DOMINGO V DE PASCUA
INTRODUCCIÓN: Mis queridos amigos y hermanos en
la fe. Por fin llegó el día esperado y preparado. Hoy es el día de los frutos
de vuestro trabajo y de nuestro trabajo de comunidad..., del trabajo del Señor.
Todos os
queremos maduros, desarrollados, queremos que participéis de nuestra alegría,
de nuestro gozo; de lo que supone pertenecer a una comunidad de hijos de Dios y
de hermanos, donde se vive, se respira amor, gozo, alegría, esperanza,
ilusión...
Cierto día el
Señor, por vuestros padres, os regaló su Espíritu, el Espíritu Santo. Fue
vuestro bautismo que os hizo hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Fue
vuestra entrada en la familia grande de hermanos que formamos los cristianos.
Desde entonces
hasta hoy habéis crecido, habéis aprendido y comprobado que ser cristiano,
seguir y vivir a Cristo es lo más importante en la vida de la persona. Pero para ello, necesitáis alimentar vuestra vida, recibid al mismo Cristo y escuchar su Palabra. Es lo que hacemos los cristianos los Domingos y lo que hoy comenzáis a realizar vosotros.
Hoy hemos
escuchado unas palabras de despedida de Jesús a sus discípulos, poco antes de
morir en la cruz, en la Última Cena. Es el momento en que les da las últimas
recomendaciones… Cuando el amigo se les va, viene la tristeza... Y Jesús quiere en ese momento animarlos y les dice: “No
perdáis la clama...” son una invitación a la paz interior,
a descubrir el sentido precioso de nuestra vida cristiana, a descubrir el plan
de amor donde el Señor nos ha situado.
Uno de los
frutos de la Pascua, de la muerte y resurrección del Señor, es la vida de la
Iglesia: La común unión de vida y de amor de los seguidores de Cristo, que como
Él anuncian y viven el Evangelio y se reúnen para celebrarlo, y que caminan con
Cristo hacia la casa del Padre.
San Pedro nos ha
ofrecido una bella imagen para describir a la comunidad cristiana, a la
Iglesia: Es como un
edificio construido con “piedras vivas”,
y en ese edificio Cristo es la Piedra Angular, fundamento que
sostiene todo el edificio. Dios mismo es el constructor, el que trabaja en
nosotros para ir construyendo; el que nos hace piedras vivas.
Es un pueblo,
una familia abierta, que no ha de permanecer nunca cerrada en si misma. Es una
comunidad que mira hacia fuera: La evangelización de los pueblos. Llevar la
Buena Noticia del amor de Dios a todos los pueblos y hombres.
Un pueblo que,
al ir aumentando, le surgen problemas y los resuelven entre todos dialogando,
sacando conclusiones y compartiendo las tareas y trabajos: Reparto de bienes,
atención a los necesitados...
Un pueblo que
camina con Cristo hacia la Casa del Padre, pues Jesús les dice:”Me
voy a prepararos sitio. En la Casa de mi Padre hay muchas estancias”. Jesús,
que es la Piedra angular, es quien muestra el objetivo, la meta de la vida
cristiana: LLEGAR A LA CASA DEL PADRE, LLEGAR A LA VIDA ETERNA. Y mientras
llegamos, Él se muestra como el Camino y la Verdad que nos lleva hasta ella,
hasta la Vida plena y eterna
Un pueblo que, al tener a Cristo
Amor, es ahora hogar, donde no sólo se duerme (descansa) y
come, sino también donde se acoge, se cura, se perdona, se comparte, se ama y
brota la alegría y el gozo (el júbilo).
EUCARISTÍA: Es
el Sacramento de la Iglesia. Este caminar lo vivimos en fragilidad, en pobreza,
en tensión entre la realidad humana y terrena que debe asumir y la realidad a
la que quiere llegar: La Casa del Padre, donde las limitaciones ya se habrán
superado
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