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domingo, 6 de julio de 2014

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A



     Queridos hermanos hemos pedido a Dios que nos dé una alegría santa y que podamos disfrutar de los gozos del cielo. Alegría para esta vida y gozos eternos.

     Petición que enlaza con nuestras aspiraciones y deseos más espontáneos y permanentes. Y en esa misma dirección  van las lecturas de la palabra de Dios proclamadas.

     El profeta Zacarías anuncia la llegada de un rey humilde y sencillo que destruye los poderes de la soberbia y de la maldad; y que es motivo de júbilo: ¡Alégrate, Hija de Sión! Ese rey será Cristo.

     Esta escena nos recuerda la imagen de Jesús que entra en Jerusalén, humildemente montado en un asno, que llenaba de júbilo y alegría a su pueblo que lo aclamaba ¡Bendito el que viene…!

     Ese Jesús bueno y salvador nos ha llevado también a nosotros a confesar con nuestros labios y corazón “El Señor es clemente y misericordioso…, el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.

     Y en el Evangelio, el Señor aparecía contento, exultante, invitándonos al reposo, la paz y el descanso que anhelamos: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré…, encontraréis vuestro descanso”.

     Es el retrato de Cristo Jesús anticipando lo que fue durante toda su vida: bondadoso y amable...sobre todo, con los débiles, con los pecadores, con los enfermos, con los despreciados de la sociedad, con los que andaban por la vida, “cansados” y “agobiados”.  Jesús es como su Padre Dios, que le ha enviado: amor.

     La Palabra de Dios de hoy es una invitación a la confianza y a la afirmación de la bondad de Dios. Vale la pena que nos dejemos envolver por esta “Buena noticia” de un Dios que es amor y que es nuestro Padre.

     Son los sencillos los que entienden y acogen a Dios. Así nos lo muestra repetidamente la Biblia. Las cosas principales permanecen a menudo escondidas para “los sabios y entendidos”, para los que creen saberlo todo y se fían solo de sí mismos, mientras que personas sencillas, que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones, son las que captan las cosas de Dios y se dejan llenar por su felicidad.

     Así lo observamos al nacer Jesús, María y José; los pastores, los magos, los ancianos Simeón y Ana…, mientras que los poderosos de Jerusalén

     A lo largo de su vida pública, las buenas gentes… supieron reconocer a Jesús como el Profeta de Dios… mientras los letrados y los fariseos buscaban mil excusas para no creer.

     Todo ello nos sugiere unas preguntas:¿Somos sencillos de corazón?, ¿sabemos admirar la bondad de Dios? o ¿somos tan retorcidos o tan llenos de nosotros mismos que no prestamos oídos a la Palabra de Dios, ni creemos necesitar la salvación de Dios?

     Debemos hacernos como los niños, con ojos, con mirada y corazón de niños, como nos indico el Maestro.        

 

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