DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Queridos hermanos y hermanas: Jesús sigue enseñándonos con esta parábola
tan conocida y que siempre es actual. Jesús quiere que no centremos nuestra
relación con Dios en nosotros mismos (yo no soy como), ni en nuestras buenas
obras (yo no hago…)
Jesús
nos invita a confiarnos a la bondad de Dios, que es compasivo y misericordioso
que ama y perdona, si nos acercamos a Él con un corazón sincero, sencillo y
trasparente. DIOS ES QUIEN SALVA
El
Señor, que siente debilidad por los pobres y oprimidos, los desvalidos,
huérfanos e inocentes, mira con bondad al pobre publicano arrepentido. Mira
también a Pablo, ahora prisionero y abandonado al final de su vida, pero que
siempre ha confiado en el Señor desde su pobreza.
Con
esta parábola Jesús con vivacidad y cierta ironía nos presenta a estos dos
hombres que encarnan dos actitudes religiosas de todos los tiempos: a) La del Fariseo, el hombre
“disfrazado”, que se ha revestido de buenas obras (limosnas, ayuno, diezmos).
Convencido de que cumple perfectamente la ley, de que no es como los demás, de
que el Señor debe estar a su lado.
El
fariseísmo no ha muerto. Es una manera religiosa de vivir que siempre tiene sus
seguidores. Son los que se creen santos, por sus propias virtudes, defectos que
no tiene y cualidades que tiene. No comprende que Dios no se complace en
nuestras manos llenas de buenas obras, sino en un corazón sincero, limpio,
pobre, arrepentido, desnudo.
b) La del Publicano, u hombre
trasparente. No esconde la realidad de su vida: recaudador de impuestos, se ha
enriquecido injustamente. Y no se excusa. Se ve tan pobre y tan poca cosa ante
Dios que ni se atreve a levantar los ojos. Sinceramente pide perdón de su
pecado, de su mala vida. Y Dios lo salva, lo mira con ojos de bondad. Lo ama.
Porque
a Dios no le asusta la verdad del hombre, la realidad sincera de nuestra vida
pecadora. Más aún la desea, como base de su obra salvadora. Solamente el hombre
desnudo de toda suficiencia y orgullo, puede ser salvado por Dios.
Este
Evangelio, pues, nos invita a sacar tres conclusiones: 1ª.- MIRARNOS CON
SINCERIDAD. Para descubrir que tenemos de uno y de otro de estos personajes.
Conocer si caminamos o no en la senda de la verdadera justificación. ¿Cuál es
nuestra actitud? ¿Confiamos que ya vamos bien, seguros. ¿Por qué…?
2ª.- MIRAR A LOS DEMÁS CON CARIDAD. No
despreciar a los demás. No juzgar al hermano, pues el juicio de Jesús nos deja
desconcertados. Nosotros lo hacemos mal, ya que nuestros preferidos no son los
del Señor: los pobres… 3ª.-
MIRAR A DIOS CON HUMILDAD. Ir a la búsqueda del Dios que salva, desde nuestra
pobreza, limitación y pecado reconocido. Desde el abismo de nuestra nada
podemos llamar a Dios, y Él nos escuchará, nos salvará; seremos amados por Él.
La
Eucaristía es el mejor momento para orar como el Publicano, para sentir nuestra
pobreza, ante el gran don del Padre en su Hijo amado, pan de vida y vino de
salvación. De ella salgamos justificados por la misericordia de Dios.
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