FIESTA
DE LA PRESENTACION DE JESUS EN EL TEMPLO
1.- Queridas familias y hermanos. Sed
bienvenidos a la celebración de la Fiesta de la Presentación de Jesús en el
templo con una humanidad como la nuestra. Pues según la ley israelita, todo
primogénito era consagrado a Dios; un rito por el cual se reconocía a Dios como
autor y Señor de la vida.
“De
pronto entra en el Santuario el Señor a quienes vosotros buscáis, el Mensajero
de la alianza que vosotros deseáis”. La promesa de que nos visitaría el
Sol que nace de lo alto se ha cumplido. El
Sol ya está presente. Su resplandor lo ilumina todo. El templo antiguo
recibe una luz nueva que hará que todas las cosas sean nuevas. En adelante, la
ofrenda del pueblo de Dios será en espíritu y en verdad. Dios habita en los
corazones de los fieles. El hombre y la mujer se convierten en templos en los
que mora el Señor por la fuerza del Espíritu.
Por este
Niño, todos los niños y personas consagradas disfrutan de su luz, de su amor,
de su gloria.
2.- Hoy
quiere ser también esta Eucaristía un Homenaje a vosotros mayores,
representados en Simeón y en Ana. A vosotros que habéis entregado lo mejor de
vuestras vidas al Señor al servicio de la Iglesia y de la sociedad.. A vosotros
que aguardasteis y esperabais el consuelo con tesón y paciencia en años
difíciles. A vosotros en quienes moraba el Espíritu Santo y os hizo fuertes en
la espera.
Hoy,
gracias a Dios, recibís en vuestro regazo al Señor, que como fuego de amor os
fortalece, os llena de ilusión, os colma de esperanza, porque todos vuestros
anhelos serán cumplidos...
3.- Hoy
todos los creyentes cristianos, como un
día hicieron Simeón y Ana lo miramos llenos de gozo y de fe. Y lo acogemos en
nuestro corazón como nuestro Salvador y proclamamos la grandeza del Señor.
LO QUE ÉL REALIZA
El Señor
viene a fundirnos con su fuego (amor) y a lavarnos con lejía
(misericordia). Nos refinará como a la plata y al oro. Y es que el Señor ha
llegado a nuestras vidas; lo esperábamos, lo necesitábamos y en el templo de
nuestro corazón ha ido creciendo y seguirá creciendo. Es lo que queremos
pedirle para estos hijos pequeños, bautizados, consagrados a Dios, y que hoy le presentamos a través de la Virgen del Carmen,
nuestra Madre. Hoy una vez más nos encontramos con Él, le presentamos nuestras
preocupaciones, esperanzas e ilusiones. Y Él disipará nuestros temores, nos
purificará y nos refinará. Dejémonos penetrar por Él, por su gracia.
4.- Sin
embargo todo esto lo irá realizando a través de nuestra vida. Debemos buscarlo
y encontrarnos con Él, poniendo los medios (Oración, Palabra de Dios, el
perdón, la Eucaristía...). Será nuestra luz, que disipe oscuridades... y
acreciente nuestra fe. Su acción se ira
viendo en nuestras vidas, pues:
-
Nuestras relaciones con Dios no quedarán
reducidas a unos momentos o a cumplir ciertas normas. Con el amor no se
cumple...
-
Nuestras acciones estarán presididas por
su presencia amorosa. Viviremos su presencia.
-
Nuestra ofrenda será como es debida, en
espíritu y en verdad; es decir, con el corazón, con la vida, como Él nos
muestra: con una entrega de amor total.
-
Seremos testigos, luz para el mundo que
aún espera y busca.
5.- Hoy
celebra también la Iglesia la Jornada de la Vida Consagrada, con el lema “La alegría del Evangelio en la Vida
consagrada”, en sintonía con la exhortación apostólica del Papa Francisco, Evangelii gaudium. Y es que la alegría del Evangelio llena
el corazón y la vida de los que se encuentren con Jesús. Esta Jornada nos
recuerda que, a lo largo de los siglos, nunca han faltado hombres y mujeres
que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido
este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a Él con el
corazón “indiviso”. También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para
estar con Él y ponerse, como Él, al servicio de Dios y de los hermanos.
De este
modo han contribuido a manifestar el ministerio y la misión de la Iglesia con
los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuye el
Espíritu Santo; y por ello han contribuido a renovar la sociedad... Aparecen
como una planta llena de ramas que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos
copiosos en cada época de la Iglesia.
Por todo
ello, con la actitud de Simeón y de Ana bendecimos y damos gracias a Dios por
el don de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo; nos disponemos a recibirlo en
nuestro corazón, nuestro templo, para con Él, ser luz del mundo, de nuestro
pequeño mundo.
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