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domingo, 23 de noviembre de 2014

DON MANUEL


SOLEMNIDAD  DE JESUCRISTO  REY DEL UNIVERSO



                          Celebramos el último domingo del año litúrgico con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Celebramos que Dios, nuestro Padre ha constituido a su Hijo Jesucristo, Señor y Rey del universo. Él es el que abre y cierra los tiempos y las edades; el primero y el último, el alfa y la omega, el principio y el fin. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre; el primer resucitado de entre los muertos, como hemos escuchado a San Pablo.

                     Con estas y otras expresiones del Nuevo Testamento la Iglesia confiesa la centralidad y la grandeza de Jesucristo. En su nombre  empezamos, con Él continuamos y en Él acabamos toda la vida cristiana, personal y colectiva.


                       Y en la Palabra de Dios proclamada un tema único de fondo: Jesucristo, Pastor y Guia que nos conduce personalmente hacia el Reino de vida. Un Reino que será para todos aquellos “benditos de mi Padre” que hayan amado, ayudado a los hermanos, especialmente más necesitados.

A. CRISTO, REY DEL UNIVERSO.

                       El profeta Ezequiel ha anunciado que el mismo Dios en persona se va a ocupar de su pueblo: como pastor, guía, médico, juez, liberador, reunificador.  Y así lo recoge el Salmo proclamado: “El Señor es mi pastor”.

                       Y esa profecía se ha cumplido, se ha realizado perfectamente en Cristo Jesús, en quien Dios se nos ha acercado y dado definitivamente.

                       Pablo lo presenta como el RESUCITADO, que ha vencido el mal y  la muerte y nos comunica su nueva vida a todos. Pero será nuestra comunión con Cristo en el hermano la clave de nuestra salvación...

                       Ahora bien, el Reino de Dios no está realizado del todo. Vencerá progresivamente todo mal, y al final de los tiempos, Jesús  entregará a su Padre el Reino completo con todos los que han creído en Él. Jesús ha inaugurado el Reino, que continúa ahora su marcha en la Iglesia y en la humanidad hacia la plenitud.
 

                        La imagen de Cristo Rey se completa hoy en la Palabra de Dios con otras imágenes que nos ayudan a entenderla mejor: médico, guía, maestro, salvador y Juez, títulos que convergen todos en su persona.

A. CRISTO, JUEZ.
Una segunda verdad de esta fiesta es la presentación

De Jesucristo como Juez. Jesús que ha enseñado y testificado el amor a Dios y a los hermanos (esta es su enseñanza y su asignatura fundamental), nos preguntará,  examinará y evaluará de ese mismo amor. 

                     Pero si nos hemos dado cuenta no es la palabra amor la que hoy sale en el Evangelio, sino que éste se traduce en unas actitudes mucho más concretas: son las famosas obras de misericordia. Nos invitan a preguntarnos: ¿Qué opción hemos  hecho en nuestra vida cristiana, ser hermano de los demás o serles un extraño? ¿Amar o quedar al margen?, ¿de qué me quiero enriquecer?, ¿de dinero, de poder, de éxitos, ó de obras de amor a los necesitados?
                     

                      Y la motivación también nos la pone clara el Evangelio: Todo ello “a mí me lo hicisteis”, ó “tampoco a mí me lo hicisteis”. Cristo se ha identificado con los oprimidos y necesitados. Y es que
                   

A. EL CRISTIANO PARTICIPA DE LA REALEZA DE 

CRISTO.

                       Ya en el bautismo, por la unción del Crisma, participamos de su realeza y señorío, que consiste en servir, amar, entregarse... Y en la Eucaristía comulgamos con Cristo, nos identificamos con Él, con sus sentimientos: servir, entregarse para reinar y vivir.

                       Así pues, es esta una fiesta de esperanza, una dosis de esperanza para los que luchan, aman, sufren, se cansan, se fatigan... Es una fiesta de compromiso... Una fiesta de acción de gracias…

                       Esta Eucaristía en la Fiesta de Cristo Rey nos ha de reafirmar en la opción que hemos elegido. Estamos contentos de creer, de tener a Cristo como el único y excepcional Guía. De nuevo le vamos a recibir hoy en la comunión. Digámosle que le amamos y que deseamos seguirle siempre. Hagámosle entrega de nuevo, y con mayor convicción, de nuestra vida, de nuestro corazón y de nuestro futuro.

                       Que la María, Virgen y Reina nos ayude a vivir la alegría de nuestra fe en su Hijo Jesucristo, Rey y Señor del universo.

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