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domingo, 20 de octubre de 2013

REFLEXIÓN DE DON MANUEL


DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO “C”

          Queridos hermanos: Celebramos el Domingo, Día del Señor; día en que actuó el Señor, venciendo la muerte, resucitando. Y nosotros participamos de su triunfo y de su vida nueva de resucitados. Y ello lo celebramos en la Eucaristía.

         Hoy el Maestro de nuestras vidas nos ha propuesto en el Evangelio esta parábola del Juez y de la Viuda para hacernos entender como Dios nos escucha siempre. Basta que hablemos con Él, que le abramos el corazón que confiemos en Él.

         Si no oramos, si no rezamos, si no tratamos a Dios, nuestra fe es tan sólo una teoría. La oración espontánea, confiada es signo de fe y de amor a Dios. Aseguremos, pues, algunos momentos de oración. ¡Vigilemos porque en ello nos jugamos mucho!

         “Orad siempre sin desanimarse”, nos dice Jesús.

Y hoy, día del Domund, de las misiones, nuestra oración a Dios ha de dirigirse especialmente a favor de los misioneros y misioneras que han dejado su tierra, su familia, sus bienes… y han marchado a países lejanos y pobres impulsados por la fe y el amor. Dejándolo todo, han ido al encuentro de personas que pertenecen a otras culturas y pueblos con la única voluntad de conocerlos, amarlos y de ayudarles en su promoción humana y ,sobre todo de anunciarles la Buena Noticia del Evangelio: que Dios existe, que es Padre entrañable que les ama y les da la vida.  Que su Hijo Jesucristo, se hizo hombre para salvar a todos del mal y de la muerte y nos da la vida eterna a cuantos crean y amen como Él.

         ¡Qué misión tan excelente! ¡Qué testimonio dan nuestros hermanos y hermanas misioneras! Oremos siempre por ellos, pero de una manera especial hoy. Y colaboremos también con nuestra generosa aportación económica para que tengan materiales suficientes para poder realizar su excelente y hermosa misión en nombre de toda la Iglesia.
         Que puedan “proclamar la Palabra” del Evangelio, como animaba San Pablo a Timoteo en la segunda lectura. Ese Evangelio que nos está salvando a nosotros, y que tantos esfuerzos han realizado otros para legárnoslo.

        Ojalá que el inmenso esfuerzo misionero de la Iglesia esté presente siempre en nuestra vida, que también ha de ser misionera.

         Es encomiable el testimonio de fe y de caridad de personas adultas y jóvenes de nuestras Parroquias que se desviven desde aquí para ayudar a la Iglesia misionera. Son personas que oran, que estiman el encuentro con el Señor, y que ese encuentro es para ellos trampolín para lanzarse a buscar medios con que apoyar la causa misionera. Son los misioneros que sin irse de su país luchan porque el Evangelio sea proclamado a toda criatura.

         Tú también debes ser misionero ¿Cómo? Con tu oración permanente; con tus sacrificios y ofrendas; con tu ayuda económica permanente, y hoy mucho más. Formando parte de un grupo misionero en tu Parroquia cuyo centro de interés es sostener a los misioneros y misioneras del mundo.

         Pidamos al Señor que llame a jóvenes de nuestras parroquias que quieran ser misioneros y misioneras y tengan la valentía de seguir las huellas de aquellos que están entregando sus vidas, o los mejores años de su existencia, en esta tarea tan maravillosa de solidaridad y anuncio de la buena Nueva. E imploremos, también la protección de María, Reina de las Misiones, a favor de todos los misioneros, para que anuncien con gozo el Evangelio.

         La Eucaristía que celebramos, nos llena de Cristo, de su Palabra, de su amor que nos quema, nos urge y nos envía al mundo para que todos lo conozcan, lo vivan como nosotros y se salven, teniendo la esperanza de la vida eterna.

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