Queridos hermanos: También nosotros seguimos, acompañamos a Jesús hacia
Jerusalén, nuestra meta, y Él nos va enseñando.
Hoy
un desconocido le plantea si serán pocos los que se salven; Jesús le contesta
llamando a esforzarse por entrar por la puerta estrecha, que es la opción por el Reino y sus valores. Jesús
insiste en el esfuerzo por entrar en el Reino y realizarlo. “Yo soy
la Puerta: quien entre por mí se salvará…”
En
nuestros días. Como siempre, todas las personas buscan ser felices, en términos religiosos buscan salvarse; Hay
un deseo de vivir, de disfrutar la vida…
Y esa
es la voluntad de Dios Padre, así lo quiso al crearnos, instinto que quedó
grabado en cada corazón: No hay ser humano sin pretensión salvadora; por eso
mismo todo ser humano intenta realizarse.
El
problema comienza en la elección de los medios que elegimos para alcanzar la
felicidad, la salvación. Lo cierto es que, desde siempre la fuerza creadora de
Dios Padre ha estado cerca de nosotros inspirándonos ideas, iluminando las
conciencias, fortaleciendo personas, animando libertades…
Y
sobre todo, ha estado cerca de nosotros, enviándonos a su Hijo Jesús, que nos
manifiesta la verdadera salvación del hombre, haciendo realidad el proyecto
divino, y el deseo connatural al ser humano, haciendo el Reino de hijos y
hermanos.
“Esforzaos
en entrar por la puerta estrecha”, nos dice hoy; y esa puerta estrecha
eres tu mismo, Señor.
La
puerta estrecha es seguir a Jesús, viviendo y encarnando los mismos valores que Él vivió y que le
llevaron a la muerte y a la resurrección. Es vivir para el Reino de Dios; es
poner la mesa para todos; luchar para que toda persona viva, sea respetada,
encuentre el amor de Dios padre, se sienta hermano tuyo, perciba que siempre le
espera la dicha definitiva, que la muerte y la resurrección de Cristo ha
abierto para todos.
Todo
ello es un don de Dios, y hay que saber y querer acogerlo, lo que supone
vaciarse de sí mismo, reconociendo que sólo Él, su amor… nos puede salvar. Así
pues, no hay salvación, ni vida sin cruz, sin amor… Buscar una gracia barata de
garantías puramente humanas es permanecer ante la puerta cerrada por nuestra
culpa.
En
realidad la puerta del Reino está siempre abierta. Quizá puede pasarnos como al
protagonista de la novela de Kafka que quería entrar a la catedral de Praga y
encontró la puerta cerrada. Empujaba y empujaba sin que esta cediera. Tras un
largo forcejeo se dio cuenta de que la puerta abría hacia fuera. Este fue el
error del pueblo elegido, creer que la
puerta se abría tan solo para los de dentro.
La puerta que es Cristo se abre para todos,
hacia fuera. Hemos de entrar por ella. En cada Eucaristía, entramaos por la
puerta estrecha: Cristo Pastor con su Palabra nos ilumina, nos corrige... y con
su Cuerpo nos vivifica, dándonos vida eterna.
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