Queridos
hermanos hemos pedido a Dios que nos dé una alegría santa y que podamos
disfrutar de los gozos del cielo. Alegría para esta vida y gozos eternos.
Petición que
enlaza con nuestras aspiraciones y deseos más espontáneos y permanentes. Y en esa
misma dirección van las lecturas de la
palabra de Dios proclamadas.
El profeta
Zacarías anuncia la llegada de un rey humilde y sencillo que destruye los
poderes de la soberbia y de la maldad; y que es motivo de júbilo: ¡Alégrate,
Hija de Sión! Ese rey será Cristo.
Esta escena
nos recuerda la imagen de Jesús que entra en Jerusalén, humildemente montado en
un asno, que llenaba de júbilo y alegría a su pueblo que lo aclamaba ¡Bendito
el que viene…!
Ese Jesús
bueno y salvador nos ha llevado también a nosotros a confesar con nuestros
labios y corazón “El Señor es clemente y misericordioso…, el Señor es bueno con
todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
Y en el
Evangelio, el Señor aparecía contento, exultante, invitándonos al reposo, la
paz y el descanso que anhelamos: “Venid a mí los que estáis cansados y
agobiados y yo os aliviaré…, encontraréis vuestro descanso”.
Es el retrato
de Cristo Jesús anticipando lo que fue durante toda su vida: bondadoso y
amable...sobre todo, con los débiles, con los pecadores, con los enfermos, con
los despreciados de la sociedad, con los que andaban por la
vida, “cansados” y “agobiados”. Jesús es
como su Padre Dios, que le ha enviado: amor.
La Palabra de
Dios de hoy es una invitación a la confianza y a la afirmación de la bondad de
Dios. Vale la pena que nos dejemos envolver por esta “Buena noticia” de un Dios
que es amor y que es nuestro Padre.
Son los
sencillos los que entienden y acogen a Dios. Así nos lo muestra repetidamente
la Biblia. Las cosas principales permanecen a menudo escondidas para “los
sabios y entendidos”, para los que creen saberlo todo y se fían solo de sí
mismos, mientras que personas sencillas, que tienen un corazón sin demasiadas
complicaciones, son las que captan las cosas de Dios y se dejan llenar por su
felicidad.
Así lo
observamos al nacer Jesús, María y José; los pastores, los magos, los ancianos
Simeón y Ana…, mientras que los poderosos de Jerusalén
A lo largo de
su vida pública, las buenas gentes… supieron reconocer a Jesús como el Profeta
de Dios… mientras los letrados y los fariseos buscaban mil excusas para no
creer.
Todo ello nos
sugiere unas preguntas:¿Somos sencillos de corazón?, ¿sabemos admirar la bondad
de Dios? o ¿somos tan retorcidos o tan llenos de nosotros mismos que no
prestamos oídos a la Palabra de Dios, ni creemos necesitar la salvación de
Dios?
Debemos
hacernos como los niños, con ojos, con mirada y corazón de niños, como nos
indico el Maestro.
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