DOMINGO IV DEL TIEMPO
LITÚRGICO ORDINARIO
1.- LA AUTORIDAD DE JESÚS EN SU PALABRA.
Se nos presenta Jesús practicando su religión, actuando en la Sinagoga de
Cafarnaún. Y dice que sus oyentes “quedaron asombrados de su enseñanza,
porque nos enseñaba como los letrados, sino con autoridad”.
¿Cómo enseñaban los letrados? Se limitaban a repetir los que estaba escrito,
sin ninguna convención personal. Jesús mismo los había acusado de que
“hablaban correctamente, pero no vivían lo que decían”
Jesús habla por sí mismo; como quien tiene la verdad y la proclama, en virtud
de la conciencia que tiene de transmitir la misma voluntad de Dios: “Mi
doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”.
La autoridad de Jesús está unida a su vida, a su modo de proceder, de vivir:
Libre e independiente; no atado a poder alguno. Sus enemigos le decían:
“Maestro sabemos que eres sincero y que enseñas de verdad el camino de Dios y
no te importa de nadie, pues no miras la personalidad de los hombres”.
Su doctrina era nueva; así lo captaba el pueblo: Frente al legalismo de la
religión oficial, él predicaba el amor y ponía al hombre por encima del sábado.
Apuntaba a una vida nueva y a un mundo nuevo. No era un repetidor, sino un
creador, en su hablar y vivir. Irradiaba una fuerza nueva, interpelaba, hacia
definirse, verdadero desafío para aquella sociedad y sus dirigentes.
Jesús enseñaba y lo vivía: Su palabra es eficaz y liberadora. El pueblo
contemplaba cómo Jesús expulsaba a los demonios y les hacia callar. Ante la
enfermedad y el mal, el poder de Jesús brillaba como ser humano y divino. El
poder de Dios estaba con Él.
2.- LA AUTORIDAD DE JESÚS HOY Y LA NUESTRA
Así lo sentimos y lo proclamamos cantidad de cristianos a través del tiempo y
hoy en nuestra Iglesia en el mundo entero. Su Palabra sigue teniendo autoridad.
Es eficaz, liberadora, da vida. Los que la hemos experimentado, no podemos
limitarnos sólo a admirar a Jesús, como sus contemporáneos. Debemos tener la
misma autoridad de Jesús.
Por el bautismo somos profetas en el pueblo de Dios. Y siempre que hablamos en
el nombre de Dios, siempre que somos fieles a su Palabra, hablamos con
autoridad. Es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras.
Siempre que actuamos en catequesis, en conversaciones, testimoniando nuestra
fe, Dios está hablando a través de nosotros, y nuestras palabras y gestos
participan (deben) de aquella autoridad con que hablaba y actuaba Jesús,
nuestro Maestro.
Una vez más su Palabra se hace carne en esta Eucaristía; nos enardece su
testimonio y nos convierte en testigos de su amor, de su vida en el mundo. Esa
será nuestra mayor autoridad en nuestra sociedad.
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