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domingo, 27 de octubre de 2013

REFLEXIÓN DE DON MANUEL


DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

     Queridos hermanos y hermanas: Jesús sigue enseñándonos con esta parábola tan conocida y que siempre es actual. Jesús quiere que no centremos nuestra relación con Dios en nosotros mismos (yo no soy como), ni en nuestras buenas obras (yo no hago…)

     Jesús nos invita a confiarnos a la bondad de Dios, que es compasivo y misericordioso que ama y perdona, si nos acercamos a Él con un corazón sincero, sencillo y trasparente.       DIOS ES QUIEN SALVA

     El Señor, que siente debilidad por los pobres y oprimidos, los desvalidos, huérfanos e inocentes, mira con bondad al pobre publicano arrepentido. Mira también a Pablo, ahora prisionero y abandonado al final de su vida, pero que siempre ha confiado en el Señor desde su pobreza.

     Con esta parábola Jesús con vivacidad y cierta ironía nos presenta a estos dos hombres que encarnan dos actitudes religiosas de todos los tiempos: a) La del Fariseo, el hombre “disfrazado”, que se ha revestido de buenas obras (limosnas, ayuno, diezmos). Convencido de que cumple perfectamente la ley, de que no es como los demás, de que el Señor debe estar a su lado.

     El fariseísmo no ha muerto. Es una manera religiosa de vivir que siempre tiene sus seguidores. Son los que se creen santos, por sus propias virtudes, defectos que no tiene y cualidades que tiene. No comprende que Dios no se complace en nuestras manos llenas de buenas obras, sino en un corazón sincero, limpio, pobre, arrepentido, desnudo.

     b) La del Publicano, u hombre trasparente. No esconde la realidad de su vida: recaudador de impuestos, se ha enriquecido injustamente. Y no se excusa. Se ve tan pobre y tan poca cosa ante Dios que ni se atreve a levantar los ojos. Sinceramente pide perdón de su pecado, de su mala vida. Y Dios lo salva, lo mira con ojos de bondad. Lo ama.

     Porque a Dios no le asusta la verdad del hombre, la realidad sincera de nuestra vida pecadora. Más aún la desea, como base de su obra salvadora. Solamente el hombre desnudo de toda suficiencia y orgullo, puede ser salvado por Dios.

     Este Evangelio, pues, nos invita a sacar tres conclusiones: 1ª.- MIRARNOS CON SINCERIDAD. Para descubrir que tenemos de uno y de otro de estos personajes. Conocer si caminamos o no en la senda de la verdadera justificación. ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Confiamos que ya vamos bien, seguros. ¿Por qué…?

2ª.- MIRAR A LOS DEMÁS CON CARIDAD. No despreciar a los demás. No juzgar al hermano, pues el juicio de Jesús nos deja desconcertados. Nosotros lo hacemos mal, ya que nuestros preferidos no son los del Señor: los pobres…                                                                                                                                                                                3ª.- MIRAR A DIOS CON HUMILDAD. Ir a la búsqueda del Dios que salva, desde nuestra pobreza, limitación y pecado reconocido. Desde el abismo de nuestra nada podemos llamar a Dios, y Él nos escuchará, nos salvará; seremos amados por Él.

     La Eucaristía es el mejor momento para orar como el Publicano, para sentir nuestra pobreza, ante el gran don del Padre en su Hijo amado, pan de vida y vino de salvación. De ella salgamos justificados por la misericordia de Dios.

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