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domingo, 25 de agosto de 2013

DON MANUEL REFLEXIÓN DEL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO


 
     Queridos hermanos: También nosotros seguimos, acompañamos a Jesús hacia Jerusalén, nuestra meta, y Él nos va enseñando.

     Hoy un desconocido le plantea si serán pocos los que se salven; Jesús le contesta llamando a esforzarse por entrar por la puerta estrecha, que es la  opción por el Reino y sus valores. Jesús insiste en el esfuerzo por entrar en el Reino y realizarlo. “Yo soy la Puerta: quien entre por mí se salvará…”

     En nuestros días. Como siempre, todas las personas buscan ser felices,  en términos religiosos buscan salvarse; Hay un deseo de vivir, de disfrutar la vida…

     Y esa es la voluntad de Dios Padre, así lo quiso al crearnos, instinto que quedó grabado en cada corazón: No hay ser humano sin pretensión salvadora; por eso mismo todo ser humano intenta realizarse.

     El problema comienza en la elección de los medios que elegimos para alcanzar la felicidad, la salvación. Lo cierto es que, desde siempre la fuerza creadora de Dios Padre ha estado cerca de nosotros inspirándonos ideas, iluminando las conciencias, fortaleciendo personas, animando libertades…

     Y sobre todo, ha estado cerca de nosotros, enviándonos a su Hijo Jesús, que nos manifiesta la verdadera salvación del hombre, haciendo realidad el proyecto divino, y el deseo connatural al ser humano, haciendo el Reino de hijos y hermanos.

     “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”, nos dice hoy; y esa puerta estrecha eres tu mismo, Señor.

     La puerta estrecha es seguir a Jesús, viviendo y encarnando  los mismos valores que Él vivió y que le llevaron a la muerte y a la resurrección. Es vivir para el Reino de Dios; es poner la mesa para todos; luchar para que toda persona viva, sea respetada, encuentre el amor de Dios padre, se sienta hermano tuyo, perciba que siempre le espera la dicha definitiva, que la muerte y la resurrección de Cristo ha abierto para todos.

     Todo ello es un don de Dios, y hay que saber y querer acogerlo, lo que supone vaciarse de sí mismo, reconociendo que sólo Él, su amor… nos puede salvar. Así pues, no hay salvación, ni vida sin cruz, sin amor… Buscar una gracia barata de garantías puramente humanas es permanecer ante la puerta cerrada por nuestra culpa.

     En realidad la puerta del Reino está siempre abierta. Quizá puede pasarnos como al protagonista de la novela de Kafka que quería entrar a la catedral de Praga y encontró la puerta cerrada. Empujaba y empujaba sin que esta cediera. Tras un largo forcejeo se dio cuenta de que la puerta abría hacia fuera. Este fue el error del pueblo elegido,  creer que la puerta se abría tan solo para los de dentro.

     La puerta que es Cristo se abre para todos, hacia fuera. Hemos de entrar por ella. En cada Eucaristía, entramaos por la puerta estrecha: Cristo Pastor con su Palabra nos ilumina, nos corrige... y con su Cuerpo nos vivifica, dándonos vida eterna.

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