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lunes, 14 de julio de 2014

REFLEXIÓN DE DON MANUEL


DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A
          Queridos hermanos: La parábola del sembrador es hoy para nosotros una lección preciosa: Nuestro Dios mantiene un diálogo de amor y de vida con nosotros; diálogo que se realiza con palabras y hechos.
          Dios no es un ser estático, alejado de los asuntos humanos. Dios es amor y ello hace que esté en constante comunicación con nosotros. Nuestro Dios nos habla, es Palabra, un Dios vivo y nosotros hemos de responder con generosidad. Desde nuestra experiencia gozosa de creyentes, nosotros queremos ser tierra buena, queremos escuchar, comprender y vivir.
          Jesús, Palabra de Dios hecha carne, nos habla en Parábolas. Es una manera sencilla de explicar las cosas. De la Parábola del Sembrador resaltan tres lecciones o enseñanzas: 1ª.- Que las personas somos una tierra que necesitamos ser sembrada. Sin la semilla que nos llega de arriba, de Dios, somos incapaces de dar fruto. Si estamos convencidos de esta verdad, de la necesidad de Dios, nacerá en nosotros un deseo de apertura a Dios y a los hermanos. No somos autosuficientes, nos necesitamos los unos a los otros. Y, sobre todo, necesitamos a Dios.
          La semilla de la Palabra de Dios enriquece nuestra existencia. Al escucharla, bien en comunidad, bien a solas, o cuando los acontecimientos de la vida nos remiten al designio de Dios y nosotros sabemos leerlos…, entonces la tierra de nuestro corazón es de verdad fecunda…
          2ª.- Esta parábola nos inspira una gran confianza: Existe la semilla que necesitamos y existe el sembrador. Es el Señor que nos aporta la semilla, su Palabra. Se trata de una Palabra que tiene fuerza: “La Palabra que sale de mi boca, nos ha dicho Isaías, no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad…” Por eso cantamos “tu Palabra me da vida…” Ello nos debe animar a todos, pero sobre todo a los que colaboramos con el Sembrador a sembrar, pues a veces nos desanimamos, nos cansamos cuando no vemos resultados, y decimos “No se puede hacer nada”.
          3ª.- Somos responsables de nuestra tierra. En tercer lugar la Parábola nos enseña que, a pesar de la constancia del Sembrador y a pesar de la fuerza de la semilla, nosotros podemos frustrar la cosecha. Pues el futuro de la de la semilla también depende de cómo hayamos dispuesto la tierra de nuestro corazón. Si tenemos el corazón duro como el camino y nos resistimos a acogerla, la semilla nos será quitada. Si somos terreno pedregoso, con algunos claros de tierra, pero con mucha piedra, nuestra fe y nuestra vida cristiana serán raquíticas. Quizás tengamos algunos momentos religiosos (entierro, boda, comunión…) Pero sólo será eso, un momento efímero; y las dificultades y la pruebas nos harán sucumbir.
          También puede suceder que nuestra tierra (nuestro corazón) esté lleno de zarzas; es decir, los afanes de la vida, la seducción de las riquezas… Entonces haremos un doble juego: Dios y los negocios sucios… Dios y el placer sin control… Dios y una vida egoísta. Entonces podrán los negocios sucios, el placer y el egoísmo… y ahogarán la semilla.
           Pero, atención: nuestro corazón también puede ser tierra buena y esponjosa. Podemos ser capaces de ent0ender y acoger la Palabra de Dios, los valores de su Reino. Entonces la cosecha será abundante, generosa: del ciento por ciento, o del setenta o del treinta. Eso es lo que ansiamos nosotros, lo que necesita nuestro mundo y lo que desea también el Sembrador.
          La Eucaristía trabaja la tierra de nuestro ser. Dejémonos trabajar por Dios… Ya no seré yo, ni tu…será Cristo, Palabra hecha carne, quien viva en nosotros.
 

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