga perfectos en la caridad y que el don del Espíritu Santo que habita en nosotros purifique y renueve nuestra vida y nuestro amor

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