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domingo, 13 de abril de 2014

REFLEXIÓN DE DON MANUEL

DOMINGO DE RAMOS
                              Queridos... hermanos. Hemos fijado nuestra mirada en aquel que es el centro de todo cuanto celebramos y vamos a celebrar estos días santos: Jesús, el Hijo de Dios, nuestro Señor que, con toda fidelidad y amor, sigue el camino que le lleva a la cruz, y nos abrirá a nosotros las puertas de la vida.
                                Durante cuarenta días hemos preparado esta gran semana que es la Hora del Señor y la gran hora, oportunidad de nuestra vida. Es el paso decisivo del Señor por nuestra historia personal y comunitaria.
                                  El evangelio de hoy, la Pasión, es el primer pregón de esa Semana Santa. (Después, enseguida de la Procesión de los ramos, se nos proclama la Pasión y la Cruz. Es lo que va a dar tono a la semana.) Se nos presenta a Cristo, el Siervo de Yavé, “que ofrece la espalda a los que le golpeaban y que no oculta el rostro a insultos y salivazos”. ¡Qué gran misterio ¡ Ese rostro divino que resplandece gloriosamente, es escupido y maltratado. Esas espaldas que sostiene el mundo, terminarán siendo rotas a golpes y latigazos.  ¿En quién podemos ahora descansar?
                           SE VACÍA Y SE ANONADA.
                            Se nos presenta a un Mesías de condición divina, pero que se olvida de ella... Que se abaja y se rebaja, se oscurece, se empequeñece, se vacía y anonada hasta aparecer como esclavo, como un cualquiera...
                             Se nos presenta un Mesías vendido y traicionado por uno de los suyos y abandonado por casi todos; agonizando en Getsemaní entre fríos sudores de sangre. Juzgado escandalosamente por tribunales, burlado, abofeteado apaleado, para terminar en la cruz.
                                Esta vida, la de Jesús, terminó así. Chocó totalmente con tanto mal, con tanta cobardía, con tanta miseria como hay en el mundo, que murió. Y sigue hoy sufriendo y muriendo: “La tierra se ha convertido en un cementerio. ¡Cuántos hombres, cuántos sepulcros! ¡Un gran planeta de tumbas! Entre todas las tumbas esparcidas en los continentes de nuestro planeta hay una, la del Hijo de Dios, el Hombre Jesucristo, que venció a la muerte con la muerte” (Juan Pablo II)
                                 Hay, pues una luz que ilumina todo el proceso.
Esa luz es el Amor. Es lo que da sentido a toda esta lectura, la clave de interpretación de esta historia, de esta vida, y de tantas otras vidas..., la tuya también. Sin esa luz, sin ese amor todo se convertiría en una tragedia absurda. Pero no, hay un Amor que todo lo explica y que convierte la tragedia en una victoria final... Podríamos cada uno concretar testimonios...
                                      La pasión sin amor es un crimen vulgar. La pasión con amor es la historia más hermosa de salvación. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida”.
                                       La Semana Santa nos debe adentrar en el
Misterio de Cristo. Pero  no de una manera folclórica, superficial, sentimental. Nuestra celebración ha de ser compasiva, comprometida y viva. Y ELLO SUPONE:
                 a) Personalizar: No conocer teóricamente, sino comulgar, asumir, compenetrarse, complementar sus padecimientos y su resurrección. Que Jesús entre en ti y prolongue su pasión y resurrección en ti.
                  b) Actualizar: No sufrió, sino que sufre; no sólo en los oficios..., sino en los enfermos, en los que padecen, en todos los que sufren...
       
                 c) Desde la esperanza: El amor es más fuerte que el pecado y que la muerte... La esperanza es posible porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón.
         
                d) Estos días, nuestras Celebraciones litúrgicas han de ser festivas, pues el Señor está grande con nosotros y estamos alegres.
                      La Eucaristía que celebramos hoy es la pasión, muerte y resurrección de Cristo y con Él todos y cada uno de nosotros.

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