Queridos hermanos: El Evangelio de San Lucas nos va aclarando paso a
paso el camino de la fe y del seguimiento de la persona de Cristo.
El
encuentro de Jesús cambiaba la vida de las personas con las que se
encuentran. Así el Domingo pasado la mujer pecadora en casa de Simón... Y la
reacción de muchos era: “Dios ha visitado a su pueblo”
Sin
embargo en dichos encuentros no se explicita la fe en Jesús, no sabemos
si tuvieron continuación. Queda una intuición de que en Él hay algo de Dios, un
profeta, un hombre de Dios, un hombre maravilloso, pero poco más.
Hoy
también ocurre a bastantes hombres y mujeres de nuestra sociedad, incluso
bautizados: Admiran, valoran a Jesús de Nazaret: Un gran personaje histórico,
una persona de grandes valores, un líder revolucionario, un hombre de Dios,
alguien o algo maravilloso, pero se quedan en el umbral de la fe explícita y
del seguimiento propio del discípulo.
Sin
embargo, Jesús tiene ganas de llegar al fondo con sus amigos más
cercanos y nos pregunta: “Y vosotros, ¿quien decís que soy yo? ¿Quién es
Jesús para ti? Y no vale repetir expresiones intelectuales o ideas
aprendidas... La pregunta quiere ir más al fondo, quiere ir a aquella sabiduría
que pasa por la experiencia del corazón, que afecta a la vida, a los
sentimientos, a las ideas, a las obras. A Jesús le interesa saber tu opinión,
tu respuesta...
Pedro y los discípulos se habían encontrado
con Jesús, se habían sentido conmovidos por sus palabras y por sus obras. Le
iban siguiendo, conociendo y amando hasta que llega este momento: Que no sólo
con admiración y conmoción, sino con fe, responden: El Mesías de Dios, el
Cristo de Dios. Fue una respuesta excelente, una verdadera profesión de fe.
La
fe es también seguimiento. Pero hay otro paso más en el camino de la fe:
Querer vivir como discípulos suyos, seguir su mismo camino, compartir sus
mismos sentimientos y vivencias. Nuestra fe en Jesús nos llevará a asumir las
dificultades de la vida con los mismos sentimientos y actitudes de Jesús. Nos
llevará a confiar en Él cuando nos toque llevar la cruz.
Una
cruz liberadora. Pues Cristo la transformó de un instrumento de tortura y
dolor pasó a ser la expresión del amor más autentico, el medio por el que
recibimos la salvación.
Nuestra cruz hoy es el esfuerzo y la incomodidad de negar nuestro
egoísmo y orgullo, es la dificultad de soportar las propias limitaciones y
dolores en la vida y a ofrecerlas por amor. Una cruz que nos lleva a dar la
vida, estemos donde estemos, a gastar la vida por Dios y por los demás. Y este
darse no es pérdida, sino ganancia.
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