DOMINGO XXVI DEL
TIEMPO ORDINARIO “C”
Queridos hermanos: Nos disponemos como
cada Domingo a compartir un mismo pan, signo de la unidad entre todos los
hombres, los hijos de Dios.
La
Eucaristía es un gesto que contradice la injusticia del mundo, es una denuncia
clara del banquete de la sociedad opulenta del que se ha excluido a los pobres.
Ya
puede gritar el profeta, urgir, señalar con el dedo y con la Palabra: la
persona cogida por el dinero, no se inmuta, no se entera. Tampoco aunque un
muerto resucite.
He
aquí, pues, lo temible de la riqueza. Que llega a poseer al hombre de tal forma
que es lo único que marca la pauta de su vida y le hace cometer injusticia.
Jesús
es duro con este pecado, (la búsqueda del dinero, el moverse pensando por
encima de todo en el dinero y en la riqueza...), porque es el mayor cáncer que
corroe nuestro mundo, la ambición. Jesús condena sin paliativos a los que lo
cometen y no están dispuestos a cambiar de actitud.
Dicha
actitud debe servir (ser) también de lección para todos nosotros. También
nosotros podemos caer en esta actitud de pensar sólo en nosotros mismos,
cerrándonos a los pobres..., con todas la excusas y desentendernos con
demasiada tranquilidad de la pobreza que haya a nuestro alrededor, y no
preguntarnos si estaremos contribuyendo a la pervivencia de situaciones
injustas que se dan en nuestro alrededor y en nuestro mundo.
¿Qué
podemos hacer nosotros?
Os
expongo una sencilla lista de cuestiones que afectan a este tema, y que
podíamos reflexionar:
-
Hemos de reconocer que nuestro mundo no
funciona bien, está mal organizado; no puede ser que el mundo funcione a base
de ver quien puede ganar más. Esto es preciso cambiarlo, prestando atención a
los distintos intentos sociales y políticos que abran nuevos caminos.
-
Todo el que pueda tener alguna
influencia en la vida económica y social, debería preguntarse con qué criterios
actúa y si esos criterios son humanos y cristianos.
-
Preguntarse qué hacemos con nuestro
dinero; qué parte debemos dedicar al servicio de... A qué cosas renunciar para
llevar una vida más austera y más solidaria.
-
También deberíamos preguntarnos en qué
utilizamos nuestro tiempo. Si parte de él lo dedicamos visitar a los enfermos,
a ayudar a las personas necesitadas, a Caritas...
-
Revisar también como educamos a los
hijos, a las nuevas generaciones: ¿A creerse dueños del mundo?, ¿a tener todo
lo que piden?, ¿o más bien a ser austeros, a ser solidarios, sensibles a las
pobrezas... del mundo?
Hemos
de mirar a nuestro inmediato y ver los lazaros que tenemos a la puerta y como
nos interpelan. Los cristianos, como decía Juan Pablo II “no os contentéis
con un mundo más humano, haced un mundo más divino”. Nuestra Iglesia,
Parroquia, nuestra casa ha de ser lugar de acogida, donde nadie quede excluido;
un espacio para compartir lo que somos y lo que tenemos.
Por eso
celebramos la eucaristía, una mesa común donde todos se sienten acogidos,
queridos y donde compartimos..
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