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domingo, 29 de junio de 2014

MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS, FIN DE CURSO



          Queridos hermanos es bueno dar gracias a Dios. Y nosotros cristianos todos los días agradecemos al Señor el don de la vida, de la fe y de su amor...
                Sin embargo, hoy de un modo especial, al terminar el curso de pastoral, celebrando la Solemnidad de San Pedro y de San Pablo, le damos gracias porque, valiéndose de nuestro trabajo, esfuerzo... el Señor ha hecho germinar, crecer y fructificar su vida divina en toda nuestra comunidad parroquial: en niños, adolescentes, novios, matrimonios, enfermos, pobres.... También en nosotros.
                Es verdad que muchas veces no sabemos apreciar todo  lo bueno que hay en la vida, en nuestra vida, porque nos acostumbramos fácilmente a ello: el amor de los padres, de los vecinos, de los amigos, de los catequistas, de los coros, de los cofrades...
                                                                                     
               Por eso, hoy queremos agradecer a Dios la vida, la salud, la luz, la esperanza; queremos dar gracias por la sonrisa regalada, por la palabra buena, por la ayuda generosa, por la compañía inapreciable,  por el consejo acertado, por el perdón inmerecido. Y, sobre todo, dar gracias por todo amor; sí por todo el amor recibido, que tiene su origen en  Dios que lo derrama en nuestros corazones y lo va haciendo germinar, crecer y madurar.
                “Damos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.  Hoy queremos valorar todo el amor que se da y se multiplica entre nosotros. Y agradecer todo el amor que se da dentro y fuera de nuestra comunidad, pues donde quiera que haya amor, allí está Dios.
                Los testimonios de amor nos hacen bien, nos conmueven y nos encienden, nos convierten y nos contagian, nos ayudan a crecer y a confiar. Raúl Follereau decía que la Caridad es como una bomba atómica, pero en sentido positivo, por la benéfica acción en cadena que produce.
               Piensa un momento en el bien, en el amor que has recibido,  pero piensa en el amor que has ofrecido: en las personas que has acogido, en el trabajo que has hecho para los demás, en el tiempo que has escuchado al otro, o le has acompañado, en la palabra que has dicho o la mano que has tendido, en la sonrisa que has regalado.
          
              Piensa en el amor que has visto en los demás: desde el perdón al regalo, desde el acompañar al servir, desde la pasión a la colaboración... Y piensa en los que lo dan todo y se dan del todo; en los que gastan su vida por los demás... También tú.
                Verás que hay mucho, mucho que agradecer: amor sacrificado, amor voluntario, misionero, liberador, vigilante, encarnado... Todo ese amor tiene su raíz, su consistencia, y vitalidad en Dios, en Jesucristo y en el Espíritu que asiste a la Iglesia, a cada cristiano y a cada persona de buena voluntad.
                Lo descubrimos en el testimonio de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, cuya Solemnidad celebramos hoy los cristianos.
Dos ejemplos  para nosotros de una misma y única fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, de un mismo y único amor por Jesucristo. Ser fiel a la fe es vivirla como fundamento incondicional, como comunión entre todos los cristianos. Y ser fiel a la fe es también vivirla con libertad y alegría, como levadura que puede fecundar el mundo de cualquier época.
                El ejemplo de Pedro y Pablo, vivos en nuestra Iglesia. Su memoria, su recuerdo es motivo de fiesta. Y es su misma fe la que proclamamos ahora como miembros que somos de la Iglesia apostólica, y la que celebramos en la Eucaristía, acción de gracias por excelencia a Dios.

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