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domingo, 23 de junio de 2013

DON MANUEL, REFELXIÓN DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO “C”


         Queridos hermanos: El Evangelio de San Lucas nos va aclarando paso a paso el camino de la fe y del seguimiento de la persona de Cristo.

         El encuentro de Jesús cambiaba la vida de las personas con las que se encuentran. Así el Domingo pasado la mujer pecadora en casa de Simón... Y la reacción de muchos era: “Dios ha visitado a su pueblo”

         Sin embargo en dichos encuentros no se explicita la fe en Jesús, no sabemos si tuvieron continuación. Queda una intuición de que en Él hay algo de Dios, un profeta, un hombre de Dios, un hombre maravilloso, pero poco más.

         Hoy también ocurre a bastantes hombres y mujeres de nuestra sociedad, incluso bautizados: Admiran, valoran a Jesús de Nazaret: Un gran personaje histórico, una persona de grandes valores, un líder revolucionario, un hombre de Dios, alguien o algo maravilloso, pero se quedan en el umbral de la fe explícita y del seguimiento propio del discípulo.

         Sin embargo, Jesús tiene ganas de llegar al fondo con sus amigos más cercanos y nos pregunta: “Y vosotros, ¿quien decís que soy yo? ¿Quién es Jesús para ti? Y no vale repetir expresiones intelectuales o ideas aprendidas... La pregunta quiere ir más al fondo, quiere ir a aquella sabiduría que pasa por la experiencia del corazón, que afecta a la vida, a los sentimientos, a las ideas, a las obras. A Jesús le interesa saber tu opinión, tu respuesta...

         Pedro y los discípulos se habían encontrado con Jesús, se habían sentido conmovidos por sus palabras y por sus obras. Le iban siguiendo, conociendo y amando hasta que llega este momento: Que no sólo con admiración y conmoción, sino con fe, responden: El Mesías de Dios, el Cristo de Dios. Fue una respuesta excelente, una verdadera profesión de fe.

          Nosotros también llamamos a Jesús “El Cristo”, el Hijo de Dios”... palabras que resumen, significan y expresan nuestra fe. Pero esa fe no sólo es admirar y valorar las palabras y obras de Jesús sino, sobre todo, su persona como mi Dios y Señor, como mi mejor amigo, el que me comprende, que me libra del mal y del egoísmo, el que me ama más que nadie; el guía, norma y criterio de mi vida. 

         La fe es también seguimiento. Pero hay otro paso más en el camino de la fe: Querer vivir como discípulos suyos, seguir su mismo camino, compartir sus mismos sentimientos y vivencias. Nuestra fe en Jesús nos llevará a asumir las dificultades de la vida con los mismos sentimientos y actitudes de Jesús. Nos llevará a confiar en Él cuando nos toque llevar la cruz.


         Una cruz liberadora. Pues Cristo la transformó de un instrumento de tortura y dolor pasó a ser la expresión del amor más autentico, el medio por el que recibimos la salvación.

         Nuestra cruz hoy es el esfuerzo y la incomodidad de negar nuestro egoísmo y orgullo, es la dificultad de soportar las propias limitaciones y dolores en la vida y a ofrecerlas por amor. Una cruz que nos lleva a dar la vida, estemos donde estemos, a gastar la vida por Dios y por los demás. Y este darse no es pérdida, sino ganancia.

 
         Gocemos de nuevo la Eucaristía, el encuentro con Jesús que nos haga comprender lo que Jesús hizo por nosotros y que sintiendo su amistad no dudemos en hacer como Él.

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