DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Queridos
hermanos: Jesús prosigue su camino hacia Jerusalén, donde entregará su vida y
vencerá la muerte…
Y
dice el Evangelio que “mucha gente
acompañaba a Jesús”, pero no todos los seguían. Y es que el acompañar o
seguir a Jesús son cosas muy distintas.
Hoy
Jesús quiere inquietarnos, cuestionar a sus discípulos y amigos que somos
nosotros y nos pregunta: Vuestra
intención es acompañarme o seguirme?
Acompañarlo
sería seguirlo externamente, de lejos… Me bautizaron como a la mayoría, hice la
comunión, me case por la Iglesia… Incluso podíamos decir, voy a Misa,
pertenezco a una Cofradía, pero no me identifico con las actitudes y los
valores de Cristo, el Maestro. Según esto, todavía son muchas personas
bautizadas las que acompañan a Cristo, pero ¿cuántos le siguen? Es decir,
¿cuántos lo aman “sobre todo”, y posponen a su padre, a su madre, a su mujer, a
sus hijos, a sus bienes, a sí mismo, como algo secundario?
Palabras duras y exageradas diréis, pero debemos entenderlas bien. Por
eso, el mismo Jesús nos propuso cierto día la parábola del Tesoro escondido en
un campo…
La
persona de Cristo, su Reino, seguirlo, ser cristiano es como el que encuentra
el tesoro en el campo, va y vende todo cuanto tiene, compra el campo y se queda con el tesoro. Es
decir, para acoger y seguir a Cristo es preciso: Primero darse cuenta, echar
cuentas, ser consciente de que Él es el único Bien, el Absoluto, querer vivir
como Él. Su amor a Él nos lleva relativizar, a darle menos importancia todo lo
demás…, el mundo, la familia, la empresa, los negocios. Tus bienes, las cosas
incluso las personas ya tienen un valor secundario, no son absolutos, y no
pueden impedirte seguir a Jesús y amarlo.
Y
este amor a Cristo, que es Dios, el Señor, te hará dar tu vida, todo lo que
eres y tienes por Él, de quien lo has recibido. Dar tu vida por Él, significa
tener sus mismos criterios, sus mismos intereses, poner tu vida a disposición
de los hombres, tus hermanos, de la familia, de los pobres, de los humildes;
sí, toda tu vida por su Reino, en la empresa, en el campo, en la diversión, en
el apostolado…
Esta forma de vida cristiana, lleva consigo la cruz, la dificultad, la
lucha, combatir el egoísmo y la hipocresía, a buscar una religión honesta y
auténtica, a confiar muy hondamente en Dios Padre incluso en los momentos
difíciles y dolorosos. Vivir así le llevó a Jesús a veces a ser incomprendido
por su propia familia, a ser mal visto por los poderes de su tiempo, que le
persiguieron hasta llevarle a la cruz.
Sin
embargo Jesús nos recuerda que su seguimiento, su estilo de vida tenemos el
Tesoro de la Vida Eterna, la Felicidad plena. Hace tiempo que nos decidimos a
ser cristianos, a seguir a Jesús. ¿Dónde nos encontramos en su seguimiento?
¿Somos espectadores o estamos integrados y estamos ilusionados de ser
cristianos?
Al comenzar un nuevo curso, preguntémonos qué
nos pide el Señor. Que nuevos compromiso nos exige nuestro Dios y Señor. No
olvidemos que Él nos sostiene con su Palabra, la fuerza de su Espíritu, y sobre
todo, con la Eucaristía, alimento para el camino y con el testimonio de los
hermanos.
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