DOMINGO UNDECIMO DEL TIEMPO ORDINARIO “C”
Queridos hermanos: Hace unos días tuvimos
la experiencia de disfrutar de la presencia del Hijo de Dios que se quedaba con
nosotros para siempre en una comida, en la última cena. La experiencia fue tan
maravillosa que le adoramos, le bendecimos y con las mejores galas de la ciudad
le cantábamos como el Amor de los
Amores.
Hoy también se nos presenta a Jesús a la
mesa en casa de un fariseo, llamado Simón. Para Jesús las comidas eran momentos
no sólo de hermandad (amistad), sino también de revelación de los planes de
Dios (de lo que Dios desea.)
Para entender bien la narración y las
actitudes de Simón (fariseo) y de la mujer pecadora, debemos remontarnos a un
hecho anterior. Ambos habían escuchado
horas antes a Jesús anunciando el Evangelio, su Buena Noticia. El fariseo se
siente interesado e invita a Jesús a comer a su casa, pero mantiene ciertas
distancias; no quiere comprometerse demasiado con aquel predicador-profeta; le
invita a comer, pero no le tributa las cortesías habituales, que honraban al
invitado.
La mujer, en cambio, al escuchar la
Palabra de Jesús se ha conmovido; ha visto que se abría para ella una esperanza
de vida distinta: HA CREIDO. Ha creído que, a pesar de su tipo de vida, el amor
de Dios que Jesús le mostraba era más fuerte que todo su pecado y que podía ser
perdonada.
Había sabido captar hasta el fondo el amor
de Dios: Se ha sentido conocida, valorada, amada, perdonada, estimada… Había
sabido captar hasta el fondo el anuncio de la Buena Nueva de Salvación que
Jesús hacía y ofrecía.
El fariseo se siente interesado por Jesús.
La pecadora se siente CAMBIADA POR JESÚS. Por eso corre hacia Él y manifiesta
su alegría; sus lágrimas más que de arrepentimiento, son lágrimas de alegría,
porque aquella mujer que tenía mucho amor, por fin ha encontrado el amor con
mayúscula que anhelaba. Por eso llora de alegría y hace lo que sabe: besar y
perfumar a quien es para ella el Profeta que le ha abierto la puerta y el
camino de la salvación y de la paz. Y así lo dice Jesús como conclusión: “Tu fe
te ha salvado, vete en paz”.
El fariseo (Simón) duda de que Jesús sea
un Profeta de Dios, porque se deja besar por una mujer pecadora. Se queda a
medio camino en su encuentro con el Señor. La mujer se abre al encuentro con el
Señor y ese encuentro la cambia, la
salva, la hace feliz.
CONCLUSIÓN: Ser cristiano es haberse
encontrado personalmente, profundamente con Jesús, nuestro Señor. No sólo más
menos interesados por la persona y la palabra de Jesús (fariseo), sino de algún
modo, cambiados, transformados por nuestro encuentro con la persona y la
palabra de Jesús.
La
Eucaristía es la expresión perfecta de esta Evangelio: Primero escuchamos su
Palabra, después comemos su Cuerpo,
intimamos con Él y salimos transformados, diciendo “Ya nos soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Y al final Él nos
dice: “Vete en paz”.
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